La temporada de otoño nos da la bienvenida con un descenso en la escala del termómetro, amaneceres dentro de los 20 grados centígrados y conforme avanza el día se estaciona dentro del rango de los 35 grados.
También la luz del día se ve afectada pues los atardeceres se recortan casi una hora. Después de sufrir a lo largo de todo el verano sobre la escala rebasando por encima de los 40 grados se podría decir que estamos en la gloria, seguimos en espera de la visita al rancho Las Palomas el cual nos recibe con la intención de cerrar trato para la renta que nos ayude a conseguir un buen trofeo en esta temporada de caza del venado cola-blanca, pactada para el mes de noviembre.
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En calidad de mientras la rutina y estrés laboral nos invaden hasta los huesos, rompemos filas para lograr una tarde de sábado y salimos a todo galope rumbo a las riveras del Bravo ya muy entrada la tarde, lo cual nos hace pisar el acelerador a fondo para contar al menos con un par de horas de luz, tan pronto arribamos a la orillas logramos poner a prueba la tarraya en un par de lances logramos capturar un par de mojarras de muy buen tamaño; tras cortarlas en buenas porciones las aprovechamos para cebar nuestros anzuelos.
En cuestión de media hora ya teníamos las tres líneas en el agua, después de tener los anzuelos más de media hora en reposo notamos muchos tirones pequeños sobre las líneas al recogerlas y vimos que había muchos peces pequeños alimentándose de nuestra carnada, lo cual indicaba que de momento no se encontraban peces grandes en esa zona. Tras colocar otro buen pedazo de carnada de mojarra debimos caminar unos cientos de metros rumbo al claro más cercano en busca de mejor suerte, donde lanzamos las tres líneas una vez más.
En cuestión de minutos logramos ver a distancia el lomo de un buen catán resollando aire, sumergirse y volver a salir a la superficie, clave inequívoca de que se encontraba merodeando el área en busca de alimento; después de ver cómo se sumergía en dirección a nuestras carnadas la piel se nos puso chinita poniendo en alerta nuestros cinco sentidos, tras realizar una sumergida fugaz su silueta desapareció del entorno, ya con la luz del día apagándose en el horizonte, no nos quedó de otra más que sacar las linternas portátiles para darle más tiempo a su sentido del olfato para que localizara nuestras carnadas.
Seguíamos sintiendo tirones ligeros en nuestras líneas, pero nada que indicara el buen arrastre de línea que provoca un catán; de una retiramos las líneas del agua solo para darnos cuenta que los peces pequeños una vez más habían dejado nuestros anzuelos casi pelones, sólo quedaban una porción de cola y dos cabezas de las mojarras las cuales volvimos a colocar sobre los anzuelos y una vez más ya con la oscuridad abrazándonos, soltamos las tres líneas al agua.
En cuestión de minutos la línea de Mario empezó a arrastrarse con fuerza río abajo; sujetando la línea con sus manos sin trabarla, logró sentir los cabeceos confiados y normales de un pez grande tragándose la cabeza de la mojarra, con toda la calma del mundo, mientras Mario empezó a sentir cómo se activaban los sonidos graves de mil tambores en su pecho, producto de la descarga de adrenalina.
Con la voz quebradiza Fernando le indica que deje correr más línea antes de aplicarle un STRIKE, con la intención de que el pez logre tragar toda la cabeza de la mojarra y con eso colocar más adentro de la garganta el anzuelo.
En busca de garantizar un buen enganche, un par de minutos después el pez se detiene dando muestras de haber tragado la carnada y Mario aprovecha para jugarse toda su suerte al aplicar un poderoso STRIKE a la línea, derivado de esto sólo puedes recibir un chasco y sacar el anzuelo de la boca del catán para permitirle que se vaya o en su defecto enganchar el anzuelo y detonar una batalla épica, tras aplicar fuerza a la línea esta empezó a correr río arriba y a pesar de la oscuridad la luz de las linternas dejaron ver la emoción pasmada a lo largo de toda la cara de Mario La batalla había dado comienzo.
El pez de inmediato salió a la superficie y a lo lejos se escuchó un buen par de coletazos sobre el agua, avisando que no se iba a dar por perdido tan fácilmente; con 50 metros de línea tendida Mario empezó de a poco a caminar hacia atrás y entrelazando la línea a su cintura logró paso a paso disminuir la potencia de los cabeceos.
Con más de 30 minutos de constante estira y afloja por fin se logró arrimarlo muy cerca de la orilla y el pez, sintiéndose perdido, tomó un respiro y lanzó coletazos desesperados que solo le ayudaron a fatigarse más con la ayuda de Fernando, quien colocó un lazo atrás de sus agallas.
Se logró ponerlo sobre tierra firme tras aplicar mucho esfuerzo para arrastrar unos 65 kilos de puro músculo hasta el árbol más cercano para colgarlo. Mario, totalmente agotado, se sentó a la distancia para observar el metro y 97 centímetros de largo del MONSTRUO NOCTURNO.
Una verdadera bestia la cual representa su mejor trofeo de pesca.