La fe de los neolaredenses asumidos dentro de la religión católica volvió a ponerse de manifiesto durante el inicio de la Cuaresma, luego de que durante la jornada del miércoles de ceniza, miles acudieron a la imposición de la cruz a las diferentes parroquias de la ciudad.
“Es un compromiso con Dios y con uno mismo, este es un tiempo para recordar lo que hemos hecho y ver cómo podemos buscar una conversión”, dijo Marcela Garza, quien acudió a la imposición de ceniza en la Catedral del Espíritu Santo.
A las 8:00 de la mañana el Obispo de la Diócesis, Monseñor Enrique Sánchez Martínez realizó personalmente la imposición en este acto simbólico, para después recorrer otras parroquias de la ciudad.
“Debemos hacer un alto en nuestra vida y reflexionar cómo vamos y qué debemos cambiar para iniciar este día con el ayuno al que estamos obligados”, mencionó el Obispo.
La imposición de la ceniza da inicio a la Cuaresma y a la serie de prácticas que, dentro de la religión, caracterizan dicho periodo; el ayuno, la oración, la penitencia y la abstinencia, por lo que para los feligreses representa el inicio de 40 días de conversión. Sánchez Martínez explicó que la colocación de la ceniza requiere de una actitud de buscar la mejora espiritual y el deseo de entablar una relación de amistad con Dios.
Si bien, las parroquias están abiertas al público y cada una de ellas siguió sus propios horarios durante la jornada, la Iglesia siguió los cuidados y protocolos sanitarios necesarios, por lo que la ceniza se colocó de diferentes formas, directamente sobre la cabeza, o bien, se entregó a los feligreses en pequeños sobres de plástico para que cada uno se ungiera con la señal de la cruz.
“Es como más responsabilidad porque yo decidí ponérmela y porque refuerza la convicción de que te comprometes a creer en el evangelio”, mencionó Elena Solano, quien acudió a la colocación de la ceniza.
Este polvo color negro es el resultado de la quema de las palmas que se utilizaron el año anterior en el Domingo de Ramos, según lo explica la Diócesis, como recordatorio de que aquello que es signo de gloria, pronto se reduce a nada.