Existe la creencia errónea de que los humanos poseen un instinto natural para nadar, pero desgraciadamente los bebés no nacen con la capacidad de nadar, aunque sí tienen un reflejo temporal que les permite cerrar las vías respiratorias durante unos cinco o seis meses tras el nacimiento.
Este reflejo, útil en el útero, les permite permanecer sumergidos por breves instantes, lo que explica las imágenes de bebés que parecen flotar bajo el agua. Sin embargo, estos movimientos no son suficientes para la propulsión, y sin intervención rápida, los bebés no pueden sobrevivir en el agua.
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El instinto de nadar
Se puede entrenar a niños desde los 12 o 13 meses para que realicen una patada propulsora, pero esto requiere meses de trabajo y no es un comportamiento instintivo.
A diferencia de los humanos, muchos animales, especialmente los cuadrúpedos como perros y caballos, pueden adaptar su marcha terrestre al agua, utilizando un estilo básico conocido como "nadar de perrito".
Este método, aunque no es el más eficiente, les permite mantener su aparato respiratorio por encima del agua, facilitando su desplazamiento acuático.
Los humanos, con su postura bípeda, no tienen esta ventaja. Cuando una persona no entrenada cae al agua, tiende a intentar flotar verticalmente, lo que resulta en un movimiento ineficaz que puede llevar al ahogamiento.
Patrones de aprendizaje
Para nadar eficazmente, los humanos deben aprender a adoptar una posición horizontal en el agua y a controlar su respiración, lo que implica desarrollar un patrón respiratorio adecuado para la natación.
Los humanos deben aprender a nadar porque no es una habilidad innata. Las adaptaciones necesarias para nada como adoptar una postura horizontal y dominar la respiración requieren entrenamiento y práctica, diferenciándonos de muchos otros animales que nadan instintivamente.