Con cada cambio de horario, ya sea de verano o invierno, algunas personas se adaptan fácilmente, mientras que otras sienten los efectos como si fueran 'zombis'.
Según Raúl Aguilar Roblero, investigador del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, esta diferencia se debe a nuestro reloj circadiano, ubicado en el hipotálamo, que regula funciones vitales sincronizándose con la luz solar y los horarios de comida.
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Este reloj interno, al igual que nuestros genes, define si somos más activos por la mañana o por la noche.
El cambio de horario altera este ciclo, provocando fatiga, aunque el cuerpo se adapta en un plazo de tres a siete días sin generar daño significativo.
Para facilitar la transición, Aguilar Roblero sugiere ajustar los horarios de comida unos días antes del cambio, evitar el uso de pantallas antes de dormir y hacer ejercicio con suficiente tiempo para que el cuerpo entre en estado de descanso adecuado.