La estrategia de -imponer y pausar- aranceles pudo incluso haber traído ganancias para algunos empresarios en el marco del ‘sube y baja’ del mercado, especialmente en algunos amigos de Trump, pero de manera general, la confianza del consumidor en Estados Unidos alcanzó su nivel más bajo desde 1952, bueno, el segundo, si consideramos la pandemia.
Y es que a pesar de que estén contemplando excluir a los productos electrónicos estadounidenses de los aranceles recíprocos, ‘salvando’ de esta manera a Apple y sus iPhones que tanto exportan; otros giros como las cadenas minoristas, por ejemplo Walmart, sufrirían enormemente con las medidas arancelarias impuestas a China, pues hasta el 80% de su mercancía proviene de ese país asiático.
Aun con las excepciones anteriores, los economistas consideran que el estilo de vida, hábitos de consumo y otros aspectos que hacen fuerte a la economía estadounidense están por verse enormemente afectados y causarían un gran caos si no se revierten.
Queda claro que la intención de Trump de regresar los empleos a Estados Unidos enfrenta primero el reto del tiempo, pues instalar una planta lleva de 3 a 10 años, entre la construcción de la nave industrial, equipamiento, contratación y capacitación, claro, esto después de que la empresa encuentre rentable tal inversión.
Ahora a este tema de los aranceles se suma un nuevo chantaje por la deuda del agua que, por cierto, se vence hasta octubre, así que no es del todo legal que quieran cobrarlo antes del plazo.
La deuda del agua, a diferencia del dinero, pues se trata de un recurso más valioso que el dinero y a la vez, más difícil de conseguir, pues depende de la lluvia, y claro, de una buena administración, pero al final, no por nada es el ‘vital líquido’ y por humanidad, este no se puede negar, ni debería usarse como un instrumento político.