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La influencer arrepentida

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Hace unos pocos días, en un periódico de circulación nacional, se publicó el siguiente artículo:

Juliana Oliveira, la influencer brasileña conocida como Juju do Pix, pasó esta semana por la primera etapa de eliminación del aceite mineral que desfiguró su rostro hace ocho años, en una intervención realizada en São Paulo que marca el inicio de un largo proceso de reconstrucción física y emocional.

En 2017, Juju buscaba feminizar sus rasgos y confió en una clínica que, según los responsables, aplicaba silicona facial, sin embargo, los estudios médicos posteriores revelaron que en realidad introdujeron 17 jeringas de aceite mineral que habían sido infiltradas en su rostro.

El procedimiento desencadenó inflamación crónica, dolor intenso, deformaciones progresivas y, sobre todo, una enorme carga emocional que Juliana ha enfrentado durante años y a la vista del público.

Su caso se viralizó nuevamente cuando compartió imágenes del daño y de la cirugía reconstructiva, recordando los riesgos de los procedimientos clandestinos que se ofrecen como atajos “rápidos, baratos y sin dolor”.

Hasta aquí la nota. No deja de ser inquietante la cantidad de personas que están disgustadas por su físico y la manera en que arriesgan mejorar la apariencia. Algunos lo logran, pero otros lo lamentaran toda su vida.

Es muy triste comprobar que muchos de nosotros, a semejanza de esta influencer brasileña, buscamos mejorar nuestra situación con soluciones que nos “afean”

O peor aún, ni siquiera nos hemos dado cuenta de aquello que nos ha ido deformando como sociedad o seres humanos. A veces, esperamos ingenuamente que un gobierno solucionará todas las cosas. Los verdaderos cambios empiezan por nosotros mismos… o que la economía lo solucionará todo. En su mensaje en Turquía, el Papa León XIV afirmo lo siguiente:

“Señoras y señores, he hablado de ‘familia humana’. Se trata de una metáfora que nos invita a establecer un vínculo —una vez más, un puente— entre los destinos de todos y la experiencia de cada uno. Para cada uno de nosotros, de hecho, la familia ha sido el primer núcleo de la vida social, en el que hacemos experiencia de que sin el otro no hay ‘yo’. Más que en otros países, la familia conserva una gran importancia en la cultura turca y no faltan iniciativas para apoyar su centralidad. En su seno, de hecho, maduran actitudes esenciales para la convivencia civil y una primera y fundamental sensibilidad hacia el bien común. Ciertamente, cada familia puede también cerrarse en sí misma, cultivar enemistades o impedir que alguno de sus miembros se exprese, hasta el punto de obstaculizar el desarrollo de sus talentos. Sin embargo, no es desde una cultura individualista, ni desde el desprecio del matrimonio y la fecundidad, desde donde las personas pueden obtener mayores oportunidades de vida y felicidad.

A este engaño de las economías consumistas, en las que la soledad se convierte en negocio, conviene responder con una cultura que valore los afectos y los vínculos. Sólo juntos nos convertimos auténticamente en nosotros mismos. Sólo en el amor se profundiza nuestra interioridad y se fortalece nuestra identidad. Quien desprecia los vínculos fundamentales y no aprende a soportar incluso sus límites y fragilidades, se vuelve más fácilmente intolerante e incapaz de interactuar con un mundo complejo. De hecho, en la vida familiar emergen de modo muy específico el valor del amor conyugal y la aportación femenina. Las mujeres en particular, también a través del estudio y la participación activa en la vida profesional, cultural y política, se ponen cada vez más al servicio del país y de la influencia positiva del mismo en el panorama internacional. Por lo tanto, hay que apreciar mucho las importantes iniciativas en este sentido, en apoyo de la familia y de la contribución femenina al pleno florecimiento de la vida social.”

Hasta aquí las palabras del Papa. Cada uno de nosotros debemos de pensar que los caminos más placenteros son los correctos, sino aquellos marcados por el compromiso y la solidaridad. En ello, como siempre, usted tiene la última palabra.

Padreleonardo.com