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El salvavidas

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Hay noticias que nos sorprenden por curiosas. La semana pasada leía que, en una playa cercana a Venecia, un salvavidas rescató a una turista extranjera que se estaba ahogando. Sin embargo, por haber omitido un trámite burocrático, recibió una multa de más de mil dólares (dos terceras partes de su sueldo mensual). Aunque la familia de la persona rescatada ofreció ayudarle, este joven se enfrentó a la situación económica.

Aunque esto nos pueda parecer extraño, en muchas ocasiones, rescatar a una persona es la tarea más difícil que pueda afrontar un ser humano, sobre todo, cuando hablamos del interior de las personas, tantas veces destrozado y que, a diferencia de los peligros físicos, nos es  difícil, porque, parecerá curioso, no se rescata a uno mismo y a los demás gratis.

En su discurso del 20 de septiembre pasado a los movimientos populares, el Papa, entre otras cosas, dijo lo siguiente, en un incómodo discurso:

“Sé que ustedes no son policías, sé que ustedes no pueden enfrentar directamente a las bandas criminales como tantos policías buenos lo hacen, pero les pido, por favor, que las enfrenten de manera indirecta: el trabajo de base que realizan ustedes y tantas personas de la Iglesia es muchas veces la última barrera de contención… Y al hablar de niños, también hablo de ancianos. O sea, la cultura humana de un pueblo se ve en cómo cuidan a sus niños y cómo cuidan a sus viejos. Si a sus viejos los mandan al asilo y los dejan morir solos de pena, ese pueblo no tiene una cultura humana. Si a los niños no se los recibe, no se los cuida, no se los hace crecer, ese pueblo no tiene futuro. No se olviden esto: la cultura, los niños y los viejos, cuiden a los chicos y a los viejos.

“También quiero hablarles de otras situaciones destructivas que se infiltran en los sectores más pobres pero afectan a todas las clases sociales: las apuestas online y el mal uso de las redes. Me da tanta tristeza ver que algunos partidos de fútbol y estrellas deportivas promueven plataformas de apuestas. Eso no es un juego, es una adicción. Es meterle la mano en el bolsillo a la gente, sobre todo a los trabajadores y a los pobres. Y eso destruye familias enteras. Cuídense de eso, cuiden a los demás, y expongan las enfermedades mentales, la desesperación, los suicidios que causa en cada casa cuando hay un casino a través del celular. Es una de las cosas malas que trae la tecnología que por otro lado hace tanto bien. La tecnología hace bien, pero también trae estas cosas. Hay que buscar un equilibrio ahí, no puede quedar librado a la lógica de la ganancia.

“Ustedes tienen la obligación de evitar la propagación del odio —una de las misiones del trabajador social—, la propagación del odio, de la violencia, de las falsas noticias —las falsas noticias que gobiernan tanto—, la polarización extrema y el racismo. Tienen también la obligación de evitar que las redes se usen para diseminar la ludopatía, la pornografía infantil o facilitar el crimen organizado. Por favor, no se crean superiores a nadie, un consejito: paguen los impuestos. Es muy importante. Yo no me acuerdo que alguna vez haya escuchado: ‘Me acuso de no pagar impuesto’. Más bien, son maestros en hacer trampa. Cuántas veces vas a un restorán o a un supermercado y vas a pagar y te dicen: ‘¿Quiere el ticket o no quiere el ticket?’.

“Toda fortuna es producto del trabajo de muchas personas y de muchas generaciones, es producto de inversión pública en conocimientos científicos y del desarrollo estatal de la infraestructura. Todas las ‘maravillas’ que hoy tenemos son en parte fruto del ingenio empresario, pero también de la más humilde madre de familia que crio a los hijos de sus obreros. Por eso, además de necesario, es justo que se distribuyan los frutos de tanto esfuerzo intergeneracional y colectivo entre todos los integrantes de la sociedad. Que nadie esté excluido de los bienes básicos necesarios para la subsistencia. Eso es compasión, porque no se explica sin amor, pero además es de estricta justicia.

“Para finalizar, queridas hermanas, queridos hermanos: todos hemos cambiado en estos años, algunos están más maduros, otros estamos más viejos. Les confieso algo que pienso mucho últimamente, tal vez sea la edad. ¡Cómo quisiera que las nuevas generaciones encontrasen un mundo mucho mejor al que recibimos nosotros! Sin embargo, tal vez podría decirles que nuestra posteridad va a recibir, quizás, uno peor: no es pesimismo, un mundo ensangrentado por guerras, violencia, herido por una creciente desigualdad, devastado por la explotación de la naturaleza, alienado por modos deshumanizados de comunicación, completamente desinformado por formas interesadas de gestión de la información, sin paradigmas políticos, sociales y económicos que marquen el camino, con pocas utopías y enormes amenazas. Si no están de acuerdo, discútanlo y corríjanme. Esto es lo que yo siento”. (Papa Francisco)

Rescatar o dejarse rescatar tiene un precio ¿está dispuesto a pagarlo? En ello, como siempre, usted tiene la última palabra.

padreleonardo@hotmail.com