Por lo visto los actos familiares que estaban muy arraigados a la religión han quedado muy atrás, al verse que ya no son considerados tan importantes para las nuevas generaciones, estimando con esto que hoy solo son los nuevos mexicanos, 25 por ciento católicos.
Quizás sorprenda esta vaga y confusa estimación, sin embargo, son los templos religiosos los que pudieran dar constancia de que hoy cada día, cada año que pasa, son menos las personas que acuden a recibir el sermón, en consecuencia, a aceptar a una religión como su guía de vida.
Cierto es que la religiosidad se acrecienta y manifiesta en actos de fe y veneración sobre todo en épocas de festejos o conmemoraciones religiosas, por lo mismo acuden y en grandes grupos a visitar a su santo predilecto, a su Virgen, a su Dios, a templos, basílicas, pero cierto es también que después de eso, y a su regreso a sus barrios, a sus comunidades muy lejos están de continuar con esas manifestaciones de fe.
Con esto, se podría considerar que, en estos tiempos, los mexicanos lejos, pero muy lejos están de aquellas costumbres en las que y por generaciones se trasmitían entre unos y otros esos mandamientos considerados por los tataranietos, abuelos, padres y madres como una obligación de cumplirlos para llevar una vida digna, lejos del pecado.
Entonces se pensaba en ese Dios, en esa Virgen o Santo de veneración como ese que ayudaba a obrar bien, a no caer en pecados, a ganarse así y al final de sus días la vida eterna, ese cielo tan anhelado, no ser sentenciados a ese temido infierno.
Por lo mismo se tomaban las cosas con más seriedad, pues toda acción que realizaban como adultos, como niños, niñas, jovencitos o jovencitas, estaban prácticamente regidos, dirigidos con un poco de temor y de fe.
Entonces y ante ese equivoco acto las frases, aunque duras, surgían cual sentencia: “no tienes temor a Dios”, “Dios te va a castigar”, “Te ganaste el infierno”.
Triste es reconocer que los mexicanos hoy en día han dejando de ser religiosos, cien por ciento católicos como siempre se ha considerado, estimado, y aunque las estadísticas indiquen lo contrario, lejos se está de entenderlo de ese modo, pues visto es que los templos, las iglesias, la fe mutua al parecer ha disminuido, poco a poco dejado de coexistir entre ellos.
Al menos aquí en esta frontera de Nuevo Laredo, distantes han quedado aquellos fines de semana en que desde el jueves ya se veían los carros adornados arribando a las iglesias para llevar a cabo ese acto religioso como es el matrimonio.
Pues cierto es que el casarse por la iglesia implicaba mucho para esas parejas de antes, al considerar esa aceptación como esa acción divina, en donde se confirmaba ese respeto a la dignidad de la mujer con la honorabilidad del caballero.
Los bautizos de los infantes era una gran satisfacción para toda pareja, el llevar a recibir las aguas del Jordán rodeados de todos sus familiares y amistades, las primeras comuniones, las confirmaciones, las bodas de aniversario, quinceañeras entre muchos otros actos eran direccionados como una situación de obligación y festejo hacia esos divinos lugares.
Por lo mismo conllevaba a que las mujeres acudieran al rosario, los hombres acompañaran a sus esposas a las misas, los niños y niñas se les inculcara a través de la primera comunión y confirmación ese camino hacia la religiosidad, llenándose los templos de gente de fe.
En consecuencia, la armonía prevalecía entre unos y otros, los problemas los resolvían los jefes de familia caballerosamente, así y del mismo modo lo inculcaban a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas y familiares cercanos.
Hoy se está a más de la mitad del año, y quizás sirva de reflexión el pensar, ¿Cuántas veces se acudió a la iglesia?, ¿Cuántas veces acompañó a esa dama como esposa o pareja ante esa suplica de ir al templo?, ¿Cuándo tomo de la mano a esa viejecita llamada madre para ayudarle y cumplirle su deseo de acudir a escuchar esa misa?
Confunde en esta vida tan ajetreada y moderna la forma como se esta tomando a ese dios divino, si, a ese que todo lo puede, pues se le suplica más ese deseo de cosas materiales como el dinero, como lograr ese trabajo, casa o negocio emprendido, incluso en actos deportivos o escolares para que todo “salga” bien, que pensar en ese dios como ese salvador del alma, a través de buenos actos que conlleven hacia esa vida eterna.
Los seres humanos requieren de creer en algo, de tener ese vinculo con algo divino para convivir de la mejor manera con y entre sus semejantes; hoy, aún hay tiempo para recuperar eso que se está perdiendo, pues visto es que después de nacer todavía siguen recibiendo el bautismo, y al morir esa misa de difunto, entonces y por estas aceptaciones, quizás sea justo el volver a intercalar esa fe en el transcurso entre la vida y la muerte.