COMPARTIENDO OPINIONES

¿De quién aprendemos?

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La semana pasada se celebró el día del maestro y, desde hace pocos años, se celebra el “Día del Estudiante”. Por ese motivo, quisiera poner el mensaje que ha dado el mes pasado el Papa a jóvenes en su reciente visita a Venecia, que nos enfoca sobre lo que debemos aprender, aunque los conocimientos e instrucción que se reciben, sin embargo, no es suficiente.

Aquí está el mensaje, la diferencia entre la instrucción y la educación:

En primer lugar, levántate. Levántate del suelo, porque estamos hechos para el Cielo. Levántate de las penas para mirar hacia arriba. Levantarse para estar ante la vida, no sentarse en el sofá. ¿Han pensado, imaginado, cómo es un joven toda la vida sentado en el sofá?; y hay diferentes sofás que nos agarran y no nos dejan levantarnos. Levantarse para decir “¡Aquí estoy!” al Señor, que cree en nosotros. Levantarse para acoger el don que somos, para reconocer, antes que nada, que somos preciosos e insustituibles. “Pero Padre eso no es verdad, yo soy feo, yo soy fea...”. No, nadie es feo y cada uno de nosotros es hermoso y tiene un tesoro dentro, un hermoso tesoro para compartir y dar a los demás. Y esto no es autoestima, ¡es realidad! Reconocerlo es el primer paso que das por la mañana al levantarte: sales de la cama y te acoges como un regalo. Te levantas y, antes de sumergirte en las cosas que tienes que hacer, reconoces quién eres dando gracias al Señor. Reconoce quién eres tú y da gracias al Señor. Puedes decirle: “Dios mío, gracias por la vida. Dios mío, haz que me enamore de la vida, de mi vida”. Muchas cosas hermosas se le pueden decir siempre al Señor. Y te reconoces hijo amado. Te recuerdas que para Dios no eres un perfil digital, sino un hijo, que tienes un Padre en el cielo y que eres hijo del cielo.

Sin embargo, a menudo nos encontramos luchando contra una fuerza de gravedad negativa que tira de nosotros hacia abajo, una inercia opresiva que quiere que lo veamos todo gris. ¿Cómo lo hacemos? Para levantarnos -no lo olvidemos- ante todo debemos dejarnos levantar: dejar que nos lleve de la mano el Señor, que nunca defrauda a los que confían en Él, que siempre levanta y perdona. Cuando cometes un error y caes, ¿qué hace Él? Se queda ahí, a tu lado, y te sonríe, dispuesto a cogerte de la mano y levantarte: siempre está ahí para levantarte.

Les diré algo que esto me sugiere. ¿Está bien mirarle a uno desde arriba hacia abajo, por encima del hombro? Pero, ¿cuándo se puede mirar a una persona por encima del hombro? Para ayudarla a levantarse. Eso hace Jesús con nosotros cuando hemos caído. Nos mira desde arriba. El Señor hace maravillas con nuestra fragilidad.

Dios sabe que, además de bellos, somos frágiles, y las dos cosas van juntas, tiene algunas fragilidades que deben cuidarse. Dios no ata nuestros errores en su dedo: “Hiciste eso, hiciste...”. No se ata a esto, sino que nos tiende la mano. “Pero tengo muchas de las que me avergüenzo”. ¡Pero no te mires a ti, ¡mira la mano que Dios te tiende para levantarte! No lo olvides: si te sientes agobiado por tu conciencia, mira al Señor y deja que te lleve de la mano. Cuando estamos abatidos, Él ve hijos a los que levantar, no malhechores a los que castigar. Por favor, ¡confiemos en el Señor!

Y, una vez que estamos de pie, depende de nosotros permanecer de pie. Por primera cosa levantarse y luego ponerse de pie, «permanecer» cuando nos apetece sentarnos, soltarnos, dejarnos llevar. No es fácil, pero es el secreto. Sí, el secreto de los grandes logros es la constancia. Es cierto que a veces existe esa fragilidad que te arrastra hacia abajo, pero la perseverancia es lo que te hace avanzar, es el secreto. Hoy vivimos de emociones rápidas, de sensaciones momentáneas, de instintos que duran instantes. Los campeones deportivos, así como los artistas, los científicos, demuestran que los grandes logros no se alcanzan de golpe. ¿Qué cuenta en la vida? El amor, La fe. Y para crecer en la fe y en el amor, debemos tener perseverancia y seguir siempre adelante. En cambio, aquí el riesgo es dejarlo todo a la improvisación: rezo si me apetece, voy a misa cuando me apetece, hago cosas buenas si me apetece... Esto no da resultados: hay que perseverar, día tras día. Y hacerlo juntos, porque el hacerlo juntos nos ayuda a avanzar. Juntos: el «hazlo tú mismo» en las cosas grandes no funciona. Por eso les digo: no se aíslen, busquen a los demás, experimenten a Dios juntos, sigan caminos de grupo sin cansarse. Quizá digas: «Pero todos los que me rodean están solos con sus móviles, pegados a las redes sociales y a los videojuegos». Y tú vas contracorriente: toma la vida en tus manos, ponte en juego; apaga la tele y abre el Evangelio – ¿es esto demasiado? -, deja el móvil y ¡encuéntrate con la gente! El teléfono móvil es muy útil, para comunicarse, es útil, pero ten cuidado cuando tu teléfono móvil te impida conocer gente. Usa el móvil, está bien, pero ¡conoce gente! Ya sabes lo que es un abrazo, un beso, un apretón de manos: gente. No lo olviden: usen el móvil, pero conozcan gente.

Y después de levantarse, ir. Ir es hacerse don, darse a los demás, la capacidad de enamorarse; y esto es una cosa hermosa: una persona joven, un joven que no siente la capacidad de enamorarse o de ser cariñoso con los demás, algo le falta. Ir al encuentro, caminar hacia el encuentro, avanzar.

padreleonardo@hotmail.com