Corría el año de 1965, era verano, yo trabajaba en la Junta Federal de Mejoras Materiales (J.F.M.M.) en el departamento técnico, algo equivalente a lo que hoy es la Secretaría de Obras públicas, cuando de pronto nos aparece un joven alto delgado de una sonrisa fácil, franca y abierta, que solicitaba el permiso para trabajar ahí, como aprendiz, como oyente, como para hacer unas prácticas, y observaciones y es que era estudiante de la carrera de arquitectura en la Universidad de Nuevo León. Inmediatamente el jefe del Departamento el ingeniero Jesús Ávalos Quiroz, dio su autorización.
Mi función era la de cadenero, así se les llama los ayudantes del ingeniero o arquitecto cuando salen a trabajar al campo (calles), teníamos que cargar los pesados aparatos como el teodolito y el nivel, ambos en sus estuches de madera, lo que los hacía aún más pesados, cargábamos también el estadal y la baliza. Esos eran mis conocimientos elementales, pero le sería de utilidad al joven aprendiz. Inmediatamente hicimos clic y surgió una gran amistad. A la salida del trabajo, como eran vacaciones de verano y yo no tenía que ir a la Normal nos íbamos de paseo, al cine, a la plaza, al café, no faltaba que se nos ocurriera que hacer.
En muy poco tiempo nos habíamos convertido en mejores amigos, para mi Óscar era una fuente de sabiduría, sabía mucho de muchas cosas, era claro y objetivo, pronto me di cuenta de que poseía una inteligencia superior, de hecho, no he conocido a nadie en mi vida (nada corta) tan inteligente como Óscar. Además, el canijo tenía un carácter formidable, agudo en sus comentarios, sarcástico sin ofender, prolijo a las bromas y un gran contador de chistes, a veces creo que él los inventaba. Su alegría de vivir era incontenible, sabía disfrutar cada hora, minuto y segundo de su vida, sacándole el mayor y mejor provecho.
Para mí, salir del trabajo e irme a casa de Óscar se hizo una costumbre cotidiana pues vivía a una escasa cuadra y sus papás de alguna manera ya me habían adoptado. Pero el verano terminó y Óscar regresó a Monterrey y yo a la escuela. Sin embargo, los fines de semana que podía venir, reanudábamos nuestras salidas e idas al café, donde sosteníamos largas platicas en las que definitivamente le aprendí mucho. Finalmente, cuando terminó su carrera y regresó al pueblo, nos convertimos en amigos de tiempo completo, yo ya había terminado la Normal y después de dos años trabajando fuera, regresaría al pueblo, en el ‘68.
Salir con Óscar era tener la diversión asegurada y garantizada, su carácter alegre y amigable lo hacía el centro de la raza cuando nos juntábamos en la Plaza México, jueves y domingos rigurosamente. No nos perdíamos baile ni discoteca, nos tocó inaugurar algunas como El Changuirongo, Lion’s Den, Domani y todas las de la época. Óscar era un buen partido, recién egresado de la carrera, de buenas familias, de muy buen tipo y ese carácter formidable que tenía, lo hacían un excelente candidato para muchas muchachas. Él de broma decía que el 99 por ciento de las muchachas del pueblo andaban tras sus huesos. Obviamente en broma, pero algunas le empezaron a decir, el 99.
Recuerdo con claridad meridiana, que cuando la reforma educativa de 1972, leyó y estudio los libros del maestro que nos proporcionaron, los discutía con conocimiento de causa, los analizaba, cuestionaba y aprobaba lo que consideraba que estaba bien, indiscutiblemente tenía algo de didáctica, con el tiempo se incorporaría como maestro en el Tecnológico de Nuevo Laredo. Nuestras sesiones de café continuaron durante muchos años, nos gustaba platicar y oír a su primo el doctor Daniel Enríquez que fue nuestro muy particular gurú. Un hombre lleno de sabiduría.
Hace tiempo que no tengo oportunidad de ver y platicar con Óscar. Añoro los viejos tiempos, fuimos los grandes amigos y nuestra historia está llena de anécdotas y sucesos que guardamos en ese rincón del alma donde acomodamos nuestras nostalgias. La salud no ha sido muy benéfica con Óscar y me duele sobremanera que la tenga tan quebrantada, aunque de pronto su poderosa inteligencia lo obliga a regresar y ubicarse en el presente, aunque sea por momento, está librando una batalla sin tregua ni cuartel. Le deseamos lo mejor y le mando un fuerte y fraterno abrazo.
Gracias amable lector por compartir conmigo este pasaje de mi vida que recuerdo con gran cariño. Disfrute su Coneja.