En la columna anterior comenté que el antiguo límite entre México y Estados Unidos pervive como una “frontera relicta”; es decir, como un vestigio que, aunque no con su función original, sigue organizando el territorio de cierta manera. En este sentido, lo que antaño fue un límite internacional hoy en día se mantiene en parte como un límite entre estados y condados en el seno de Estados Unidos. Por ejemplo, el lindero entre Texas y Louisiana no es más que el límite que en 1828 habían ratificado México y EU.
Ahora bien, aun cuando muchas fronteras relictas son visibles en un mapa o en el paisaje, la mayoría pasan desapercibidas o raramente son leíbles. Dicho de otra forma, la mayor parte de las veces sus restos están físicamente presentes en el lugar, pero de forma descontextualizada, lo que nos impide entenderlas.
Este es el caso de lo que fue la frontera entre ambos países hasta 1848, y aunque son pocos los esfuerzos realizados sobre el terreno para contextualizarla –para hacerla leíble, entendible–, vale la pena mencionar algunos, como la instalación de placas históricas y la realización de proyectos artísticos.
En primer lugar, en los registros de placas conmemorativas en Estados Unidos constan cuatro situadas a lo largo de lo que fue el límite internacional, instaladas tanto por dependencias y agencias públicas como por organizaciones de la sociedad civil. En Arkansas y en Colorado se encuentran dos placas junto al río Arkansas, indicando que aquel curso fluvial había servido como límite. En ambas placas se señala el año en que dejó de serlo, pero, curiosamente, no es el de 1848 –fecha del tratado de paz–, sino 1845 y 1847 respectivamente, cuando EUA se anexionó de facto ambos territorios.
Las otras dos placas se encuentran una al lado de la otra en Wyoming, sobre el paralelo 42°N. Como se informa en las placas, ese paralelo sirvió para delimitar la frontera entre ambos países. Pero, para ser más precisos, las placas se hallan en la intersección entre aquel paralelo y la línea divisoria de las vertientes hidrográficas del Océano Pacífico y del Golfo de México, que también hasta 1848 se usó para delimitar las reclamaciones territoriales de Estados Unidos (y antes Francia) y el Reino Unido.
Además de con las placas históricas, el antiguo límite también se ha intentado hacer leíble a través de proyectos artísticos, de los que destaco dos. Bajo el título de DeLIMITations, en 2014 David Taylor y Marcos Ramírez se dieron la tarea de demarcar el antiguo trazado, emulando el trabajo que a finales del siglo XIX realizó una comisión binacional para marcar en el terreno la actual frontera. Así, la suerte de comisión binacional formada por ambos, uno de cada país, recorrieron la anterior división, desde el Pacífico al Golfo de México para instalar obeliscos de acero (47 en total) que la marcaran.
Pocos años después, en 2017, otro artista, el belga Tomas van Houtryve, también hizo el mismo viaje, pero en este caso para retratar el paisaje y los descendientes de la población original (indígena y mexicana) del territorio ahora bajo soberanía estadounidense. Partiendo del hecho de que en 1848 nadie había documentado las tierras y gentes fronterizas, Van Houtryve jugó con el tiempo histórico y biológico para tratar de mostrar cómo pudiera haber sido su aspecto. Empleando placas de vidrio, una técnica fotográfica del siglo XIX, capturó decenas de imágenes en blanco y negro en las que destacan las líneas y la rugosidad de los rostros y del terreno (árboles, ríos, montañas y viejas construcciones), haciendo un símil con la vieja línea fronteriza. No por nada el proyecto lo tituló Lines and Lineage.
Además de estos dos tipos de acciones, en la próxima columna veremos otro, pero para lo cual nos desplazaremos al centro del país, a la frontera que existió entre los imperios tarasco y azteca.