Queridos lectores, parece que los políticos tienen una curiosa inclinación por el real estate, pero no ese de pagar a 30 años como el resto de los mortales, sino el de ranchotes, terrenos y penthouses de cash y sin remordimientos. La última joyita de esta colección es el gobernador de Nuevo León que, en un despliegue de espíritu navideño, se regaló un rancho de 700 hectáreas. Sí, porque ¿quién necesita un suéter feo o calcetas cuando puedes tener hectáreas de puro lujo?
Este caso nos recuerda otro clásico del catálogo de excesos: el exgobernador de Tamaulipas, Francisco García Cabeza de Vaca. Según una nota de Forbes de 2021, este caballero acumuló con su salario de servidor público una fortuna que incluye 12 ranchos, terrenos en la Presa Vicente Guerrero, y extensiones de tierra en la Sierra de Maratines, Cruillas y Burgos. Es decir, si juntamos todo lo que posee, probablemente podríamos fundar un nuevo municipio. Claro, eso sí, sin faltar a la modestia.
Pero, ¿cómo es posible que alguien con un sueldo público alcance tales lujos? Alejandro Rojas Díaz Durán, senador suplente de Morena, lo resumió con una frase para el mármol: “Una fortuna inmensa inexplicable, o más bien explicable en términos delincuenciales”. La Cámara de Diputados incluso discutió retirarle el fuero en 2021, porque hasta los colegas en la política sintieron que había llevado el chiste demasiado lejos.
El problema, querido lector, no es sólo el descaro con el que amasan estas fortunas, sino el insulto que esto representa para los ciudadanos. Porque mientras el mexicano promedio lucha por pagar la renta, ellos juegan a ser terratenientes. La riqueza no sería problema si fuera producto del esfuerzo honesto y transparente, pero cuando proviene mientras son supuestos servidores públicos, ya no es riqueza buena, es abuso.
La pregunta es: ¿hasta cuándo seguiremos tolerando que los políticos usen el servicio público como trampolín para la opulencia personal? Al final, si los ranchos son su prioridad, tal vez deberían considerar cambiar de oficio. Aquí, humildemente, les sugiero el título de “latifundistas de vocación, políticos por accidente”. ¿O será al revés?
¿usted qué opina?