Sí. Así es el nombre de dos influencers brasileñas. La primera de 27 años y la segunda de 37. Venían de una fiesta, cerca de las cascadas del Iguazú -uno de los lugares naturales que muchos de nosotros quisiéramos conocer-. Al terminar la fiesta decidieron conocerlas, y en una pequeña embarcación se acercaron para contemplar su majestuosidad. Para ellas, era la oportunidad de lucirse con una vista espectacular y poca ropa por sus redes sociales, rechazando unos estúpidos chalecos salvavidas, que impidieran ver sus bronceados y sus figuras ante una vista majestuosa. Lo que pasó en ese recorrido, ya es fácil de imaginar. La pequeña embarcación volcó y murieron ahogadas las dos… por no portar su chaleco.
Los comentarios de sus seguidores lamentaron su desgracia, como alabaron su alegría y buen humor… probablemente, por cortesía, no criticaron su falta de sentido común (por decirlo de una manera elegante), donde agradar a otros, de la manera más superficial, se ha convertido para más gente de lo que creemos, en una obsesión difícil de calificar, hasta que sucede una desgracia. Por eso, ante nuestras vidas ¿qué tiene que suceder para que nos despertemos de nuestro aletargamiento que nos empuja a una vida mediocre?
Hace pocos días, el Papa ha publicado su última encíclica “Nos amó”, de la cual, saco algunas de las ideas iniciales, a partir de esta historia:
“La pura apariencia, el disimulo y el engaño dañan y pervierten el corazón. Más allá de tantos intentos por mostrar o expresar algo que no somos, en el corazón se juega todo, allí no cuenta lo que uno muestra por fuera y los ocultamientos, allí somos nosotros mismos. Y esa es la base de cualquier proyecto sólido para nuestra vida, ya que nada que valga la pena se construye sin el corazón. La apariencia y la mentira sólo ofrecen vacío.
En lugar de procurar algunas satisfacciones superficiales y de cumplir un papel frente a los demás, lo mejor es dejar brotar preguntas decisivas: Quién soy realmente, qué busco, qué sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en este mundo, cómo querré valorar mi existencia cuando llegue a su final, qué significado quisiera que tenga todo lo que vivo, quién quiero ser frente a los demás, quién soy frente a Dios. Estas preguntas me llevan a mi corazón.
“Tal vez porque el encuentro con el otro no se consolida como camino para encontrarse a sí mismo, ya que el pensamiento vuelve a desembocar en un individualismo enfermizo. Muchos se sintieron seguros en el ámbito más controlable de la inteligencia y de la voluntad para construir sus sistemas de pensamiento. Por no encontrarle lugar al corazón mismo, distinto de las potencias y pasiones humanas consideradas aisladamente unas de otras, tampoco se desarrolló ampliamente la idea de un centro personal donde lo único que puede unificar todo es, en definitiva, el amor.
“Si el corazón está devaluado también se devalúa lo que significa hablar desde el corazón, actuar con corazón, madurar y cuidar el corazón. Cuando no se aprecia lo específico del corazón perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias, porque la verdadera aventura personal es la que se construye desde el corazón. Al final de la vida contará sólo eso”.
Ante esta mentalidad humanista, existe este tipo de opiniones de un lector en un periódico español:
“A la hora de repartir, primero yo, después yo, y si sobra algo, pá mí. El egoísmo, ante todo. Hacer un sacrificio por otros... ni hablar. No cuidarán hijos, ni tampoco a sus padres, ni a sus parejas si lo necesitaran. Que lo haga el gobierno. Y esto vale tanto para hombres como para mujeres. Eternos adolescentes en el estricto sentido, ni sienten ni padecen”.
Pues sí, un comentario muy cínico ¿nos quedamos con ello? ¿Con el ejemplo de Tamara o Alina? ¿Tendremos la valentía de tomarnos en serio? Usted tiene la última palabra.