La emigración es una catástrofe social explosiva; y nada la detendrá. El epicentro de la conmoción es Estados Unidos y Europa; lo es de todas las desgracias humanas macrosociales del planeta desde hace siglos.
La emigración masiva derivó de la construcción del sistema colonial y de su continuidad natural, el capitalismo, el más depredador sistema económico de la historia. Durante el último tercio del siglo XIX nació de ese sistema la emigración de los pobres; por desposesión absoluta y ausencia de horizontes de vida para la mayoría. Desde entonces la catástrofe no ha hecho sino crecer.
Los que un día fueron decenas y centenas, se volvieron miles y más tarde centenares de miles. Entre enero y agosto del presente año, sólo en México, el Instituto Nacional de Migración rescató a un millón 469 mil 787 personas; de modo concurrente las olas de migrantes en Europa crecen sin cesar, y provocan la pérdida del juicio a sus gobernantes. Nada puede detener el crecimiento de la catástrofe; los poderes juntos de los centros dominantes nada pueden hacer.
Los millones de pobres de la Tierra migrarán acompañados siempre del más indecible sufrimiento, y se volverán decenas y centenas de millones. Las distancias pasmosas, la ferocidad del daño del trayecto (policías y delincuentes, selvas y pantanos), las violaciones y muertes numerosas, no detienen el flujo incesante. En los centros del sistema el pánico se ha apoderado de los poderes.
El Papa Francisco es la voz juiciosa. Tras la llegada masiva de emigrantes a la isla italiana de Lampedusa, en Marsella (Francia) dijo: “El fenómeno migratorio no es tanto una emergencia momentánea, siempre buena para la propaganda alarmista, sino un hecho de nuestro tiempo”; este proceso debe gestionarse “con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas… Han resonado dos palabras que alimentan los temores de la gente: ‘invasión’ y ‘emergencia’.
Pero quienes arriesgan su vida en el mar no están invadiendo, están buscando hospitalidad” y “no deben ser considerados como una carga que hay que soportar”. Lamentó que se hayan cerrado “varios puertos del Mediterráneo”. El ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, señaló que Francia “no acogerá a ningún migrante” procedente de Lampedusa. Mientras, Giorgia Meloni, presidenta del Consejo de Ministros de Italia, de extrema derecha, es la voz de la histeria. Hechos dramáticos similares se viven en la isla griega de Lesbos.
También en estos días, el alcalde demócrata de Nueva York, Eric Adams, con más de 60 mil migrantes en la ciudad, decidió que la solución era limitar a un mes el alojamiento de migrantes adultos sin familia, anulando así una ley histórica neoyorquina de hace décadas que obligaba a Nueva York a proporcionar alojamiento a quien lo necesite durante el tiempo que sea necesario.
Las necesidades de los migrantes crecen, los poderes se disminuyen sus propios recursos. Miles de personas serán echadas a la calle aunque no tienen dónde dormir ni cuenten con algún trabajo.
“El problema de los inmigrantes destruirá Nueva York”, afirmó Adams en rueda de prensa. “Destruyen”, es su definición. Los republicanos aplaudieron: “Agradecemos al alcalde Adams que haya sido honesto sobre el alcance de la crisis de la inmigración”, escribió en X el congresista Nick LaLota, al que siguió el presidente de la Cámara, McCarthy: “Ahora debe derogar las políticas de protección de Nueva York y el presidente Biden debe restablecer la ley Remain in México”, de Donald Trump: quédate en México (o muérete).
El imperio puede menos que México según las gesticulaciones de sus políticos. Contemporáneamente, Berlín afirmó que ya no tenía espacio para acoger a más refugiados y solicitantes de asilo, que ya 32 mil personas están alojadas en instalaciones públicas.
Según la Administración de Asuntos Sociales del Senado, la capacidad de acogida de personas en los centros de la Oficina Regional de Refugiados “está completa”. Lo mismo ocurre en el centro de acogida de solicitantes de asilo del distrito de Reinickendorf y en el de ucranios del antiguo aeropuerto de Tegel.
Los municipios alemanes se quejan de carecer de los recursos necesarios para gestionar la acogida e integración de los refugiados asignados. Los gobernados por la oposición conservadora exigen una política de inmigración restrictiva. Cerrazón y pánico frente a desafíos complejos. Incomprensión, ignorancia e incapacidad totales.
La operación de la economía mundial exige un cambio de fondo. La desigualdad global está pasando factura. México clama en la ONU, pero clama en el desierto. Crisis migratorias sin pausa veremos en los países del centro imperialista. También en los países vecinos –con recursos muy inferiores–, que agravarán la vida desdichada de los migrantes.
Para el capitalismo los migrantes son seres redundantes: las olas de los migrantes elevarán su altura y todo lo inundarán. Será una avalancha que hundirá al sistema en un largo tramo histórico de caos y devastaciones humanas.