La reciente Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS), en su versión del año 2022, reitera lo que ya sabemos: parte aún importante de la población mexicana percibe negativamente a las personas extranjeras, particularmente a las personas migrantes o solicitantes de protección internacional (refugio). Cambiar esto no es sencillo, sobre todo cuando el trasfondo de esas actitudes discriminatorias y opiniones prejuiciosas están enraizadas en la violencia estereotipada que se reproduce hacia el fenómeno migratorio por múltiples vías.
Si bien alrededor de 20 por ciento de la población mexicana opina que en el país se respetan mucho los derechos de las personas extranjeras, solo 10.6 por ciento tiene la misma percepción con relación al respeto de migrantes o refugiados. La contraparte, entre 80-90 por ciento cree que no es así necesariamente.
Pero si hablamos de apertura a la diversidad, como Inegi le ha llamado a este indicador, más de un tercio de la población mayor de edad en México no está dispuesta a abrir su espacio personal (su casa) a una persona migrante, por ejemplo, rentándole una habitación.
Los medios de comunicación juegan un papel relevante en la transmisión y reproducción de estereotipos y prejuicios, signos y símbolos que quedan en el imaginario de la población. Así lo dicen -por ejemplo- quienes, desde las organizaciones sociales, realizan labores de atención humanitaria a personas que transitan por el país; pero también lo han mostrado estudios y análisis sociales y culturales sobre relaciones de dominación y poder entre comunidades receptoras y grupos de población que se incorporan. En esta estructura jerárquica, las personas migrantes siempre son una amenaza.
En marzo pasado, por ejemplo, la actitud de una persona de origen haitiano frente a una reportera en Reynosa derivó en una nota que fue titulada “Haitiano golpea a adulto mayor y agrede a reportera en Tamaulipas”. Seguramente el interés original era obtener información sobre la situación de personas quienes aguardan para acceder a una solicitud de asilo en Estados Unidos.
El evento derivó en que la nota ya no fuera la situación de las personas en espera sino el presunto acto de violencia experimentado por la reportera y la detención posterior –según informó la misma nota– de la persona presunta agresora.
No es que la violencia se justifique, pero hay que decir que tratándose de personas extranjeras o migrantes existe un sesgo en la manera como se percibe e interpretan las situaciones que les involucra. Se pasa por alto que se encuentran en un contexto diferente al de su origen y sus marcos de referencia sociales, culturales, etc. difieren de los compartidos por los habitantes de estos espacios.
Además, los estudios sobre la problemática migratoria han mostrado que la salud mental o el estado emocional de quienes migran les crea una condición de vulnerabilidad frente a la incertidumbre, el desarraigo y su falta de pertenencia.
Los mensajes transmitidos y reproducidos por la prensa, televisión y redes sociales van cargados de valores y signos donde se pone de manifiesto que ellos –las personas migrantes– son diferentes a nosotros en una escala jerárquica y de dominación. Se asume que compartir, por ejemplo, el mismo idioma significa que nuestras traducciones e interpretaciones de las cosas y las situaciones debe ser similar; sin darnos cuenta que lo que hay detrás de los juicios son estereotipos y actitudes discriminatorias hacia este grupo de población que llega al país.