En una operación que significó la tercera quiebra de un banco estadunidense en menos de dos meses, el lunes JP Morgan absorbió el First Republic Bank. En ese momento, las autoridades de la Reserva Federal (banco central) y de JP Morgan, la mayor entidad bancaria de Estados Unidos, anunciaron que el “rescate” del First Republic ponía fin a las turbulencias que ha vivido el sistema financiero en las semanas recientes. Sin embargo, ayer las acciones de PacWest Bancorp se hundieron casi 50 por ciento desde un precio que ya era la quinta parte del registrado el 8 de marzo. Con la posibilidad de que ésta y otras compañías se declaren en quiebra en los próximos días, se reavivaron los temores de un colapso bancario generalizado.
Si bien estas quiebras han respondido a distintos factores, que van desde el alza de las tasas de interés hasta la exposición a activos de alto riesgo como las criptomonedas, existe un componente político insoslayable. Tras la crisis de 2008, cuando la gestión irresponsable de hipotecas y derivados financieros en el sistema bancario estadounidense causó estragos en la economía global, el gobierno de Barack Obama estableció una serie de regulaciones destinadas a acotar las prácticas nocivas de los banqueros. La principal de esas medidas fue la Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street y Protección al Consumidor, en la que se obligaba a los bancos a reforzar su solvencia. Pero esta normativa fue desmantelada por Donald Trump como parte de su cruzada para eliminar cualquier herencia de la administración Obama, y la falta de solvencia sentenció la caída de uno tras otro banco ante episodios de pánico de sus depositantes. De manera paradójica, uno de los principales promotores de la Ley Dodd-Frank fue Greg Becker, director ejecutivo de Silicon Valley Bank, el primero en sucumbir a una corrida bancaria (evento en que los clientes retiran sus depósitos en masa por miedo a una quiebra).
Ahora, se estima que hasta 186 bancos estadunidenses podrían caer por falta de liquidez si sus depositantes les retiran su confianza, lo cual impactaría a todos los sectores económicos dentro y fuera de Estados Unidos. Si a este escenario se suma la creciente polarización de la comunidad internacional y la hostilidad de Washington hacia Rusia y China (en forma de apoyo militar a Ucrania, de sanciones unilaterales y restricciones comerciales ilegales), queda claro que la situación mundial se ha vuelto en extremo complicada.
Hasta ahora, México ha sorteado con éxito la coyuntura, con una economía que resiste a los embates externos, una inflación que sin dejar de ser preocupante tiene una marcada tendencia a la baja y una política exterior al margen de las tensiones globales. Pero no puede ignorarse que en el futuro cercano se vislumbra una profundización de la crisis tanto en lo económico como en el clima prebélico entre las grandes potencias en torno a Ucrania y Taiwán, así como en escenarios locales como Sudán, Yemen y la ocupación de Israel en los territorios palestinos. Ante la evidencia de que el mundo de hoy se presenta agitado y tormentoso, es ineludible tomar las precauciones nacionales que correspondan en preparación para un posible empeoramiento de la circunstancia planetaria.