DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Mentiras

Escrito en OPINIÓN el

El problema del mentiroso es que nadie le cree cuando dice la verdad. Don Hortero, empleado de oficina, era apasionado jugador de dominó. Muchos adeptos tiene ese juego. Recuerdo entre ellos a un cura de pueblo que acostumbraba jugarlo en la cantina del lugar. Un día faltó su compañero, y le pidió a un muchacho que bebía en la barra su cerveza que le hiciera el cuarto. “No conozco bien el juego, padre” -se disculpó el joven. “Es muy fácil -adujo el sacerdote-. Además tú y yo vamos de compañeros. Lo harás bien”. No lo hizo bien el invitado. Tantos y tan crasos errores cometió que los adversarios del cura le pusieron una zapatería de órdago. Y se jugaba dinero, para colmo. El joven se disculpó, apenado: “Perdóneme, padre. Yo le dije que no conocía bien el juego”. “Mira, cabrón -le contestó el presbítero, irritado-. En la iglesia te perdono, porque esa es mi obligación, pero aquí vas a chingar a tu madre por pendejo”. Sin embargo, no es ésta la historia que me ocupa, sino la de don Hortero. Fanático también del dominó, llegaba tarde a su casa con frecuencia por jugar con sus amigos, lo cual encalabrinaba a su mujer. Sucedió que don Hortero cortejaba con asiduidad a cierta linda compañera de trabajo, y una tarde ella se mostró dispuesta finalmente a aceptar sus solicitaciones. “La mujer y la gata, de quien la trata”. Así decía un misógino refrán, de seguro hecho por hombre. Juntos fueron al Motel Kamagua, y en la habitación número 210 se entregaron a eróticos deliquios que no son para ser dichos, sino imaginados. Tres veces consumó el acto don Hortero. (“¿Por qué tan pocas?” -pregunta con extrañeza un lector que suele beber las miríficas aguas de Saltillo). Eso duró hasta cerca de la medianoche, de modo que cuando el casquivano señor llegó a su casa el reloj marcaba ya la una de la mañana. Como es de suponerse la esposa de don Hortero estaba hecha una furia. “¿Por qué llegas a esta hora?” -le preguntó, iracunda, a su marido. Éste, ufano y orgulloso, decidió responder con la verdad. Le dijo: “Cortejaba yo a cierta linda compañera de trabajo. Ella aceptó por fin mis solicitaciones, y juntos fuimos al Motel Kamagua. En la habitación número 210 nos entregamos a eróticos deliquios que no son para ser dichos, sino imaginados. Tres veces consumé el acto”. “¡Mentiroso! -rebufó la esposa-. ¡Seguramente estabas jugando al dominó con tus amigotes!”... El ginecólogo examinó a la joven empleada de oficina y le dijo que iba a ser mamá. Todo indicaba que tendría triates. “¡Ah! -se consternó la muchacha-. ¡Eso me pasa por hacerlo encima de la copiadora!”... Himenia y Celiberia, maduras y solteras, estaban platicando. Dijo Himenia: “Leí en una revista que a cada hombre le corresponden tres mujeres. ¿No te parece eso una inequidad de género?”. “No -respondió la señorita Celiberia-. Lo único que me gustaría es estar dentro de cualquier grupo de tres”... Powerio Bigso, famoso organista, estaba acariciando cumplidamente a una mujer casada en el domicilio de ésta. De pronto se oyó llegar un coche. Exclamó con alarma la mujer. “¡Mi marido! ¡Rápido! ¡Suspende la tocata y emprende la fuga!”... Expresó un historiador: “He encontrado una estadística interesante perteneciente a la Edad Media. En tiempos de las Cruzadas se fabricaron 4 mil cinturones de castidad y 4 mil 500 abrelatas”... “Fui bueno -le dijo aquel pescador a San Pedro al llegar a las puertas del Cielo-. Marido fiel, hombre trabajador...”. Lo interrumpió el apóstol: “Eres un mentiroso. Engañabas a tu mujer, y no hubo mayor güevón que tú”. “Perdona mis mentiras, San Pedrito -suplicó el sujeto-. Tú también fuiste pescador"... FIN.

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