Felipe Calderón estrenó su fraudulento sexenio con una brutal represión en Oaxaca y a partir del 10 de diciembre de 2006 declaró la guerra contra el narcotráfico con un onerosísimo costo en cientos de miles de vidas y recursos de la nación (llegó a significar más de 6 por ciento del producto interno bruto). Eso sí, por discursos no paró, pero en concreto su único logro fue exactamente el contrario a lo que se comprometió combatir, es decir, incrementar sustancialmente el trasiego de droga y fortalecer, financiera y en poder de fuego, al de por sí poderoso cártel de Sinaloa, a cambio, claro está, de muchos millones de dólares.
Por ello, no hay vuelta de hoja: resulta impostergable que el exinquilino de Los Pinos sea juzgado por delitos de lesa patria, y junto a él a los no pocos funcionarios de su gobierno que hicieron lo mismo que Genaro García Luna: enriquecerse a costillas de la estela de muerte y destrucción que dejó la citada guerra y que les permitió corromperse aún más en el sexenio calderonista. Todo impunemente y a costa de la nación.
Es claro que el exsecretario calderonista de Seguridad Pública (otro José de Jesús Gutiérrez Rebollo) pudo ser la cereza de la corrupción galopante en los tiempos calderonistas del combate al narcotráfico (aunque no hay que olvidar a los foxistas ni los priístas), pero sin duda no fue el único. De hecho, fue el ejemplo a seguir y los demás, ya confiados y con el aval del más alto nivel, no pocos entraron al negocio con idéntica pasión. Parece que, por ahora, la inconmensurable telaraña de intereses y complicidades ha impedido procesar a la pandilla, con el michoacano a la cabeza, pero se trata de una asignatura pendiente del Estado mexicano y debe subsanarse de inmediato.
Apenas días después de que Calderón declarara su guerra contra el narcotráfico, su primer secretario de Gobernación, Francisco Ramírez Acuña (otro represor cuando gobernó Jalisco) exigió a los medios de comunicación no hacer el caldo gordo al narcotráfico y los invitó a que dejaran a los que saben de seguridad el operativo en contra de los delincuentes.
Mientras Calderón y sus huestes dejaban un regadero de muerte, la mayoría de los dueños de esos medios y su heraldos se agacharon vilmente (no de gratis, desde luego) al firmar el muy calderoniano Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, que los instaba a seguir un decálogo de criterios editoriales para no interferir en el combate a la delincuencia, dimensionar adecuadamente la información y no convertirse en voceros involuntarios de los criminales (por cierto, hoy parece que siguen desquitando aquellos embutes), al tiempo que la pandilla de “Borolas” protegía, fortalecía y mantenía impune al Cártel de Sinaloa.
Los testimonios en contra de García Luna en el juicio en Nueva York lo han hundido, pero uno de los más contundente ha sido el de Jesús “El Rey Zambada”, pues a este no le platicaron que el exsecretario calderonista de Seguridad Pública recibía sobornos, sino que él mismo se los entregaba en el restaurante Champs Elysées, con el fin de garantizar, desde el Ejecutivo, protección e impunidad al Cártel de Sinaloa.
El intento de respuesta vino de la esposa de García Luna, Linda Cristina Pereyra, y la defensa del exfuncionario perdió la oportunidad de mantenerla callada. ¿Por qué? Según ella, el progreso natural de la familia, el mundo de propiedades que registra la pareja y las suculentas cuentas bancarias provienen (sic) de hipotecas y préstamos, más el finiquito que recibió como director de la AFI, al cierre del sexenio foxista. ¿Cuánto? Dos millones 700 mil pesos y con ellos, dice, armaron el imperio inmobiliario –lujoso departamento en Miami incluido– con decenas de propiedades. ¿En serio?
Lo cierto es que a lo largo de los sexenios, al menos desde Álvaro Obregón, la lucha contra las drogas sólo ha sido una careta de los gobiernos en turno, porque en los hechos el narcotráfico nunca se combatió, pero sí derramó suculentos sobornos. Decía “El Manco de Celaya” que se ha continuado con la persecución del comercio ilícito de drogas y de ahí pa‘l real, porque sus sucesores dijeron lo mismo: persecución enérgica, lucha abierta, campaña permanente, combate sin tregua por razones de Estado, compromiso irrenunciable, etcétera, etcétera, pero los barones de la droga son cada día más poderosos.
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