MAURICIO DICE...

Mis primeros 50 Años

Escrito en OPINIÓN el

Muchos lo recuerdan por su canción Polvo Enamorado, que cantó José José, otros por sus libros como Última Llamada, y algunos por su personalidad alegre, por sus artículos diarios publicados en periódicos como El Mañana de Nuevo Laredo, o Excelsior, o por sus amistades con Luis Donaldo Colosio o la Doña María Félix. Hace 100 años, Nuevo Laredo vio nacer al escritor Mauricio González de la Garza

Para celebrar el centenario de su natalicio, El Mañana de Nuevo Laredo comparte algunos de los editoriales escritos por Mauricio González de la Garza.

El doctor Mauricio González de la Garza, nació el 6 de octubre de 1923 y falleció el 2 de julio de 1996.

Nací un sábado 6 de octubre de 1923 siendo presidente de la República don Álvaro Obregón y en pleno esplendor de los tangos. Así de sencilla es la cuenta que me lleva a cumplir hoy mis primeros 50 años. Soy, pues, mayor que el PRI y menor que muchos otros males y bienes mayores y menores.

Cuando hablé -regocijado- para invitar a la China Mendoza a que viniera a darme un abrazo, ella, que es mujer sensible y extrañamente dulce, estalló en llanto. Sollozando se negaba a creer que mi alegría era real, que las arrugas no me importan y que la edad ni me asusta ni me acobarda. La verdad es que no me siento hoy más cerca de la muerte que hace cuarenta años. No es cierto que pesen los años, al contrario, lo pesado es el futuro, lo impreciso, lo adolescentemente inestable. La vocación en la juventud es un problema de angustia. Uno lo quiere ser todo, desde torero hasta papá. Los afectos se tropiezan, los deseos se enferman, las ilusiones se desproporcionan, los pasos se desordenan. La vocación es un llamado sí, pero cuántas veces percibimos la invitación vital de manera tan fuerte que en lugar de señalarnos el rumbo nos aturde.

Recuerdo, por ejemplo, lo angustioso que era para mí elegir entre la lectura y la música. Soy incapaz -por fortuna- de combinarlas. Eran, en última instancia, la razón y el sentimiento que allí habían establecido su campo de feroz batalla. Entonces hube de aprender que vivir es un permanente renunciar, y que hay que renunciar con placidez para poder gozar con plenitud lo que se elige. En el fondo, la juventud no es un renacimiento sino un lujurioso período medieval, extremoso, debatiente, pretenciosamente racional.

La juventud es un estado lamentablemente transitorio porque no tiene más camino que la muerte. Yo no creo en abismos entre los jóvenes y los mayores; creo en los abismos de la sensibilidad, de la inteligencia, de los modos de comer. Mentira que haya brechas hoy que antes no existían. Las brechas las inventan los adolescentes truculentos para explotar mejor a sus ingenuos papás. La juventud jamás es conciencia de juventud. La juventud es, en el mejor de los casos, una apasionada y apasionante locura, un vértigo de los sentidos y un nadar entre náufragos y naufragios. Y el futuro, como una eternidad, juega todos los juegos que los silogismos de colores pueden fabricar.

A los cincuenta años no hay problema de vocación ni de indeterminación. El futuro se angosta, sí, pero si la vida no se entregó a llenarla de medios sino de fines, sí después de años amontonados uno sigue acompañado por sus seres queridos, si los amigos duran a pesar de los vientos y de los temblores, si los libros se vuelven cada día más amistosos y la música más accesible, entonces, ¿por qué han de pesar los años?

Es cierto, ya no puedo subir las escaleras brincando los peldaños de tres en tres, pero puedo, antes de indignarme y de enfurecerme, hacerme la pregunta ¿qué fue lo que yo hice? Y también puedo protestar.

Ayer en el ISSSTE un “Oficial Delegación Cuauhtémoc”, hombre alto, vestido de militar, con unas alas como de aviador, botas altas, guantes y porte de raza superior, sin el menor respeto a la cola, fue atendido -así con garbo y seguridad lo exigió- antes que los demás. Yo grité que si era pinochete, que si los militares habían tomado el poder. Ninguno de los jóvenes se atrevió a decir nada. Yo era el viejo y fui el único por lo menos en gritar. El silencio nunca ha sido mío ni será si yo puedo evitarlo.

Por eso, por esas cosas estoy muy contento de cumplir hoy sábado 6 de octubre de 1973, mis primeros cincuenta años...

6 de octubre de 1973.