La Preparatoria Popular está a una cuadra de mi casa. Los muchachitos melenudos enguitarrados, ajenos al baño e insulentillos que la pululan, no han sido de mi particular simpatía. Los días que precedieron a la sangrienta manifestación del día de Corpus me tenían hasta el copete. Cada vez que pasaba se acercaban al carro a pedir dinero, pintarrajeaban los camiones y algunos muros y aparadores. Es decir provocaban la irritación. Lo que solicitaban era caótico y excesivo. Lo mismo exigían la destitución del gobernador de Nuevo León -el famoso Farías, sí, el enemigo del rector de la Universidad Nacional en 1968- cosa en la que yo estaba de acuerdo, que la libertad sindical. En fin, me molestaba que se treparan en montón a los camiones a pedir dinero, porque, para mí eso era contra del estudiantado, pero jamás se me ocurrió que los fueran a asesinar.
Yo a mis alumnos les dije que el jueves diez habría clase y la hubo. Mis alumnos estuvieron -afortunadamente- lejos del escenario del crimen. Cuando a la clase llegó un grupo de muchachos a informar lo que estaba sucediendo, debo confesar mi candor y mi estupidez- creí que eran provocadores. Mi optimismo, mi amor por México, me impidió creer que tal horror pudiera ser realidad. ¿Por qué habrían de matar a los muchachitos esos?
Ahora –como en el 68- no entiendo nada. Hemos mostrado una vez más al mundo que somos bárbaros y sanguinarios. La matanza del jueves 10 ha demostrado que mataron por el gusto de matar.
¿Se sentía el gobierno tan impotente que no pudo usar agua o gases para disolver una manifestación pacífica? ¿Cómo es posible que la policía permaneciera de parte de los asesinos, que los ayudara, los propiciara y les facilitara el camino. Esto es tan incomprensible que llena de angustia y de terror. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos ante eso? Claro, para ellos asesinar en la impunidad absoluta es fácil y tentador.
Mataron mexicanos, mexicanos. Mexicanos que se apellidan Galicia, Castañeda, Argüelles, Valdés, Bernal, Juárez, Muñoz, Callejas... e hirieron a mexicanos, mexicanos que se apellidan como los héroes de la patria, como las madres de cada día, como la mayoría de los mexicanos que venimos de mexicanos. Si en lugar de mexicanos, la fuerza de choque ataca a un grupo de judíos para este momento tendríamos protestas de Israel y de todo el mundo acusándonos de genocidio; si hubiera sido un grupo de ciudadanos de Estados Unidos de América para este momento ya tuviéramos aquí a los “marines”, pero mataron a muchachitos mexicanos, a muchachitos cuyo crimen consistía en querer que los ricos fueran menos explotadores y que los pobres comieran por lo menos una vez al día.
Matamos -digo matamos porque de alguna manera ya todos los mexicanos estamos manchados de sangre- a jovencitos llenos de luz y de optimismo. Asesinamos las voces que condenaban... O por lo menos gente que se dicen que gobiernan en nuestro nombre o por decisión de nuestro voto, auspiciaron el crimen y lo solaparon... Que alguien tenga piedad de nosotros. Que alguna vez llegue la justicia a este pobre país abandonado a merced de buitres y de chacales.
NOTA DEL EDITOR: El 10 de junio de 1971, fuerzas paramilitares llamadas por el pueblo “Halcones”, disolvieron a balazos una manifestación estudiantil frente al edificio de la Escuela Nacional de Maestros, hiriendo y matando a un número aún no precisado de jóvenes.