Por Homero Juambelz González, sobrino del escritor Mauricio González de la Garza
La ceremonia por el centenario del natalicio de mi tío estuvo muy lucida, dinámica y emotiva.
Se proyectó un video con una semblanza de la vida y obra de él; la información que se dice se obtuvo de las 26 páginas que escribí y envié a la municipalidad exclusivamente para este propósito.
Se expusieron en tres mesas vitrinas la colección completa de las obras de mi tío que doné (ver video), se cantaron canciones de mi tío, se declamaron décimas y leyeron fragmentos de sus libros. Yo hablé sobre el orgullo que mi tío sentía por Nuevo Laredo (si desean el discurso se los puedo hacer llegar) y la municipalidad ofreció a la familia González de la Garza una placa recordando tan importante fecha (ver fotos).
Yo pensé que habría muchos paleros de la presidencia municipal entre los asistentes, pero no; todos ellos estaban de una u otra forma relacionados profundamente con mi tío.
Hubo dos momentos que mi corazón se hizo de lágrimas; el primero cuando escuché la voz de mi tío cantar Rosas de Abril y el segundo oír las palabras en el estrado de una gran amiga de él, de Ninfa Deandar; habló con profundo y purísimo sentimiento que me hizo reflexionar en que la verdadera amistad sigue a pesar de la muerte y a pesar de los años que ésta conlleva.
Consideré que en este mensaje para recordar a mi tío era mejor, más que hacer una reseña detallada sobre el evento, transcribir un párrafo de su libro “Última Llamada” que estaba en mi mente y que por casualidad lo encontré al abrir el libro anoche después de pasear a Astro (ver foto de Última Llamada y de Astro dormido).
El párrafo es un diálogo entre De la Madrid, aún secretario de Programación y Presupuesto, y López Portillo que mi tío imaginó y en el que asegura que fue así que De la Madrid se ganaría el dedazo. Así escribió mi tío:
“No es difícil imaginar el diálogo que sostuvieron el secretario de Programación y Presupuesto y el Presidente de la República en relación con el nombramiento de José Ramón López Portillo. ¿Quién va a saber ahora si tiene o no méritos para ser subsecretario? Pero, De la Madrid, ante el vacío dejado por Rosa Luz Alegría en su Secretaría, quería matar dos pájaros de un tiro: conformar al hijo y complacer al Presidente.”
“Señor, señor Presidente, con todo cuidado he revisado a los candidatos posibles para ocupar el puesto de la señora doctora doña Rosa Luz Alegría, tan justamente elevada al rango que le corresponde por su inteligencia, su saber y su currículum; y, señor Presidente, no hay en lo ancho y largo de este país nuestro ningún hombre con las cualidades de su hijo, el licenciado don José Ramón. Sé de antemano, señor Presidente, que usted pondrá objeciones y reparos a la designación; sé que usted, por probo, por delicado, por meticuloso, intentará decirme que no. Lo sé, señor Presidente, pero, le suplico que, antes de decirme que no, lo piense usted no en términos familiares, sino en términos de la patria. México necesita a José Ramón. No se trata del hijo del Presidente, no; se trata de que le estoy hablando de un joven inteligente, talentoso, brillante, y no quiero decir genial para no ofender su pudor; pero esa sería la palabra, señor Presidente, genial. Usted es un hombre justo, usted es un hombre honrado. No prive usted a México de uno de sus más grandes valores, de un muchacho cuya eficiencia, eficacia y solidez están más allá de las pruebas. Usted, y perdóneme que se lo diga, señor Presidente, no tiene derecho a impedirle a un gran mexicano como José Ramón que ocupe un puesto que por legítimo derecho
le corresponde. Y, no sería justo, señor Presidente, que en aras de un prurito, impidiera usted que México disfrute de los grandes méritos y virtudes de José Ramón. No, no lo piense usted en función de la familia. Yo sería el último en aconsejar semejante conducta si
la razón no me apoyara y si no estuviera solicitando, con el más cristalino de mis fervores, al mejor, al único, a la única opción; al licenciado José Ramón López Portillo. Y no hay, señor, se lo aseguro, se lo juro por lo más sagrado, no hay en México nadie mejor para ese puesto. Usted mismo sabe que José Ramón es cumplido, trabajador, patriota y de la más fervorosa y apasionada entrega a cuanto usted le solicita para el bien de México y para el bien de los mexicanos.”
“Y… el Presidente de la República, más allá de sí mismo, más allá de México, envuelto en la exultación de unas palabras tan justas, de razones tan contundentes, de frases irrebatibles, nombró a su hijo, al hijo del Presidente, como el primer subsecretario hijo de un presidente mientras el presidente está en función. Jamás don Porfirio hizo semejante cosa. No la hizo ni él, ni ninguno de los que le siguieron.”
Este diálogo imaginario ajeno al tiempo, pues las locuras e insolencias de los gobernantes son las eternas manchas de su condición humana y política, que augura el destape de De la Madrid para gobernante embarra su presidencia de una manera genial y sublime. De los escritores políticos de esa época solo mi tío se atrevió a hacerlo.
Estoy seguro que este extraordinario diálogo le costaría las amenazas de muerte por parte de López Portillo, su exilio de abril de 1981 a mediados del 86 y el repudio eterno que De la Madrid sentiría por él.
¡Lindo día!