En una columna anterior comentaba que varios tramos del río Bravo se secan periódicamente debido a la retención de agua en los embalses construidos a lo largo del siglo XX, y que a esta situación se suma la sequía derivada del cambio climático.
De proseguir la tendencia actual no es inverosímil que la mayor parte del río, si es que no toda su extensión, se marchite completamente. Las consecuencias ambientales, sociales, económicas y políticas soerían catastróficas tanto para la población humana y sus cultivos y ganado, como para la fauna y flora silvestres. Muestra de ello han sido las restricciones que sufrieron los habitantes del área metropolitana de Monterrey hace apenas unos meses, así como las periódicas disputas por la entrega mexicana de agua del Bravo a Estados Unidos.
Ante la posibilidad de un río Bravo seco de forma permanente me preguntaba qué pasaría con el límite fronterizo entre ambos países, a lo que respondí con una conclusión propia de la geografía política y del derecho internacional. Resumidamente, para la delimitación de la frontera, la sequía tiene más bien un impacto positivo. Con un río sin agua, México y Estados Unidos conseguirían aquello que durante tanto tiempo han anhelado: un límite estable que no cause problemas, que no modifique su curso y que, por lo tanto, no afecte la materialidad de los territorios nacionales. Probablemente lo único que tendrían que hacer ambos gobiernos es ajustar el tratado de límites con el fin de reflejar la nueva situación, pero poco más.
Ahora bien, esa no es la única respuesta posible. Desde otras miradas, como la del arte, el cine y la literatura, se han fijado en otras implicaciones. Un tema recurrente al hablar del río y de la frontera entre México y Estados Unidos, ha sido la migración irregular y los riesgos para la vida propia que encierra el cruzar este curso fluvial. Pudiéramos mencionar muchas obras, pero sirva de ejemplo “Murieron a mitad del río” (1948), del escritor y periodista mexicano Luis Spota, novela posteriormente adaptada al cine en 1986 por el director José Nieto Ramírez.
En la novela, que recientemente he leído y recomiendo, Spota relata la historia de los “mojados” que se aventuran a cruzar la frontera hacia EU, no siempre con éxito, como resume de forma clara el título. Para Spota la muerte de los migrantes no es solamente biológica, sino también social y psicológica.
Lo habitual en muchas obras ha sido seguir las vidas de quienes logran cruzar, aunque algunos autores han preferido reparar en quienes no lo consiguieron, en quienes perecieron y se han preguntado por sus cadáveres. En esta dirección, Medardo Treviño, uno de los dramaturgos más representativos del llamado Teatro del Norte o fronterizo y no por casualidad oriundo del municipio de Río Bravo, Tamaulipas, nos ofrece un posible desenlace, si bien distópico o apocalíptico. En Sepultados (2002), Treviño recrea la grave sequía que se vivió en 2001, cuando la boca del río se secó durante algunos meses, un suceso sobre el que desde Matamoros y Brownsville se exclamó que “no nos imaginábamos que nunca iba a pasar”.
En la obra de teatro Treviño nos plantea un segundo escenario inimaginable: al secarse la desembocadura quedan al descubierto el cúmulo de cadáveres de quienes sucumbieron y, por arte de magia, los cadáveres regresan a la vida momentáneamente y recrean sus últimos momentos, sus deseos y sus sueños. Durante su existencia como zombis, lejos de perseguir a los vivos para comerse sus cerebros, restan paralizados por el temor que les tienen y, a la vez, asustados de regresar a la nada.
En definitiva, obras como éstas nos invitan a prestar atención a otra de las consecuencias de un lecho fronterizo seco: debe descubrirse lo que permanece ocultado e invisibilizado por la fuerza del río, tanto los cadáveres como los causas que empujaron a quienes intentaron cruzarlo a nado.