“Quiero unas pastillas de Viagra para el insomnio de mi marido”. El farmacéutico se sorprendió al oír aquella petición de la mujer. Le dijo: “Señora: el Viagra no es para hacer dormir. Es más bien para despertar lo dormido”. Adujo ella: “Dormida estoy cuando mi esposo me despierta porque no puede conciliar el sueño. Y al menos con el Viagra me despertará para algo mejor que para pedirme que le traiga una tacita de leche tibia con azúcar”... El joven Tinino era muy bajo de estatura. Tan chaparrito era que no necesitaba agacharse para atarse las cintas de los zapatos. En busca de trabajo pidió ingresar en la Policía municipal de su pueblo, pues oyó decir que aunque el sueldo era modesto, las buscas -ingresos no oficiales- eran sustanciosas, sobre todo por lo que daban los abarroteros al gendarme de su barrio para que se hiciera de la vista gorda y los dejara vender a ocultas soyate o tanguarniz, ásperos bebistrajos que buscaban los borrachines del lugar para embriagarse o aliviar la letal cruda con que pagaban -y con pesados réditos- los excesos de la noche anterior. Se presentó, pues, Tinino con el jefe de la Policía y le pidió que lo admitiera en la corporación. “Imposible -negó el polizonte-. Para ser gendarme se necesita medir 1.70, y tú mides a lo más 1.55, y eso con botas vaqueras o tacón cubano”. “Pero, jefe -alegó el solicitante-, un primo mío acaba de entrar en la Policía, y mide lo mismo que yo, y quizá hasta un poco menos”. “Imposible -volvió a negar el jefe, que disponía de poco vocabulario-. ¿Quién es tu primo?”. “Pulgario Nímiez -respondió Tinino-. Le dicen ‘El hombre de acero’… De a cero metros. Y ya es cabo”. “Imposible" -repitió el jenízaro. E hizo llamar al tal Pulgario. Le preguntó: “¿Cuánto mediste para entrar en la Policía?”. Respondió el interrogado: “500 pesos, jefe”...¿Cuántas veces los recién casados llevaron a cabo el acto del amor en su noche de bodas? A riesgo de pecar de indiscreción voy a decirlo: tres veces. El dato es fehaciente: lo propalaron los mismos desposados; entre sus amigas ella; con sus amigos él. Agotados los deleites de himeneo ambos quedaron poseídos por el dulce sopor que sigue a la pasión cumplida, y se durmieron en el estado mismo en que se hallaban. Al día siguiente despertó ella, y lo primero que vio fue la entrepierna de su maridito. Al verla se echó a llorar desconsoladamente. Gimió llena de aflicción: “¡Anoche nos la acabamos toda!”. (Nota: La entrepierna)... La noche de Halloween doña Uglicia se puso una nariz de bruja horripilante, color verde y morado, con un piloso lobanillo en la punta y señales de secreciones purulentas. Llegó a su puerta a pedirle dulces una niñita que llevaba también una nariz de bruja. Le dijo doña Uglicia, alegre: “¡Mira! ¡Nuestras narices se parecen!”. “Sí -replicó muy seria la pequeña-. Pero la que yo traigo no es mía”... Candidito, joven inocente, casó con Pirulina, que sabía un rato largo acerca de las cosas de la vida. La noche de las bodas él se presentó al natural, tímido y corto, ante su flamante esposa. A ella no le importó lo tímido, pero lo otro sí. Le dijo a su nervioso maridito: “¡Ay, Candi! ¡Tu mamá me advirtió que tenías cosas de niño, pero no pensé que se refería a esto!”... Es poco grata la presencia de Capronio en esta columna, pues su conducta deja mucho que desear, por insolente. Una mañana su hijo le anunció, asustado: “¡Papi! ¡Un ovni aterrizó en nuestro jardín, y los alienígenas se llevaron a la abuela!”. El tal Capronio permaneció impertérrito. Le preguntó el niño: “Papá: los extraterrestres ¿son buenos o son malos?”. Replicó el majadero: “Si se llevaron a mi suegra son buenos, muy buenos”... Por primera vez el enamorado novio miró sin ropa a su dulcinea al empezar la noche de bodas. Le dijo, emocionado: “Tus cabellos son dorados; tu frente nívea; tus mejillas róseas; purpurinos tus labios; de gacela tu cuello, y tu pies pequeñitos son cual perlas”. Le hizo notar la muchacha: “Te saltaste todo lo mejor”... FIN.
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