“Estoy muy nerviosa. No sé si vaya a poder hacer esto”. Tales palabras le dijo la recién casada a su flamante esposo al borde del lecho al empezar la noche de bodas. Pasó el tiempo. (Pasar es lo mejor que el tiempo sabe hacer, a más de curar heridas del corazón). La pareja celebraba sus 40 años de casados, y los esposos fueron a una segunda luna de miel. Al empezar la nueva noche de bodas, el señor le dijo a la señora al borde del lecho: “Estoy muy nervioso. No sé si vaya a poder hacer esto”... El buen padre Arsilio se preocupó: entre sus parroquianos estaba cundiendo el alcoholismo. Los reunió en el templo y les pidió en tono suplicante: “Hijos míos: ayúdenme a acabar con el nefasto vicio del alcohol”. “¡No! -se oyó desde la última fila la aguardentosa voz de un borrachito-. ¡Déjenlo que se chingue él solo!”... “Acúsome, padre, de que todos los días cometo el pecado de ira-”. Eso le dijo Pirulina al padre Arsilio en el confesonario. “Grave culpa es ésa, hija mía -la amonestó interrumpiendo el presbítero-. La cólera es siempre mala consejera. Ira initium insaniae. La ira es el principio de la locura. Lo dijo Cicerón en una de sus Cuestiones Tusculanas, la IV para ser más preciso. Aunque pagano, ese hombre decía en ocasiones cosas buenas. La próxima vez que sientas ira respira profundamente varias veces, cuenta hasta 10 y luego di en silencio una jaculatoria al santo Job, patrono de la paciencia y la resignación”. Aclaró Pirulina: “No me dejó usted terminar, padre. Acúsome de que todos los días cometo el pecado de ir a la cama con un hombre distinto cada día”. (Nota: al parecer no descansaba ni los domingos ni las fechas importantes. Incluso lo hizo el pasado 13 del corriente mes, en que se recordó la toma de Tenochtitlán por los tlaxcaltecas, los texcocanos, los otomíes, los chichimecas y otros pueblos aborígenes ayudados un poco por Cortés y sus hombres. Bien se ha dicho que la Conquista la hicieron los indios, y la Independencia los españoles)... Himenia Camafría, célibe de edad madura, invitó a cenar en su casa a don Cucurulo, provecto caballero. Ahí le ofreció una meriendita consistente en una taza de chocolate y un pastel que compró con sus propias manos, según le contó, orgullosa, a su invitado. Le dijo: “Estoy un poco inquieta, amigo mío”. Inquirió don Cucurulo: “¿Puedo saber por qué?”. Respondió ella, ruborosa: “Temo que aprovechando la soledad en que nos encontramos intente usted algo que ponga en riesgo mi virtud”. “¡Señorita! -protestó don Cucurulo-. ¡Soy un caballero! Pertenezco a la Legión Condal, cuyo código de honor nos impone a los cofrades deberes de castidad y continencia que sólo andando ebrio me atrevería yo a romper”. “¡Entonces andamos de suerte! -se alegró la señorita Himenia-. ¡Acabo de comprar una botella de tequila!”... Unos novios acudieron a la oficialía del Registro Civil y le dijeron al encargado que querían contraer matrimonio. El oficial se dispuso a tomar los datos de los contrayentes. Le preguntó al novio: “¿Cuál es su nombre?”. Respondió el muchacho: “Carmelino Patané”. “Y usted, señorita -se dirigió el funcionario a la muchacha-, ¿cómo se llama?”. Contestó ella: “Loretela Patané”. Quiso saber el oficial: “¿Alguna relación?”. Dijo la chica: “Varias”... Una dama de atractiva presencia y donairoso andar llegó a una clínica de especialidades y la preguntó a la recepcionista: “¿Hay aquí un ginecólogo psiquiatra?”. “¿Ginecólogo siquiatra? -se sorprendió la chica-. No conozco esa especialidad. ¿Por qué necesita usted un ginecólogo psiquiatra?”. Respondió la interrogada: “Porque cada vez que me tocan allá me vuelvo loquita”... El jefe de los antropófagos tenía en el caldero al editor asistente de “The Worshire Times”, quien al hacer un reportaje sobre el Continente Negro había caído en manos de una tribu de caníbales. Le dijo el jefe de los antropófagos al explorador mientras meneaba el cazo: “Alégrese, amigo. Hasta ahora ha sido editor asistente. Cuando ya esté cocinado va a ser editor en jefe”...FIN.
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Un ginecólogo psiquiatra
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