En las últimas columnas he ido desgranando las dificultades de fijar la frontera en el río Bravo. Las dificultades para México y Estados Unidos surgen del intento de conciliar política y técnicamente dos espacios incompatibles: uno, el límite internacional, es una línea (una dimensión) inmóvil y estable; y, el otro, el río, es un volumen (tres dimensiones) con movimiento y cambio constante. Pero, planteémonos ahora otra posibilidad: ¿qué pasa cuando el río no lleva agua y permanece el lecho seco? Es decir, cuando no se tiene que lidiar con ningún volumen en movimiento, sino con una superficie (dos dimensiones) inmóvil. Intuitivamente diríamos que en ese caso fijar la frontera debe ser mucho más sencillo. Y así es, pero con ciertos matices: a nivel técnico no hay problema; pero a nivel político… quizá sí. Vamos a verlo.
Históricamente el río Bravo ha sido un curso fluvial caudaloso y furioso. De ello dan testimonio los nombres que le dieron tanto los pueblos indígenas que habitaban en sus orillas como los exploradores españoles. Unos y otros lo conocieron por ser un río grande y bravo. Y en esta situación se lo encontraron México y Estados Unidos cuando acordaron su frontera en 1848. Sin embargo, su caudal ha disminuido constantemente en el último siglo por el incremento en la captación de agua para consumo humano y riego y por el cambio climático.
Primero, a consecuencia de la construcción de las presas de Elephant Butte y Caballo en la cuenca alta, allá en Nuevo México, y la derivación del agua para el desarrollo agrícola, empezó a disminuir el caudal de la cuenca media. El sector más afectado es el comprendido entre Cd. Juárez-El Paso, aguas abajo de las presas, y Ojinaga-Presidio, punto donde el Bravo se llena de nuevo gracias a las aportaciones del Conchos, su principal afluente. Desde 1915, este sector se seca cada año; de forma temporal, pero periódica. Actualmente el río permanece seco en promedio más del 60% de los días, y en ocasiones incluso se ha acercado al año entero, como cuando en 1952-1953 estuvo sin ni una gota por 297 días consecutivos.
A esto se suma el cambio climático, especialmente la sequía derivada de la disminución de precipitaciones y del aumento de las temperaturas (y, por lo tanto, de la evaporación). Como consecuencia el caudal ha disminuido aún más, y el río desaparece incluso en lugares donde nunca antes se había secado. Este es el caso del tramo correspondiente al Big Bend, aguas abajo de la confluencia con el Conchos, que este año 2022 se ha secado por primera vez. Durante un mes, entre finales de abril y finales de mayo, el lecho del cañón de Santa Elena permaneció completamente seco.
Llegados a este punto es momento de responder a cómo afecta un lecho seco a la delimitación de la frontera. A nivel técnico, no supone mayores problemas que en un río con agua. Al contrario, la delimitación es mucho más sencilla, sobre todo si es permanentemente seco. En una y otra situación se aplican las mismas soluciones, como demuestran las pocas fronteras coincidentes con ríos secos, como el Atrek entre Irán y Turkmenistán.
En cambio, a nivel político, plantea mayores problemas. Los estados prefieren los límites claramente visibles y distinguibles, como los ríos con agua. De hecho, rehúyen de los cursos secos, como en el caso de la frontera entre China y Hong Kong, delimitada siguiendo el río Sha Tau Kok. A fines del siglo XIX era seco, pero hoy está alimentado por el transvase de agua del Sham Chun. En nuestro caso, todos los tratados de delimitación del río Bravo (1848, 1884, 1970) parten de la premisa que el río lleva agua y, como consecuencia, establecen la escorrentía como un requisito indispensable para la delimitación. Es más, todos los tratados son también una respuesta a los cambios constantes del cauce, de forma que establecen varios mecanismos para corregir el límite o para restaurar el cauce, según sea el caso. En este sentido, el vigente tratado de límites está en riesgo de quedarse obsoleto y, por lo tanto, México y Estados Unidos pueden verse empujados a adaptarlo a la nueva normalidad de la sequía.
El Colegio de la Frontera Norte