DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Mascotas

Escrito en OPINIÓN el

El cuento que enseguida narraré ¿es tierno o pornográfico? Mis cuatro lectores juzgarán cuál de esas notas predomina en el relato... El huevito y la huevita se casaron. En la noche de bodas ella se le presentó ataviada sólo con un vaporoso negligé que dejaba a la vista todos sus encantos. Ante tanta belleza el huevito, asustado, se echó a temblar. La huevita le preguntó llena de alarma: “¿Qué te sucede, amor?”. Respondió con voz trémula el huevito: “Es que al verte me puse duro, y he oído que a los huevos duros los rompen a cucharazos”... Aquel pequeño pueblo contaba sólo con 5 mil almas -y supongo que con otros tantos cuerpos-, pero aun así tenía un gran templo parroquial de elevadas torres y majestuosa cúpula. Un forastero llegó al villorrio y se sorprendió al ver a centenares de hombres cavando afanosamente en torno de la recia fábrica eclesial. (El vocablo “fábrica”, en términos del diccionario, es sinónimo de construcción). Preguntó la razón de aquellos presurosos trabajos. Le explicó un lugareño: “Acaba de salir un decreto estatal prohibiendo que haya una casa de mala nota a menos de 500 metros de un templo. El alcalde, que es dueño de la de aquí, les dio un plazo de 30 días a los vecinos para que muevan más allá la iglesia”... Pancho el Mexicano estaba pescando truchas en un riachuelo de Vermont. Acababa de pescar una y la tenía en un balde junto a un letrero que decía: “Prohibido pescar”. Llegó un guardia forestal y le dijo a Pancho: “Queda usted arrestado”. “¿Por qué?” -preguntó él. “Está prohibido pescar aquí -le contestó el guardia-, y usted está pescando”. “No estoy pescando -replicó el mexicano-. Esta trucha es mi mascota. Todos los días la traigo aquí para que nade un rato, luego le silbo, regresa a donde estoy y volvemos a la casa”. El guardia, incrédulo, manifestó: “Eso me gustaría verlo”. “Mire” -le dijo Pancho. Y así diciendo arrojó al río a la trucha, que se alejó nadando alegremente como al compás de la música de Schubert. El guardia esperó un breve rato y luego le ordenó al mexicano: “Ahora sílbele a la trucha”. Preguntó Pancho con cara de inocente. “¿Cuál trucha?”... De sobra conocemos a Capronio: es un sujeto desvergonzado y ruin. En un antro conoció a una mujer que llamaba la atención por la prominencia de su alabastrino busto, el cual un pronunciado escote dejaba ver sin estorbo. Después de compartir con ella un par de copas -o cuatro, o cinco, o seis- le hizo una proposición indecorosa: “Te pagaré 30 mil pesos si me dejas darle una leve mordidita a tu precioso busto”. La dama tenía un gran sentido práctico, de modo que aceptó la propuesta. Fueron al estacionamiento, y en un penumbroso rincón expuso ella su doble encanto. Capronio lo acarició con delectación morosa; lo besó largamente y pasó por él su lengua una y otra vez. Le preguntó, impaciente, la mujer: “¿A qué horas le vas a dar la mordidita?”. “No -replicó el majadero-. La mordidita sale muy cara”... “Me inspira usted un rencor infinito, una enorme inquina, un odio feroz”. Esas ominosas palabras le espetó un tipo a otro en el conocido Bar Ahúnda. “¿Por qué?” -se sorprendió el otro. Explicó el primero: “Supe que iba a huir de la ciudad llevándose a mi esposa”. El inculpado se defendió: “Pero no lo hice”. Remató el individuo mascando las palabras: “Por eso me inspira usted un rencor infinito, una enorme inquina, un odio feroz”... Don Poseidón, granjero acomodado, fue al pueblo vecino y compró ahí un toro semental. Igual habría podido comprar un buey: el animal se mostró por completo indiferente ante las vacas, pese a que varias de ellas estaban en tiempo para recibirlo. Don Poseidón, entonces, llamó a una médica veterinaria de la ciudad. Cuando la profesionista llegó a la granja el labriego le dijo: “El toro no hace lo que debe hacer. Se la pasa todo el tiempo comiendo, durmiendo y bufando”. La doctora dijo: “El toro vino de Cuitlatzintli, ¿verdad?”. Don Poseidón se sorprendió: la veterinaria había adivinado de inmediato el origen del toro. “Así es -respondió-. En Cuitlatzintli compré el animal. ¿Cómo lo supo usted?”. Contestó la doctora: “De ahí es mi marido”... FIN.

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