Desde niño me emocionaba cualquier partido en el que se enfrentaran el 1 contra el 2 de la tabla, sobre todo si era en casa del segundo, para que fuera más parejo, pensaba yo, y en cuanto a selecciones, me imaginaba un Brasil-Alemania, que durante la segunda mitad de los 90 dominaron el ranking de la FIFA.
En este caso, Pachuca y Atlas terminaron en 1 y 3, pero se conjuga algo mejor que lo expuesto líneas arriba: es el superlíder contra el campeón vigente.
Hace varios ayeres, los Tuzos, una especie de Chelsea región 4, después de toda una vida de no ganar nada, dieron la campanada en el Invierno 99 llegando desde el Repechaje y alzando el título contra Cruz Azul.
Esa fue la Final más rara que recuerdo. Creo que el partido de Vuelta empezó a las 10:00 de la noche de un domingo de diciembre. Como hubo tiempos extras, se acabó hasta el día siguiente. Nomás había una tele en mi casa y pesaba más que yo, así que terminé viendo el juego en el cuarto de mis papás, con el volumen en cero, para no despertarlos.
Ese éxito de los hidalguenses parecía algo de película, la clásica en la que al equipo por el que nadie da nada, de repente le sale el talento y gana un campeonato. Pero en la pantalla es ficción y eso se queda hasta allí. Pachuca siguió bordando estrellas en su escudo con Ligas, “Concachampions”, una Copa Sudamericana, yendo al Mundial de Clubes y se convirtieron en el equipo de la primera década de este siglo.
Hace unos 10 años mi hermano mayor me preguntó por qué creía yo que Pachuca ganaba tanto. Meses atrás yo había visto una entrevista a Jesús Martínez padre, y en base a ella le contesté, “es que ellos, más que ser campeones de México, quieren ser campeones del mundo. Esa es su meta. Está bien cabr…sísimo. Para eso tienen que ganar aquí, luego la Concacaf y después ir al Mundial de Clubes. No creo que lo logren, pero al menos lo están intentando. Eso mismo debería hacer la Selección, pero su objetivo mediocre es llegar a Cuartos de Final, por eso se quedan en Octavos”. Me respondió “con razón les queda chica la Liga, tienen metas muy altas”.
Después de 2007, tras lograr cinco campeonatos domésticos con cinco técnicos mexicanos (Javier “Vasco” Aguirre, Alfredo Tena, Víctor Manuel Vucetich, José Luis Trejo y Enrique “Ojitos” Meza), parecía que los Tuzos habían perdido la brújula de los títulos, hasta que volvieron a lo más alto de la mano del uruguayo Diego Alonso en 2016. Ojo, Guillermo Almada también es charrúa.
Regresando a aquel lejano 1999, pero en Verano, miré la mejor Final de mi vida: Toluca-Atlas. Dos partidos dirigidos por futuros estrategas del Tri (Meza y Lavolpe), en lo que nadie se guardó nada, 3-3 en el Jalisco; 2-2 en La Bombonera; 5-5 global; tiempos extra y penales. Alguien tenía que ganar. Los Zorros se quedaron tan cerca de romper su malaria en ese entonces de 48 años. Algo parecido a la maldición de “El Bambino” de los Medias Rojas de Boston tras su partida a Yanquis.
Hace cinco meses sucedió lo impensable, el Atlas fue campeón después de siete décadas. Muchos de sus aficionados, tristemente, murieron sin verlos alzar un título. Me imaginé en un día muy lejano, en el metaverso, contándoles a mis nietos que vi ese partido en el que los Rojinegros le ganaron la Final a León y no me iban a creer; “mi abuelo está chocheando”, dirían.
Pero la era postpandemia nos está entregando capítulos sorprendentes en el futbol, y los de la “Perla Tapatía” están muy cerca del bicampeonato. Este domingo sabremos a quién favorece la Diosa Victoria.
La Final soñada
Pachuca parte como ligero favorito en las casas de apuestas, pero tiene que revalidar su dominio a lo largo del torneo o quedar como una estadística más de "la maldición del superlíder".
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