DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Un buen maestro

Escrito en OPINIÓN el

En el lecho del fornicio estaban la mujer casada y su coime cuando entró en la alcoba el marido de la pecatriz. Antes de que el recién llegado pudiera pronunciar palabra le dijo la esposa: “No me lo niegues, Cucoldo. Por la expresión de tu rostro adivino que piensas que estamos haciendo algo malo”... Babalucas trabajaba con dos amigos suyos en un rascacielos en construcción. Un día se dispusieron a comer sentados en la más alta viga de la obra, a 90 metros de altura. El primer amigo abre la bolsa de su lonche y exclama con disgusto: “¡Oh no! ¡Otra vez sándwich de pollo! ¡Todos los días sándwich de pollo! ¡Si mañana vuelvo a ver en mi bolsa un sándwich de pollo me arrojaré al vacío!”. El otro abre su bolsa. “¡Oh no! -exclama con igual disgusto-. ¡Otra vez sándwich de atún! ¡Sándwich de atún todos los días! ¡Si mañana vuelvo a ver en mi bolsa un sándwich de atún me arrojaré al vacío!”. Abre su bolsa Babalucas y exclama con el mismo enojo de sus compañeros: “¡Oh no! ¡Otra vez sándwich de huevo! ¡Sándwich de huevo todos los días! ¡Si mañana vuelvo a ver en mi bolsa un sándwich de huevo me arrojaré al vacío!”. Al día siguiente, a la hora del lunch, el primer amigo abre su bolsa. “¡Otra vez sándwich de pollo!” -grita. Y así gritando se arroja al vacío. El segundo abre su bolsa: “¡Sándwich de atún otra vez!” -clama. Y así clamando se arroja al vacío. Babalucas abre su bolsa. “¡Otra vez sándwich de huevo!” -impreca. Y así imprecando se arroja al vacío. En el funeral de los tres dice muy triste un amigo del primero: “No me lo explico. Siempre creí que le gustaban mucho los sándwiches de pollo”. Dice con igual tristeza un compañero del segundo: “No me lo explico. Siempre creí que le gustaban mucho los sándwiches de atún”. Y dice también muy triste un camarada de Babalucas: “No me lo explico. Él mismo se hacía sus sándwiches… 40 años de mi vida fui maestro. ¡Cuántas cosas me enseñaron mis alumnos en esas cuatro décadas! Aprendí, por ejemplo, que la educación no consiste en trasmitir datos, sino en sembrar entusiasmos. Aprendí también que el buen educador debe querer a sus educandos, pues la tarea de enseñar es, sobre todo, una tarea de amor. Quien hace burla de un alumno, o lo humilla, no merece el nombre de maestro. Esos profesores que reprueban por sistema a todo el grupo, o a la mayor parte de él, para crear fama de dureza y rigurosidad no se dan cuenta de que al hacer tal cosa se están reprobando a sí mismos. En mis tiempos de director de escuelas me topé con muchos de esos especímenes que se gozaban en hacer de su clase una tortura. ¡Cuántas vocaciones frustraron, y cuánto hicieron sufrir a tantos estudiantes! Quienes tuvieron la desgracia de caer en sus manos los recuerdan con rencor y desprecio. Mejor recordados son los maestros llamados “barcos”, complacientes, comodones, que por pereza o por no indisponerse con su grupo regalan las calificaciones aprobatorias, pues saben que no están cumpliendo bien su obligación y temen que las protestas de sus estudiantes los hagan perder su posición. Pienso que para ser buen maestro se debe haber sido antes buen alumno ..Una empleada del censo industrial le pidió a don Algón: “Ponga el número de empleados que tiene, separados por sexo”. “Señorita -objetó el empresario-, a mis empleados el sexo no los separa. Más bien los une”... … Pechona y Nalgarina, vedettes de moda, oían a un predicador callejero que tronaba contra la fornicación. “¡Vaya! -exclama Nalgarina-. ¡Yo siempre había creído que fornicar era una tarjeta de crédito”... FIN.

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