SAN AGUSTÍN DE LAREDO EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA

Don Ignacio Elizondo de Villarreal

Capítulo 5

Escrito en OPINIÓN el

Uno de los actores importantes de la independencia en nuestro país fue Ignacio Elizondo de Villarreal, originario del Nuevo Reino de León. Militó en las filas insurgentes y después en las realistas y por tanto su actuación tuvo qué ver con la conspiración en contra de los insurrectos.

Don Israel Cavazos Graza, historiador regiomontano, analiza la actuación de Elizondo: “Don Ignacio Elizondo, que incursionó en la milicia, nació en el valle de las Salinas, actual Salinas Victoria, el 9 de marzo de 1766.

Bautizado el día 20 en la misma parroquia con los nombres de Francisco Ignacio, hijo de José Marcos de Elizondo y de María Josefa de Villarreal. Su familia fijó residencia en Pesquería Grande (villa de García), donde contrajo matrimonio con María Gertrudis García, el 5 de noviembre de 1787. Allí también se casaron Nicolás y José María, sus hermanos, en 1793 y 1795, respectivamente”.

“La esposa murió el 6 de marzo de 1797, al nacer su hijo José Rafael Eusebio. Empezó la carrera militar al ser designado teniente de la compañía de caballería de milicias provinciales de Pesquería, en 1798. Dos años después fue nombrado capitán de Dragones Provinciales de la Punta de Lampazos, cargo ocasional puesto que en 1799 reocupó su antigua plaza. Desde 1798 había obtenido en remate la administración de la hacienda de San Diego Carrizal, propiedad de la catedral de Monterrey, que había pertenecido al doctor Antonio Bustamante, gobernador del Obispado, a la vez que administraba la hacienda del Álamo. En la primera había setenta mil ovejas, setenta manadas de yeguas y cuatro mil vacas; la segunda era de labor y se cultivaba maíz, trigo, frijol y algodón.

“En una y en otra había más de doscientos hombres empleados. En 1806 el gobernador Pedro de Herrera y Leyva le encomendó el mando de la Octava Compañía de Dragones que deberían auxiliar a Texas. Elizondo pidió al virrey le eximiera de este servicio que le haría desatender las haciendas, expresando que probablemente era represalia del gobernador a quien ya había tenido que darle cinco mil pesos. Por otra parte comprobó estar enfermo haciéndose examinar en Monterrey por el doctor Ramón Covarrubias.

“En ese año contrajo segundas nupcias con María Romana Carrasco. Endeudado con la catedral en más de veintiocho mil pesos y enemistado con los Herrera, optó por residir en la hacienda de San Juan de Canoas, en Coahuila, administrando únicamente la hacienda del Álamo, jurisdicción de Monclova.

“Al parecer se retiró del servicio militar en el que se hallaba aún en 1809. Al sobrevenir el movimiento de Independencia se incorporó a los insurgentes, a raíz de la batalla de Aguanueva, en enero de 1811. A su influjo, muchos pueblos se adhirieron a la causa. En ese mismo mes tomó parte en Río Grande, con su suegro Pedro Nolasco, en la aprehensión del tesorero Royuela y en la captura de los caudales realistas en Monclova. Por ese tiempo se disputó con el teniente Menchaca ir a conquistar Texas para los insurgentes. Al saber que aquella provincia se había declarado por la insurgencia marchó a la villa de San Agustín de Laredo con 120 hombres, a conquistas de bienes de españoles”.

Existen diversas versiones —según el citado historiador— en cuanto a la separación de Elizondo Villarreal del bando insurgente: “una, en el sentido de que Allende le negó ascensos; otra en relación a que el obispo Marín de Porras lo persuadió, según lo relató José María Elizondo, hermano de Ignacio, al historiador José Eleuterio González, en 1839”.

Un estudio de otro investigador, don Isidro Vizcaya, señala que fue Ramón Díaz de Bustamante el que convenció a Elizondo a volver al bando realista, cuando éste se encontraba en Laredo en busca de los bienes de los españoles que se habían refugiado en esta villa pero que cuando llegó: “aquéllos hacía tres días que habían salido errantes por los campos”.

Agrega don Israel Cavazos Garza: “Cuando Ignacio Elizondo volvió a Río Grande, en febrero, se asoció a Herrera y Leyva, Salcedo, Villamil y otros en el movimiento de contrarrevolución. Comisionado para apostarse en Baján con 200 hombres (con quinientos según otros) esperó el paso de las avanzadas insurgentes hasta la punta de Espinazo. Con la aprehensión de los más importantes caudillos de la insurgencia, su prestigio, a partir de entonces, fue extraordinario”.

“Una proclama de la junta gobernadora de Nuevo León, en 1812, expresaba ser: ‘la provincia que se gloria… de ser fecunda madre del héroe valeroso que apagó en media hora el incendio devorador que había siete meses desbastado por todas partes la Nueva España. ¡Oh, Elizondo, tú serás para los futuros tiempos la honra y resplandor de tu Patria, la admiración de América y el asombro de todo el mundo!’. Ascendido a teniente coronel, en mayo de 1813 fue invitado por Joaquín de Arredondo para operar sobre Texas. Allí Elizondo perdió una batalla en el Alazán por las fuerzas de don José Bernardo Gutiérrez de Lara, el 18 de junio, obligándole a dispersarse hasta el Río Grande.

“Repuesto, volvió a unirse a Arredondo quien le situó en observación del enemigo, al que encontró el 18 de agosto en el río Medina. Ahí fue rechazado hasta el Atascoso, donde participó en la batalla contra el insurgente Álvarez de Toledo. Destacado por Arredondo en persecución de Álvarez hasta Nacogdoches, hizo en el trayecto el fusilamiento de 74 prisioneros. Acampó en el río Brazo de Dios. Estando dormido, le atacó el teniente Miguel Serrano, antiguo teniente de la compañía de Lampazos, quien, enloquecido por las ejecuciones de ese día, mató al oficial Isidro de la Garza, e hirió a Elizondo quien murió en el río San Marcos, cuando lo llevaban a auxiliar”.

Otra versión escrita por el Lic. Antonio Morales Gómez, exprofesor en la Universidad de Nuevo León, se refiere al trágico fin de Elizondo: “Arredondo comisionó al traidor Elizondo para que persiguiese a los derrotados en Béjar y así lo hizo el comisionado no sin realizar cerca del río de la Trinidad casi una macabra hecatombe, pues fusiló a 74 prisioneros”.

“Elizondo regresó a su campamento del río Brazos, donde se acostó a dormir en su tienda. El teniente Serrano, de la Tercera Compañía Volante de Laredo, enloquecido por los fusilamientos y temeroso de ser también fusilado, se dirigió en la noche a la tienda que ocupaba también el capitán don Isidro de la Garza, primo de Elizondo, y los mató. De la Garza tuvo tiempo de gritarle a Elizondo; pero éste no lo tuvo para levantarse y defenderse, pues Serrano lo hirió mortalmente. Pudo llegar Elizondo hasta el río San Marcos, donde murió y fue sepultado, sin que se sepa exactamente dónde.

“Serrano, preso, llegó rematadamente loco a Béjar; se le remitió al manicomio de San Hipólito, en México, y poco después murió”.

Un texto de don Juan Sánchez, dice: “Joaquín de Arredondo preparó el asesinato de Elizondo por celos del prestigio que éste había adquirido entre los jefes realistas, por la aprehensión de los insurgentes en Acatita de Baján. Otros informes aseguran que quien mandó matar a Elizondo fue el gobernador de Coahuila, don Antonio Cordero”.

Por último, el texto del historiador Santiago Roel: “Uno de los que más se distinguieron en la persecución de nuestros libertadores fue Ignacio Elizondo. Era nativo de Salinas, y al iniciarse la guerra de Independencia servía como capitán en los ejércitos realistas; pero en la acción de Aguanueva se pasó a las filas insurgentes. El noble Jiménez lo hizo teniente coronel y le dio algunas comisiones de importancia; mas Elizondo era un ambicioso y bien pronto hubo de disgustarse con aquel Jefe porque no lo quiso ascender a teniente general, grado que pretendía sin otros méritos que el haberse pasado a las filas libertadoras, no por patriotismo, como se demostraba desde luego de manera evidente, sino anheloso de poderío y de mando.

“Cómplice de la conjura contra el padre Hidalgo lo fue el obispo Marín de Porras, pues al separarse Elizondo de los insurgentes, se fue a Pesquería, dispuesto ya a la traición. Allí recibió una misteriosa visita del obispo Marín de Porras, a quien todos creían en camino de México, porque con ese destino había salido de Monterrey al tener noticia de la derrota de Aguanueva; pero sólo había llegado a Camargo, Tamaulipas, y luego se había regresado a un rancho cercano a Salinas, en donde permanecía oculto. Este obispo, arpovechando los perversos sentimientos de Elizondo y su rencor contra Jiménez (rencor emanado tal vez de un préstamo forzoso que Jiménez sustrajo de la catedral de Monterrey), logró inspirarle la más negra e infame de las traiciones; y mientras que el prelado se esfumaba en la sombra, el vil Elizondo, fingiendo aún adhesión a la causa insurgente, se dirigió a Monclova para llevar a cabo el abominable y alevoso plan, cuyas consecuencias habían de ser fatales para la insurrección”.

Según el autor Roel: “En la preparación y ejecución del golpe traidor, inspirado por su Ilustrísima, tomaron parte muy activa Simón Herrera y Leyva, que había sido gobernador del Reyno; Manuel Salcedo, gobernador reciente de la Provincia de Texas, y otros personajes de menos importancia llamados Ramón Díaz Bustamante y Bernardo Villamil”.