Comienza un día más y una semana menos a la vez en el calendario, regresamos a la “normalidad”, quizá no la que tanto anhelamos – la tan esperada “independencia del virus” – sino la de la rutina de cada día, sin los desvelos por presenciar las hazañas deportivas de los atletas en la recién concluida justa veraniega.
Jamás olvidaremos los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, pues todavía no comenzaban, y ya habían causado una gran expectativa, preocupación e intriga que se conjugaron con la emoción y la duda de saber cómo los llamaríamos: Tokio 2020 o Tokio 2021 -el marketing ganó, una vez más-. Siempre supimos que serían diferentes y lo cumplieron. Han sido las Olimpiadas más raras desde su renacer en 1896.
Mientras la pandemia de la Covid-19 tenía entre las cuerdas a la isla del Sol naciente, los atletas no dejaron de hacer gala de sus grandes hazañas, sin embargo, las extrañezas en cada justa también hicieron su presentación.
Fuimos testigos de los marcadores y puntuaciones, así como de las premiaciones, pero hay momentos que no necesitaron un podio o una medalla para demostrar que, en medio de un combate, además de la resistencia, la tenacidad y la habilidad, hay cosas inherentes a cada atleta, una esencia que deja huella.
Sin duda fueron los juegos de mayor igualdad de género en la era moderna del deporte, y vaya que hubo gran diversidad, auqnue no precisamente de preferencia, sino de personalidad. Vamos a recordar algunos momentos:
Uno de los primeros actos que nos sorprendió fue la repentina decisión de Simone Biles, la gimnasta estadounidense y máxima ganadora en Río 2016, para demostrar que los atletas son personas como nosotros que pueden sufrir ansiedad y miedos, al grado de dar la media vuelta en uno de los días más importantes de su vida con el mundo de testigo.
Caso contrario fue el que demostraron Rayssa Leal y Quan Hongchan, skater y clavadista respectivamente, quienes, a tan corta edad, apenas 13 y 14 años, se convirtieron en el eslabón perdido del olimpismo, con su entrega y pasión cautivaron a las audiencias en su primera cita a la máxima justa deportiva.
Enfocarse en el objetivo ante cualquier adversidad fue una gran lección, lo vimos en el caso de la australiana Jessica Fox, quien gracias a su ingenio se consagró con la presea dorada, a todos nos sorprendió cuando de pronto sacó un condón para reparar su kayak.
Los atletas también mostraron su postura ante las medidas sanitarias, muy divididas por cierto, mientras la selección de baloncesto de Eslovenia celebraba una fiesta con atletas de otras naciones violando las reglas de la Villa Olímpica de Tokio, dos jugadores brasileños de voleibol aparecían en sus partidos jugando con cubrebocas.
Las grandes historias no faltaron, como la de Jordan PiseyWindle, el clavadista más destacado de Estados Unidos que dedicó todos sus logros a la persona más importante de su vida: su papá, quien lo adoptó luego de sufrir el abandono de sus padres biológicos al borde de una severa desnutrición cuando era recién nacido.
También fue una oportunidad para sacar a relucir sus gustos y aficiones, entre ellos el look anime del holandés Kiran Badloe; el singular traje de baño de pandas de la clavadista de Ucrania Sofiia Lyskun, algo que causó sensación frente a la seriedad de los trajes de sus oponentes. ¡Y qué decir de los trajes de Sailor Moon de las gimnastas de Uzbekistán!
Un hecho impactante fue el que demostraron los esgrimistas estadounidenses al desenmascarar a uno de sus “compañeros”, no necesitaron alzar la voz para manifestar su oposición al abuso sexual cometido por uno de ellos. Con tres cubrebocas rosas y uno negro, todos nos dimos cuenta quién era el agresor.
La dualidad olímpica también hizo acto de presencia con las conductas antideportivas, como la mordida al estilo “Mike Tyson” que le propinó el boxeador marroquí Youness Baalla al neozelandés David Nyika. El maltrato a su caballo en plena competencia por parte de Kim Raisner, de pentatlón moderno, lo que le valió su expulsión de los Juegos Olímpicos de Tokio. Las redes sociales tampoco perdonaron estas conductas, por las incontables críticas a las jugadoras de la selección de sóftbol de México tras haber tirado sus uniformes a la basura, algunas jugadoras comenzaron a renunciar al equipo poco a poco.
¿Conducta antideportiva, motivación o agresión, cómo calificas la cachetada que dio el propio entrenador a la judoca alemana Martyna Trajdos? Hubo quienes lo justificaron como una forma de acelerar la adrenalina previo a un combate, mientras otros lo castigaban de maltrato.
Sin duda, fueron y serán unos juegos únicos para la eternidad, el mundo entero acudió a la cita obligada cada 4 años para presenciar el talento deportivo sin saber que se llevaría algo más que los atletas tenían para dar. Como lo dijo Enriqueta Basilio, la primera mujer en encender el pebetero olímpico en México 1968: “Nadie me conocía hasta ese día” y esa es precisamente la esencia de cada ser.
Ariadna Olivera