ARTÍCULO

Ignacio Montes de Oca y Obregón

Escrito en OPINIÓN el

*Hoy quiero rendir un modesto mensaje de admiración a la memoria de un egregio Prelado, al cumplirse este año de 2021 dos efemérides notables acerca de su persona:


a) Los primeros 150 años de su consagración Episcopal verificada en Roma, el 12 de Marzo de 1871; y
b) El primer centenario de su fallecimiento en la ciudad de Nueva York el 18 de Agosto de 1921.

Con esta publicación quiero unirme a los homenajes que se le han rendido y que se le seguirán rindiendo a uno de nuestros más cultos y completos humanistas, orador y poeta, que para México y para el habla castellana cosechó por más de medio siglo inmarcesibles laureles y resonantes triunfos. Quisiéra que estos apuntes más todos los demás homenajes que pudieran rendírsele, supliera en parte al menos el silencio casi general que se observa en torno a la personalidad relevante de Monseñor Montes de Oca. Tal silencio, sobre todo en el terreno oficial, se explica porque el señor Montes de Oca fue un hombre de Iglesia, quien por añadidura, y por la fuerza de las circunstancias de su tiempo, estuvo en alguna manera ligado al segundo Imperio y después al Porfiriato.


Llevado por mi admiración entusiasta hacia el primer obispo de Tamaulipas Monseñor Montes de Oca y Obregón y alentado por el poeta Alfredo Arcos y amigos, me impuse la tarea –tan difícil como grata para mí-, de publicar este artículo, para dar a conocer aunque sea en forma resumida la vida y obra de Excmo. Sr. Dr. y Mtro. don Ignacio Montes de Oca y Obregón.
 “Uno de los literatos más importantes de fines del siglo pasado y principios del presente, es el Ilmo. Sr. Dr. y Mtro. D. Ignacio Montes de Oca y Obregón (1840 – 1921). Traductor de los clásicos, poeta, orador, periodista en sus mocedades, Obispo –sucesivamente-  de tres diócesis, gran señor en todo, amaba lo selecto y magnifico, así en lo interno como en lo externo. El fausto de la cultura, la pompa de la autoridad y del arte, la solemnidad esplendida, era su ambiente natural”, según nos lo refiere don Alfonso Junco. Descolló en las principales ciudades de América del Norte y en todas las de Europa ya como orador, ya como poeta y traductor.


Desde muy joven se dio a conocer como tal. Su primera pieza oratoria impresa data de cuando frisaba en los 24 años, y la pronunció en Roma; su primer artículo, de cuando andaba en los 18; y, de regreso en el terruño natal, 10 años después, editó – dos volúmenes, de febrero de 1868 a octubre de 1869- La Revista Católica. Entre 1858 y 1921 -fechas extremas de sus publicaciones-, casi 65 años, cultivó con éxito y aplauso, las bellas letras, llegando así, en muy buena edad, a la Arcadia y a las Academias.


El presbítero y licenciado don Rafael Montejano y Aguiñaga escribe del señor Montes de Oca, “que como poeta es poco original, y de un academismo frío; como orador –con singular dominio del latín, español, inglés, francés, portugués, griego e italiano- celebérrimo, de lo cual dan sobrada fe sus actuaciones en congresos o acontecimientos internacionales, como fueron: La Elegia Funebre a Don Miguel de Cervantes con motivo del Tercer Centenario de la publicación del Quijote., en Madrid; el Concilio Plenario Latinoamericano, en Roma; los congresos en Madrid, París y la Ciudad Eterna”.
“Típicamente renacentista, se apegó a lo clásico y no se abrió al pujante modernismo. ”, según nos lo refiere don Rafael Montejano.


Una de las condiciones que requiere una obra literaria para aquilatar su valor, es sin duda alguna, que “no pase de actualidad”. Y esto se aprecia en las obras literarias del gran humanista, literato y orador. Guardada la proporción, conocedores del arte de la oratoria aseveran que bien puede dársele a Monseñor Montes de Oca sin ambages, el título de “el Bossuet hispano-americano”.
Para nosotros los tamaulipecos cobra importancia la destacada figura de Monseñor Montes de Oca, pues con él se inauguró la primera diócesis de Tamaulipas, segregada de la de Linares; en 1871 su santidad Pío IX lo consagró en su capilla particular el 12 de marzo de ese mismo año; en esta diócesis había que crearlo todo, desde sus orígenes hasta que después de nueve años dejó estas tierras tamaulipecas para seguir en su labor misionera como Obispo de Linares (Monterrey), y posteriormente irse a cumplir con el mandato apostólico impuesto por el Papa León XIII en la más fecunda se sus diócesis como lo fue la de San Luis Potosí.
Nos dicen sus biógrafos que Tamaulipas lo recorrió palmo a palmo atravesando ríos desde el Pánuco hasta el Bravo, y sorteando toda clase de peligros en caminos y senderos que hubo de abrir. Se le reconoce su labor, al haber gestionado la introducción por primera vez de la energía electica en la antigua villa de Aguayo, (Ciudad Victoria). También nos señalan sus biógrafos que por esos años de 1871 a 1879 se dedicó a la traducción de los griegos de la poesía clásica, particularmente de Píndaro, el príncipe lirico de los poetas griegos, Mosco de Siracusa, Teócrito, Bion de Esmirna, bucólicos griegos que tradujo en verso castellano, traducciones que hasta hoy resultan insuperables.


De los clásicos poetas latinos fueron pocos a los que tradujo, siendo que el latín que hablaba se le reconocía como un latín Ciceroniano. Todavía hasta hoy, sus bellas traducciones y elocuentes discursos de genuino clásico sabor dan testimonio de que fue latinista y helenista consumado.


El señor Montes de Oca honró al clero y a su patria en la Iglesia, y en el mundo de las letras donde por su altísima y fecunda obra poética, elocuentísimo orador y perfecto literato, se honraron recibiéndole en su seno las academias españolas de la Lengua y de la Historia y otras corporaciones científicas y literarias nacionales y extranjeras.


Nació Monseñor Montes de Oca en la ciudad de Guanajuato el 26 de junio de 1840. Fueron sus padres el abogado Demetrio Montes de Oca y doña María de la Luz Obregón, ricos de abolengo pues sus antepasados eran los dueños de una de las minas   - la más productiva en plata-, la de La Valenciana. En su natal Guanajuato recibió su instrucción primaria dando muestras de precocidad extraordinaria.


A los 14 años de edad en 1854 emprendió su primer viaje a Europa. En Inglaterra como alumno interno ingresó al Colegio de Santa María de Oscott, en el que pronto se distinguió por su talento y su asidua aplicación al estudio, el fácil asimilamiento de las ciencias, no menos que por la notable facilidad para el aprendizaje de las lenguas, puesto que a los 17 años le eran familiares las que arriba hemos mencionado.


La tutela por aquellas lejanas tierras de su patria la tuvo el Cardenal Nicolás Patricio Willseman quien seguramente lo conquistó para que ingresase, como en efecto ingresó el 11 de enero de 1860 al Colegio Pío Latinoamericano de Roma, del cual se dice fue fundador y en donde cursó sus primeros estudios de seminarista. El 28 de febrero de 1863 lo ordenó de presbítero el eminentísimo cardenal Constantino Patrizzi. En esta Alma Mater recibió la borla de Doctor en Teología, fueron sus examinadores dos sabios eminentes, el cardenal Juan Bautista Fránzelin y el padre Domingo Perrone. El 15 de agosto de 1862 entró a la Academia de Nobles Eclesiásticos, en la que estudió ambos derechos (civil y canónigo) y se doctoró en la Universidad de la Sapienza.
Siendo aún estudiante el señor Montes de Oca lo conoció el sumo pontífice Pío IX, quien comenzó a distinguirlo con pruebas de singular predilección pues en seguida lo hizo Camarero Secreto y Capellán del ejército Pontificio y poco tiempo después lo nombró Prelado Doméstico y Protonotario Apostólico.


A la caída del Segundo Imperio Mexicano pasó a la ciudad de Guanajuato como Párroco, donde publicó su primer libro en 1868 Los Idilios de Bión.   


 Por breve tiempo estuvo como párroco en Guanajuato, para luego volver a Roma de nuevo otra vez, y cuando apenas contaba con 30 años de edad, su Santidad el Papa Pío IX lo ungía Obispo el 12 de marzo de 1871, creándose la diócesis de Tamaulipas y siendo él su primer prelado. Su labor  episcopal en el estado de Tamaulipas, como ya hemos dicho, fue incansable, pues había que edificar, desde los cimientos en este vasto territorio por tantos años abandonado en el aspecto religioso. Por lo que se refiere a Nuevo Laredo, de sus visitas pastorales quedan consignadas en los libros de confirmaciones, del archivo parroquial del templo del Santo Niño, ya como Obispo de la diócesis o bien como Administrador Apostólico en dos ocasiones; su devoción al Sagrado Corazón de Jesús se confirma en todo el estado pero particularmente aquí en Nuevo Laredo con el obsequio de una pintura de Santa Margarita María Alacoque, de la cual él promovió la causa de santificación, junto con Santa Juana de Arco y San Felipe de los Ángeles, con su votum. La pintura a que hacemos referencia se encuentra en la sacristía de la Parroquia del Santo Niño. También fundó colegios católicos y para ello se valió de la congregación de las hermanas Ursulinas y las del Verbo Encarnado “para que los padres de familia pudieran suministrar una sólida y cristiana educación a sus hijas, y así quedaron establecidos los conventos en Laredo y Brownsville”, contribuyendo “con mi privado peculio, al sostenimiento de esos establecimientos, procurando al mismo tiempo el provecho de mi pueblo”, -discurso-, leído al inaugurarse el nuevo edificio destinado al seminario de Ciudad Victoria, con la solemne distribución de premios a los alumnos del mismo, la noche del 6 de enero de 1876, con la presencia del gobernador Francisco Echartea.


Otro gobernador tamaulipeco que lo distinguió con su amistad fue el General Servando Canales, mismo que le facilitó una finca para el establecimiento de su primer seminario. Como un hecho anecdótico, nos narra don Carlos González Salas, que al referirse don Mariano Escobedo del obispo tamaulipeco le dijo a Servando Canales Gobernador de Tamaulipas “su amigo de usted es mucho obispo para Tamaulipas”.


En el tomo primero de las 8 Obras Pastorales y Oratorias editadas del señor Montes de Oca y Obregón, nos dejó el testimonio de 9 años de una ardua labor de su gobierno episcopal en Tamaulipas.
El papa León XIII en 1879 lo nombró noveno Obispo de Linares, hoy arquidiócesis de Monterrey, donde departió con los Neoleoneses 6 años. Y posteriormente pasó a ocupar la silla episcopal de San Luis Potosí, gobierno que perduró por 36 años.
Como poeta nos dice don Gabriel Méndez Plancarte que “se le conceden más merito a sus traducciones que a sus poesías originales –odas, himnos, canciones, elegías, sátiras, y especialmente sonetos- esta poesía consta en los siguientes libros: A orillas de los ríos. Cien sonetos de 1916; otros cien sonetos de Ipandro Acaico de 1918; Nuevo centenar de sonetos de 1921, Sonetos jubilares de 1921; Los ocios poéticos y finalmente los sonetos póstumos, 21 en total”. “La actitud artística del poeta – temperamento y escuela-, gobernada por una especie de esteticismo platónico elegantemente frio y exterior”, así lo subraya el doctor Octaviano Valdez.


El poeta Joaquín Antonio Peñaloza, acerca de la poesía del señor Montes de Oca nos comenta “a veces se abre con perfume y sol de vera poesía, la rosa arquitectural de un soneto y hasta lo domina con soltura y maestría”. Don Carlos González Peña conocedor en la materia de la poesía nos señala: “que todavía octogenario, florecía con una pujanza lirica increíble. Y si no siempre su poesía logra el alarde estético, siempre será documento humano para la psicología y la historia”.


Don Gabriel Méndez Plancarte con gran acierto refiere que en la vida extraordinaria del Obispo poeta “que siempre avasalla poderosamente su atención, pues a lo largo de sus 81 años plenos, vio fenecer el reinado temporal de los Papas, nacer y esfumarse un Imperio mexicano, pasar 4 Pontífices y muchos reyes, derrumbarse una Dictadura que parecía inconmovible, estallar la Revolución mexicana y la guerra europea, transformarse el mapa del mundo y el alma de los pueblos. Saboreó mieles y honores como pocos quizá; pero, también como pocos, gustó acibares y quebrantos. Supo ser, al mismo tiempo y con extraña plenitud, obispo y poeta, pastor de almas y pastor de la Arcadia, viajero infatigable y constructor apostólico; orador poliglota ante las Cortes europeas y predicador de humildísimas parroquias rurales; fastuoso como un príncipe del renacimiento y caritativo como un discípulo de Francisco de Asís. Todo lo fue, y todo supo serlo con grandeza”.


“México no puede olvidar que, gracias a Montes de Oca, el nombre de nuestra patria fue pronunciado con respeto por labios extranjeros y bajo cielos lejanos. A despecho de los inevitables zoilos –y de los no menos inevitables defectos humanos-, su figura prócer se yergue entre las más gloriosas de nuestro sigo XIX”.


Y es muy justo que en estas efemérides que hoy recordamos en la persona del señor Obispo y poeta Montes de Oca honremos su memoria estudiando su vastísima labor literaria y luchar por mantener en lo posible su recuerdo, al conmemorar como decía estas dos fechas la de los 150 años de su consagración episcopal y el primer centenario de su desaparición física en el pequeño teatro de este mundo.


Ya próximo a morir Monseñor Ignacio Montes de Oca, pudo celebrar en Madrid, España, los 50 años de su consagración como Obispo, pero sintiéndose muy enfermo se embarcó de Cádiz por el mes de agosto de 1921 rumbo a México, su trayecto en el mar fue muy doloroso pues su malestar que padeció por muchos años, dolores hepáticos, le permitieron llegar el 12 de agosto a Nueva York, donde todavía celebró la eucaristía para finalmente cerrar sus ojos para siempre el 18 de agosto de 1921.
Embalsamado su cuerpo, las exequias fúnebres fueron celebradas en la Catedral de San Patricio, para de ahí ser sepultados sus restos mortales en el Panteón del Calvario en Brooklyn, Nueva York.


Antes de morir recibió el sagrado crisma y dejó establecido que si el gobierno de México pagaba el traslado mortuorio, particularmente a San Luis Potosí, que entonces fueran exhumados, trasladados y depositados sus restos, en el mausoleo que él mismo se mandó construir, contiguo a la capilla de Guadalupe donde acostumbraba celebrar la Santa Misa, en la Catedral Potosina, y así fue que en septiembre sus restos fueron depositados en el lugar que él en vida eligió. El cortejo fúnebre salió de Nueva York, atravesando la costa este de la Unión Americana por ferrocarril pasando por Nuevo Laredo y siguiendo por la misma vía ferroviaria su destino final.


En Nuevo Laredo como ya dijimos está su firma autógrafa en los libros de confirmación en que se da testimonio de su presencia. Guardo en mi archivo personal una invitación hecha a los feligreses por el párroco del Santo Niño, Pedro María de la Garza Garza para asistir a una solemne misa, el 19 de septiembre de 1921, a las 9 a.m. en sufragio del Ilmo. finado señor Doctor y Maestro don Ignacio Montes de Oca y Obregón. Primer Obispo de Tamaulipas, Noveno de Linares, Cuarto Obispo de San Luis Potosí y Arzobispo de Cesárea del Ponto.