DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

Cantar bajo la ducha

Escrito en OPINIÓN el

Castalio, piadoso joven de vida honesta y casta, desposó a Frinesia, que sabía más que Aristóteles acerca de la realidad del mundo. La noche de las bodas el tímido galán le dijo a su flamante esposa: “No esperes mucha experiencia de mi parte”. Al punto replicó ella: “Y tú no esperes mucha virtud de la mía”. (La virginidad, decía cierta amiga, es como una moneda: si la pierdes ya nunca volverás a tenerla, pero si la guardas no te sirve para nada)... A eso de la una de la tarde doña Panoplia llamó por teléfono a la linda cocinera de la casa. Le dijo: “Yo voy a comer fuera, y mi marido me acaba de avisar que comerá en casa. ¿Qué hiciste?”. “Lo de siempre -respondió la chica-. Bañarme, perfumarme y ponerme la ropa interior que le gusta al señor”...Un tipo le dijo a otro: “Voy a divorciarme de mi mujer”. Quiso saber el amigo: “¿Por qué?”. Explicó el primero: “Acostumbra cantar bajo la ducha”. El otro se sorprendió: “Muchas esposas cantan bajo la ducha”. Acotó el tipo: “¡¿Con mariachi?!”. (Nota. Con trío habría sido menos reprobable, menos costoso y también de menor riesgo, por esto del Covid)... Ya conocemos a don Chinguetas: es un marido tarambana. Cierto día doña Macalota, su esposa, llegó inesperadamente y lo sorprendió en erótico episodio con una mujer morena, no de las que pintó Julio Romero de Torres, sino más bien de esas que bailan en los teatros de carpa con el nombre artístico de “La Mulata de Fuego”. Al ver a su esposa don Chinguetas se disculpó. “Perdóname -le dijo-. Lo hice por debilidad”. Preguntó hecha una furia doña Macalota: “¿Y a poco la vieja esa es vitamínica?”... Empédocles Etílez, Astatrasio Garrajarra y tres amigos más se corrieron una farra de órdago. En el curso del espirituoso convivio se pusieron a cantar. Entonaron con desafinada y tartajosa voz, pero con mucho sentimiento, canciones de nostalgia como “Hoja seca”, “Nochecita”, “Sentencia” y “Conozco a los dos”. Cantaron luego cosas de Lara, Curiel y Gabriel Ruiz. Para el final dejaron “Tú, sólo tú” y “Amor perdido”. Al término de la parranda iban a subir al automóvil, y Empédocles le dijo a Garrajarra al tiempo que le entregaba las llaves del vehículo: “Maneja tú. Estás demasiado borracho para cantar”... Fecundino era padre ya de 14 hijos. Una trabajadora social lo amonestó: “Cuando sienta el impulso de hacer uno más piense en la explosión demográfica, que tantos daños está causando al mundo”. “¡Ay, licenciada! -replicó el prolífico señor-. ¡Quién piensa en eso ya con la mecha encendida!”... Don Chinguetas, marido tarambana, llegó a su casa en horas de la madrugada. Traía los cachetes y el cuello de la camisa llenos de manchas de bilé, o sea lápiz labial. “¿Cómo explicas esto?” -le preguntó encrespada su esposa, doña Macalota. Relató don Chinguetas: “Le di 100 pesos a un payasito callejero, y se emocionó tanto que me abrazó y me dejó estas marcas”. “¡Mientes, bribón! -clamó la esposa-. ¡Eres un desvergonzado!”. “No lo soy -se defendió Chinguetas-. Si lo fuera no me daría vergüenza lo que realmente hice, y no habría inventado esa mentira”... El ordenador le propuso a la computadora: “¿Nos enchufamos?”. “Hoy no -declinó ella-. Tengo un virus”. “Lástima -se entristeció el ordenador-. Ahora que traigo el disco duro”... Casó el experto en computación. La noche de las bodas su flamante mujercita exclamó con acento desolado: “¡Válgame! ¡Micro y soft!”... Un sultán le pidió a otro: “Voy a ir a Bagdad la próxima semana. Acompáñame”. “No puedo -se disculpó el otro sultán-. Me caso el lunes, el miércoles y el viernes”... María Candelaria, la flor más bella del ejido, le contó a Crucita, su amiga y confidente: “Lorenzo Rafail me besó en el camino cuando fui por agua”. Preguntó Crucita: “Y tú ¿qué hiciste?”. “Nada -respondió ella-. Cuando quise gritar no pude, y cuando pude gritar no quise”... FIN
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