En la última columna escribí sobre la isla Bermeja y el arrecife de los Negrillos, dos islas fantasma que México reivindicó para ampliar la extensión de su zona económica exclusiva en el Golfo de México. De haber existido hubieran permitido redibujar la actual frontera marítima con Estados Unidos.
Esta frontera esconde otra singularidad, los conocidos como Hoyos de Dona. ¿Quién era Dona? ¿Acaso una pirata que navegó por aquellas aguas, o la técnica que dibujó el límite sobre un mapa? Ni una ni la otra; dona se refiere a la pieza de repostería en forma de rosca. Y no es que haya panes flotando en medio del golfo, como las famosas islas de plástico atrapadas en los giros oceánicos, sino que se trata de una metáfora para describir las consecuencias de trazar líneas. Antes de continuar conviene hacer un inciso. Como muchos de los lectores sabrán, el territorio de un estado incluye la superficie terrestre, así como la superficie marítima que se extiende horizontalmente desde la línea de costa (propiamente, desde la línea de base), más el subsuelo terrestre y marítimo y el espacio aéreo que se extienden verticalmente, tanto por encima como por debajo de la superficie. En el caso del espacio marítimo se distinguen tres zonas, cada una de las cuales más alejada de la línea de base: las aguas territoriales, la zona contigua y la zona económica exclusiva (ZEE).
Dicho esto, en 1976 y 1978 México, Estados Unidos y Cuba acordaron sus ZEE en el Golfo de México, de acuerdo con la entonces llamada “tesis de las 200 millas náuticas” (lo que poco después se convertiría en norma en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982). El trazado dejó dos áreas de aguas internacionales, de 17 mil y 20 mil km2 de superficie, que no pertenecen a nadie. En los mapas esas dos áreas aparecen como enclaves en medio de las ZEE de los tres países (el occidental rodeado por México y Estados Unidos, y el oriental con frontera con los tres). Si bien oficialmente se les llama “polígonos” en México y “gaps” en Estados Unidos, en este segundo país se les empezó a conocer coloquialmente como doughnut holes y de ahí pasó a México como hoyos de dona.
Curiosamente, la popularidad de este nombre ha llevado a que con él se denominen todos los enclaves de aguas internacionales rodeados por una única ZEE o por las ZEE de varios países. Así, además de los dos en el Golfo de México, existen cuatro más en el resto del mundo: uno en el mar de Bering, rodeado por las ZEE de Estados Unidos y Rusia; otro en el de Barents, rodeado por Noruega y Rusia; otro en el de Ojotsk, completamente rodeado por Rusia; y, por último, otro en el mar de Filipinas rodeado por Japón.
Regresando a los hoyos del Golfo de México, desde un inicio su delimitación precisa constituyó un problema, ya que se suponía que en el subsuelo del lecho submarino existían yacimientos de gas y petróleo. Cuando empezó a ser posible su exploración y explotación, México y Estados Unidos procedieron a delimitar el hoyo occidental, fijado definitivamente en el Tratado sobre la Plataforma Continental de 2000 (más conocido como tratado Clinton-Zedillo). Sin embargo, México aspiraba a más y reivindicó parte del hoyo aduciendo la existencia de la isla Bermeja, argumento finalmente descartado en 2009 como vimos la vez pasada. La búsqueda de una solución satisfactoria pasó también por el Acuerdo sobre Yacimientos Transfronterizos de 2012, mediante el cual se reparten equitativamente las reservas. En cuanto al hoyo oriental, la delimitación quedó pendiente mientras Estados Unidos no mantuvo relaciones diplomáticas con Cuba. Una vez restablecidas en 2014 los tres países colindantes iniciaron conversaciones, concluidas con la firma del acuerdo de delimitación en 2017.
Las singularidades en el límite de México con los Estados Unidos no terminan aquí, lo que continuaré en la próxima columna, pero para ello iremos al río Bravo.
El Colegio de la Frontera Norte
Singularidades fronterizas mexicanas (4): los hoyos de dona
Escrito en OPINIÓN el