El enamorado novio preparó la habitación donde pasaría la primera noche de amor con su flamante mujercita. Tras apagar la luz encendió algunas velas a fin de dar romanticismo a la ocasión, y puso a arder unas varitas de incienso oriental que perfumarían el ambiente. Entró la desposada al cuarto y se sorprendió al ver aquello. “¿Velas? ¿Incienso? -dijo-. ¡Ay, Leovigildo! ¡Ni que fuera Virgen!”... Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Hizo construir dos casas, una frente a la otra. Le indicó a su esposa: “Una es para nosotros; la otra para que en ella viva tu mamá”. “¡Ay, qué lindo! -se emocionó la señora-. ¿Cuál es la casa de mi mamá?”. Precisó el tal Capronio: “La que no tiene pararrayos”... Lloroso y gemebundo el niñito le contó a su madre: “Mami: en la escuela me dicen narizón”. “Vamos, vamos -lo consoló con ternura la mamá-. No es que mi hijito sea narizón; lo que pasa es que tiene su carita muy atrás”... Un cierto sacerdote se negaba sistemáticamente a oficiar matrimonios. Explicaba su negativa en la siguiente forma: “No me gusta tener nada que ver con juegos de azar”... En su primer día de trabajo el nuevo director del manicomio conoció a cuatro internos. “Soy Napoleón” -se presentó el primero. “Soy Napoleón” -manifestó el segundo. “Soy Napoleón” -lo saludó el tercero-. “Soy Napoleón” -declaró el último-. El director sonrió. Les dijo: “No es posible que todos ustedes sean Napoleón. Pónganse de acuerdo para que haya solamente un Napoleón”. En eso intervino una mujer que estaba cerca. “Comete usted un grave error -amonestó al funcionario-. Ningún derecho tiene a forzar la voluntad de quienes están a su cuidado. Debe usted respetar la personalidad de los cuatro, y no obligar a ninguno a renunciar a la identidad que ha escogido”. El director se apenó. “Tiene usted razón, señora -admitió avergonzado-. Procuraré no incurrir nuevamente en esa equivocación. Dejaré que haya cuatro Napoleones. Pero dígame: ¿quién es usted?”. Respondió la mujer: “Soy Josefina”... La señorita Peripalda, catequista, quiso que los niños supieran lo que es el Cielo a fin de inclinarlos a merecerlo. Les contó: “Hay un sitio lleno de goces y delicias al que todos iremos si nos portamos bien. ¿Saben ustedes qué lugar es ése?”. A coro respondieron los chiquillos: “¡Disneylandia!”... Acabado el pasional acto de amor Dulcibella le dijo con insinuante tono a Libidiano: “Me gustaría tener un marido”. Respondió el torpe galán: “Me parece muy bien, pero quisiera poder seguir viéndote de vez en cuando”... Doña Panoplia se enteró de que su amiga Gules tenía una fuerte jaqueca. La llamó por teléfono y le preguntó: “¿Cómo está tu dolor de cabeza?”. Contestó doña Gules: “Ya se fue al club de golf”... La novia tenía 55 años de edad; el novio 20. Se iban a casar. Una amiga de ella le preguntó: “¿Ya pensaste que cuando tú tengas 85 años él tendrá 50?”. “No importa -respondió la mujer-. Cuando eso llegue me buscaré otro”... En la reunión de parejas doña Macalota observó que don Chinguetas, su marido, hacía ante sus amigos una seña de medida con las manos. Les comentó a las demás señoras: “O está exagerando el tamaño de la trucha que pescó o está presumiendo de lo que no tiene”... Pepito le preguntó a su tía: “¿De dónde vienes?”. Contestó la señora: “Del salón de belleza”. Preguntó nuevamente Pepito: “¿Y estaba cerrado?”... “¡Te amo!” -le dijo en el campo nudista un tipo a la preciosa chica-. Ella inclinó la frente. “¿Por qué bajas la vista, cielo mío? -se conturbó el sujeto-. ¿Acaso te ofendí?”. “No -respondió la muchacha-. Quiero estar segura de que lo que sientes no es solamente deseo”... FIN.
Disneylandia
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