Desde muy lejos percibí el olor ominoso del incendio.
Apenas habíamos traspuesto el paso que por su belleza se llama de Las Maravillas cuando por el camino que lleva hacia el Potrero nos llegó el humo de las llamas.
Ya en el rancho pude ver el fuego en la montaña. Se oía el helicóptero que cogía agua en el tanque que hace años hice construir. Un avión grande esparció una nube de polvo rojo que impediría, se nos dijo, que el siniestro cundiera todavía más.
Batallé esa noche para conciliar el sueño. Se me aparecía como en sueños esa visión de muerte, la del incendio de los bosques. De pronto oí un pespunte en la azotea. Encendí la luz, fui a la ventana y me asomé a la huerta. ¡Estaba lloviendo! En toda la comarca llovió toda la noche y la mitad del día siguiente. Con eso el fuego de la sierra se apagó, y se conjuró el peligro de otros.
Milagro fue éste, creo yo. Desde luego no se compara con la resurrección de Lázaro, la multiplicación de los panes y los peces o el caminar de Jesús sobre las aguas.
Éste que digo fue un pequeño milagro.
Pero ¡cuán grandes son a veces los milagros pequeños!
¡Hasta mañana!...