Cuando la borrasca pase, cuando esta larga pesadilla se termine y amanezca un nuevo día, cuando el sol vuelva a brillar en todo su esplendor, cuando la tormenta amaine y podamos salir de nuevo, ya nada será igual; pero si aprendimos las lecciones de la pandemia, si abrevamos de sus enseñanzas, si cambiamos como seres humanos, si crecimos como seres, entonces, ya nada será igual, sino que todo será mejor. Habremos aprendido a valorar la vida, a respetar a la naturaleza, a convivir en armonía con todos los seres de la Tierra y a ser solidarios con nuestros hermanos.
Los habitantes de los pueblos originarios tanto del norte como de Mesoamérica donde se encuentra México, siempre supieron que todos éramos parte de la naturaleza, que la tierra no nos pertenecía, sino que nosotros le pertenecíamos a ella, que era nuestra madre, la madre tierra. Por eso debíamos amarla y respetarla, cuidarla para que nos brindara sus frutos, por eso cuando se iba cazar algún animal, primero se le pedía perdón y se le agradecía que nos alimentara.
Nunca nuestros ancestros mataban por diversión o deporte, sólo se sacrificaba los animales para que sirvieran de alimento, su piel para calzado y vestido. Platico todo esto porque en un afán de modernidad y civilización, nos perdimos en el camino, se nos olvidaron los principios básicos y llegamos a creernos dueños de tierras y aguas, de plantas y animales, éramos el ser superior de la naturaleza y ella estaba a nuestro servicio, de ese tamaño era nuestra soberbia. Olvidamos quiénes éramos realmente. Aquí es bueno recordar las palabras de la abuela de un querido amigo que le decía: “No semos nada jito… y si semos… semos muy poquito”, palabras sabias que encierran toda la verdad de la vida. No somos nada.
La pandemia que seguimos padeciendo puso de manifiesto que en efecto no somos nada, de nada sirvieron nuestros inventos y conocimientos, de nada nuestras riquezas y avances científicos y tecnológicos, de nada nuestra soberbia, frente a la pandemia no sirvió nada. Sólo se puso de manifiesto nuestra absoluta incapacidad y terrible vulnerabilidad, estamos totalmente inermes ante la adversidad. No somos nada. Estos es algo que tenemos que aprender, algo que nos enseñó esta pandemia.
También nos enseñó cuál es nuestro lugar en la tierra y que el planeta es nuestra única casa y que lo estamos destruyendo, que al vernos encerrados se tomó un respiro y floreció la vida. La pandemia le sirvió para restaurarse y se puso a retozar con sus animales y sus plantas, las aguas de los ríos volvieron a correr limpias y cristalinas y los mares arrojaron nuestros desechos. Vomitaron nuestras inmundicias. Ojalá que hayamos aprendido y regresemos mejores, que ya nada sea igual; pero que todo sea mejor empezando por nosotros.
Gracias amable lector por la gentileza de su atención, le deseo un espléndido Domingo de Pascua, seguramente el próximo sí lo podremos disfrutar a plenitud.
Ya nada será igual
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