“Lo que enseguida voy a hacer quizá te asuste un poco” -le dijo el enamorado novio a su ingenua desposada al principiar la noche de sus bodas-. (Desde luego este relato pertenece a los lejanos tiempos en que aún había ingenuidad). Tras hacerle esa delicada advertencia el galán procedió a consumar las nupcias en los términos prescritos tanto por la legislación civil como por la canónica. Al parecer la tal consumación fue muy del gusto de la joven. Lo prueba el hecho de que bien pronto le pidió a su maridito: “Asústame de nuevo”. Obsequió el galán el deseo de su novia. Ella, después de un rato, le pidió un tercer susto. A fuer de narrador veraz debo decir que en esta ocasión el galán hubo de hacer ímprobos esfuerzos para atender la demanda de su esposa, quien pese a su inexperiencia demostraba haber adquirido prontamente un apetito grande por los goces del himeneo, tanto que luego, con mayor vehemencia aún, le demandó a su cónyuge: “¡Asústame otra vez!”. Penosamente se enderezó en la cama el exhausto amador y con voz feble le dijo a la muchacha: “¡Bu!”... El coach del equipo de basquetbol de la universidad le contó a su asistente: “Hace días conocí a una linda chica”. “Qué bien” -comentó el otro-. “Y eso no fue lo mejor -siguió el entrenador-. Anoche logré que aceptara salir conmigo”. “Magnífico” -dijo el asistente-. “Y eso no fue lo mejor -prosiguió el coach-. En su departamento hicimos el amor apasionadamente”. “¡Fantástico!” -exclamó el otro-. Dijo el entrenador: “Y eso no fue lo mejor”. ¡Cómo! -se asombró el asistente-. ¿Qué puede haber mejor que eso?”. Respondió el coach: “Hoy en la mañana me presentó a su hermano. Mide 2 metros 10 centímetros de altura”... La adivina consultó su bola de cristal y le auguró a su clienta: “Te casarás con un hombre joven, alto, esbelto y de cabello rizado”. Preguntó la mujer: “¿Y qué haré con el viejo chaparro, panzón y calvo con el que estoy casada?”... La Tercera Guerra Mundial, dicen algunos futurólogos, no será por el petróleo, el oro o alguno de los exóticos metales que sirven ahora para la fabricación de modernos artilugios: será por el agua. (Le preguntaron a Albert Einstein: “¿Con qué armas cree usted que se combatirá en la Tercera Guerra Mundial?”. “No lo sé -replicó el gran científico-. Pero en la Cuarta se combatirá con palos y con piedras”). El agua, en efecto, es invaluable bien cada día más escaso y más difícil de conseguir. Los problemas que hoy por hoy afronta la Ciudad de México para surtir del líquido a sus habitantes son ya graves. Decía la canción: “Guadalajara en un llano, México en una laguna...”. Ciudad lacustre, es cierto, fue alguna vez la capital, que ahora debe buscar el agua a 2 kilómetros de profundidad. No hemos aprendido aún a cuidar ese recurso, origen de la vida y su sustento. En mil y mil maneras desperdiciamos el agua, la contaminamos, abusamos de ella. En todo el mundo va faltando el vital elemento. Quizá la próxima pandemia que enfrentará la humanidad será la de la sed... ¿Acaso te has propuesto, inane columnista, echarnos a perder el fin de semana con tus sombríos vaticinios? Ea, narra un chascarrillo final y luego pasa a retirarte, como decían antes los merolicos callejeros... Mis cuatro lectores conocen bien a don Chinguetas: es un marido tarambana merecedor de reproche y vituperio. Cierto día su esposa, doña Macalota, regresó de un viaje antes de lo esperado y sorprendió a su liviano cónyuge en erótico trance en el mismísimo lecho conyugal. “¡Y con mi mejor amiga!” -clamó la señora en estallido fúrico-. Don Chinguetas, para tranquilizarla, le ofreció: “Te prometo que la próxima vez lo haré con la peor”... FIN.
Guerra por el agua
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