Los guapos meseros andaban desnudos de cintura arriba, y así mostraban su varonil musculatura, sus poderosos bíceps, su estómago de lavadero, según describe la jerga popular. Eso tenía incómodo a don Chinguetas, maduro señor con cuerpo de pera: pecho hundido y barriga prominente. Le comentó su esposa, doña Macalota: “Te traje aquí porque siempre dijiste que querías conocer un restorán topless”... Lord Highrump, explorador inglés, retornó de su expedición a Egipto. Le preguntó el presidente de la Real Sociedad de Historia y Geografía: “¿Vio usted el nacimiento del Nilo?”. “¡Oh no! -exclamó milord-. En ese país los partos son acontecimientos muy privados”... Beacio era un piadoso joven de muchas devociones y extremada religiosidad. Por desgracia se le acabó la vida, y en virtud de que jamás cometió pecado alguno se fue directo al Cielo con todo y zapatos, como antes se decía. Lo recibió San Pedro, el portero de la morada celestial. Le dijo: “Tu expediente es impoluto, inmaculado. No puedes entrar aquí, pues esa absoluta pureza pertenece sólo al patrón y a su divina madre. Vuelve a la tierra y comete algún pecado, cualquiera. Cumplida esa condición te admitiré”. Regresó Beacio, pues, a este mundo. Fue a Las Vegas, pues había oído decir que en esa ciudad había muchas oportunidades de pecado. Bien pronto halló una de las principales: tuvo trato con una dama de la noche, y conoció por ella los deliquios de la pasión carnal. Inmediatamente le puso un mensaje al apóstol de las llaves: “San Pedrito: mejor aquí me quedo”... Ayer fue el día del carpintero. De San José, quiero decir. Junto con San Francisco de Asís es uno de mis santos predilectos. Su más grande virtud es la humildad. También él dijo: “Hágase en mí según tu palabra”. Se ha resignado incluso a que los pintores de la Natividad lo pongan siempre en un rincón oscuro, temerosos de que su presencia en el cuadro contraríe la paternidad divina del nacido en Belén. Dudó al principio, es cierto. Pero esa duda lo vuelve más humano, y hace mayor su final aceptación del prodigio. “Señor San José” lo llama el pueblo, que da también ese tratamiento a la Señora Santa Ana y al Señor San Joaquín, padres de la Virgen y abuelos de Jesús. En el sueño le era revelada la verdad a San José. Sólo a los humildes les es dada esa revelación. Encenderé una pequeña candela en recordación del santo carpintero. Le pediré que ilumine mis dudas, y que en mis soberbias ponga su humildad... Veleria, la mujer del puerto, amaba el amor de los marineros, que besan y se van. Cierto día llegó al lugar un forastero que buscaba esposa, pero quería que no tuviera nada que ver con el mar y la marinería. Veleria no llenaba el requisito. Le dijo al hombre, sin embargo, que le presentaría a su hermanita, inocente doncella que nada sabía de las cosas náuticas. Confiado en esa inexperiencia el fuereño desposó a la chica. Llegó la noche de las bodas. En la suite nupcial la novia se digirió al lecho y le preguntó a su flamante maridito: “¿Qué lado quieres de la cama, guapo? ¿El de babor o el de estribor?”... El nuevo maestro le dijo a Pepito: “Si te hago así con el dedo índice eso querrá decir que vengas”. Replicó el chiquillo: “Y si yo le hago así con el dedo de en medio eso querrá decir que iré pura tiznada”... En la reunión de parejas comentó Jactancio, hombre sesentón: “Todavía hago lo mismo que hacía a los 20 años”. “Es cierto -confirmó su esposa-. Pero a los 20 años no hacía absolutamente nada”... Un maduro caballero acudió a la consulta de un médico y le dijo que empezaba a batallar un poco para izar su lábaro de masculinidad. Inquirió el facultativo: “¿Cuándo notó usted ese problema?”. Replicó el señor: “Dos veces ayer por la tarde, tres veces anoche y otras dos veces hoy en la mañana”... FIN.
El día del carpintero
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