Un comerciante le comentó a otro: “Voy a poner una tienda en el centro”. “Ten cuidado -le aconsejó el otro-. Lo único que está en el centro y ha tenido éxito es el sexo”... Aplaudo, y con ambas manos, para mayor efecto, la decisión del presidente López Obrador de transformar la prisión de las Islas Marías en un centro turístico y de cultura. Ese sitio tan tristemente célebre fue lugar de infamias. Sirvió para confinar a los disidentes políticos del régimen que durante siete décadas detentó el poder en nuestro país. Allá fueron llevados lo mismo José Revueltas, comunista extremo, que don Felipe Brondo, católico de convicciones tan firmes como su fe -lo evoco siempre con respetuoso afecto-, perseguido por el gobierno en los aciagos tiempos de la rebelión cristera. Quebrantada para siempre su salud por efecto de su estancia en el penal, don Felipe estableció en Saltillo una librería religiosa. Ahí iba a embromarlo mi tío Raúl Aguirre, amigo suyo, masón y jacobino. Esperaba pacientemente a que llegara a la librería un cura, entraba enseguida él y con voz tonante le preguntaba al buen librero: “Don Felipe: ¿tiene usted el catecismo del pendejo Ripalda?”. Ante la amable protesta del señor Brondo razonaba mi tío: “¿Entonces qué quiere decir la ‘pe’ en el título del libro: ‘Catecismo del P. Ripalda’?”. Ahora se hace del penal de las Islas Marías un atractivo que de seguro muchos mexicanos querrán visitar. Debería construirse ahí un aeropuerto que evite a los viajeros la travesía por mar, la cual, según entiendo, presenta inconvenientes grandes, entre ellos el del temible mareo. Yo lo sentí una vez en un barco carguero en el que viajé de aventón por el Golfo de Vizcaya, de Southampton a San Sebastián, y pensé que mi vida iba a finar. Pedí perdón a Dios por los pecados que había cometido, por los que en la actualidad estaba cometiendo y por los que en el futuro habría de cometer si por su infinita misericordia seguía en este mundo. Para los viajes a las Islas Marías se podría utilizar alguno de los aviones que se tiene en improbable venta. Regresando al aplauso del principio, lo envío con sinceridad al presidente López Obrador por esa acción que devuelve al pueblo mexicano un patrimonio que durante muchos años sirvió a los fines de la represión gubernamental... La viejecita estaba dormitando en su sillón. Tenía en el regazo a su gato, única compañía de que gozaba en el mundo. Hacía poco tiempo había hecho la limpieza en el desván de su casa, y encontró ahí una lámpara de forma extraña. En aquella ocasión la frotó para limpiarla, y he aquí que de la lámpara salió un genio del oriente. “Me has liberado de mi prisión eterna -le dijo a la viejita-. Piensa tres deseos. Te los concederé”. Pidió ella: “Quiero tener mucho dinero”. En ese mismo instante la casa quedó llena de monedas de oro y billetes de alta denominación. Prosiguió la anciana: “Quiero ser joven otra vez, y que me hagas hermosa y atractiva”. De inmediato la anciana se volvió una veinteañera de hermoso cuerpo y agraciadas formas. Finalmente pidió: “Quiero que conviertas a mi gato en un mancebo guapo y lleno de juventud”. Al punto el minino se transformó en un apuesto doncel. Cumplidos los deseos de su ama el genio desapareció. La ahora joven mujer fue hacia el galán y lo abrazó con ardientes ansias amorosas. Le dijo él, apartándola: “¿No te arrepientes ahora de haberme llevado con el veterinario a que me capara?”... Una señora le comentó a otra: “Mi marido se parece a don Miguel Hidalgo y Costilla”. Preguntó la otra: “¿Tiene el aspecto de venerable anciano que el Padre de la Patria tiene?”. “No -precisó la señora-. Pero cada vez que voy de compras da el grito”. (Anécdota. El maestro de ceremonias en un acto oficial de cierto pueblo leyó el nombre del Cura de Dolores y dijo: “Don Miguel Hidalgo y... y su respetable esposa”)... FIN.
Las Islas Marías
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