“Anoche tuve actividad sexual intensa -le dijo el travieso muchacho a su maestro-. ¿Podría usted posponerme el examen?”. “De ninguna manera - negó el profesor-. Puedes escribir con la otra mano”… La abejita y su hijito estaban en el cáliz de una florecita. Preguntó el pequeñuelo: “Mami: ¿cómo nací yo?”. “Hijo mío -respondió la abejita-. Creo que ha llegado el momento de que te hable de los hombrecitos y las mujercitas”… En el campo nudista él le dijo a ella: “Siento un gran atractivo por ti”. Bajó ella la vista y exclamó: “¡Mira, de veras!”… El niño le contó a la vecina: “La primera vez que mi mamá vio a mi papá se enamoró de él perdidamente”. “¡Qué bonito! -se conmovió la señora-. Y seguramente sigue igual de enamorada de él”. “Quién sabe -replicó el pequeño-. Nada más aquella vez lo vio”… En el bar el tipo que bebía su copa, solitario, le relató al cantinero: “Tuve muy mala suerte con mis dos esposas. La primera me abandonó para irse con otro hombre, y la segunda no”… Aquel caníbal se portaba mal: haraganeaba todo el tiempo, se iba de parranda con amigos y solía tener dimes y diretes con las mujeres de la tribu vecina. Su mujer le comentó a una amiga: “No sé qué hacer con mi marido”. Ofreció la otra antropófaga: “Si quieres te presto mi recetario”… Don Wormilio declaró en la oficina a la hora del café: “Le voy a sugerir a mi esposa que compartamos el trabajo de la casa”. Preguntó uno de sus compañeros: “¿Te has vuelto feminista y abogas por la equidad de género?”. “No -replicó el pequeño señor-. Lo que pasa es que yo solo no puedo con todo el quehacer”… En el funeral de la señora su compadre lloraba lleno de aflicción. “No se aflija, compadrito -lo abrazó el marido de la finada-. Le prometo volverme a casar”… Noche de bodas. La novia salió del baño cubierta sólo por vaporoso negligé de encaje blanco que dejaba a la vista todos sus encantos. Para su sorpresa su flamante marido estaba viendo en la tele el partido de futbol. Le dijo el desposado a su dulcinea: “Me hiciste esperar tres años para esto. Espera tú 15 minutos a que termine el juego”… “Todos mis males provienen del alma” -suspiró doña Chacosa, señora que padecía reumas, ciática y lumbago entre otros variados alifafes-. Su vecina le preguntó: “¿Cómo esos males te pueden venir del alma?”. “Sí -confirmó doña Chacosa-. Del almanaque”… Ya conocemos a Afrodisio Pitongo: es un salaz sujeto proclive a la concupiscencia de la carne. Le propuso a Loretela, muchacha de buenas familias, ir en su compañía al Motel Kamagua “a gozar juntos -dijo untuoso- las dulces mieles que nos brinda Venus”. Respondió la muchacha, decidida: “Jamás haré tal cosa. Pienso que no puede haber sexo sin amor”. “Tienes razón -concedió Pitongo-. Tú dame el sexo; el amor yo veré dónde lo consigo”. (Nota: Esta columna opina que el tal Afrodisio Pitongo es un cabrón, si me es permitida la palabra)… El cuento que ahora sigue no es para espíritus sensibles. Las personas que tengan espíritu sensible deben saltarse hasta donde dice FIN… Muy mala suerte tuvo don Jolilo: en un accidente de trabajo perdió cierta parte de su cuerpo que tenía en alta estima. “No se preocupe -lo tranquilizó el doctor-. Podemos implantarle una nueva. Las tenemos en tres tamaños: la grande cuesta 30 mil pesos, la mediana 20 mil y la pequeña 10 mil. ¿Cuál quiere usted?”. Don Jolilo no era ni humilde ni soberbio, de modo que dijo que prefería la mediana. Le sugirió el facultativo: “¿Por qué no consulta el caso con su esposa? A lo mejor ella escogerá otra opción”. Al día siguiente regresó el señor. Le preguntó el médico: “¿Qué tamaño prefirió su esposa?”. “Ninguno -contestó don Jolilo-. Dijo que con ese dinero mejor pondrá cortinas nuevas en la sala”… FIN.
Equidad de género
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