Guanajuato, uno de los estados más conservadores, acaba de legalizar el matrimonio igualitario, es decir, el matrimonio de personas del mismo sexo. El gobierno local concedió, el pasado 20 de diciembre, el reconocimiento jurídico del matrimonio igualitario, así como, el derecho a la no discriminación por orientación sexual. Gobernado por el PAN, Guanajuato es una de las entidades con mayor número de católicos. Se ha distinguido como bastión de resistencia católica e intransigencia en materia educativa, sexual y reconocimiento de las libertades del cuerpo de la mujer. Hasta ahora, en México, 24 entidades federativas han reconocido el matrimonio igualitario: Aguascalientes, Ciudad de México, Campeche, Chihuahua, Colima, Coahuila, Chiapas, Michoacán, Morelos, Nayarit, Hidalgo, Baja California, Baja California Sur, Jalisco, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Tlaxcala, Quintana Roo, Yucatán, Sinaloa, Querétaro y Sonora.
Resulta simbólico, pues Guanajuato es uno de los bastiones panistas del Yunque. Y que su actual gobierno reconozca no sólo los derechos de los homosexuales, sino, sumarse a no patologizar los grandes cambios que se vienen operando en la conformación de las familias en México y en el mundo. El reconocimiento del matrimonio igualitario es fruto de las grandes luchas y transformaciones de la cultura contemporánea. Es una incursión secular y civilizatoria. No son sólo ideas, sino nuevas prácticas sociales y culturales que inciden en nuestra vida cotidiana. Lo contemporáneo aporta un conjunto, a veces desordenado, de lo que llamamos sentido común y códigos alternos. Éstos inciden de formas distintas en la manera de trabajar, informarse, convivir, de amar, de organizarse, de practicar la política y de convivir con una mayor pluralidad. Uno de esos grandes cambios se operan en la familia. Sin embargo, al mismo tiempo, surgen reacciones y movimientos contraculturales que rechazan radicalmente los cambios y se aferran al pasado bajo sentimientos nostálgicos. Describen lo actual como una desviación perniciosa de la historia e invitan a regresar a los orígenes. La Iglesia católica ha contribuido a un tipo de fundamentalismo, de herencia cristera, portador de una cultura de violencia física, verbal y psicológica. Un fundamentalismo religioso que opera bajo el chantaje de la culpa. Bajo esa lógica de “con mis hijos no se metan”, el 10 y el 24 de septiembre de 2016, cientos de miles de católicos encabezados por obispos se manifestaron en las calles ante la propuesta del entonces presidente Enrique Peña Nieto, para que legalmente se puedan efectuar matrimonios civiles entre personas del mismo sexo en todo el país. Dicha propuesta, el PRI la congeló. Posteriormente, los obispos alardearon de que la estrepitosa caída de ese partido en las elecciones intermedias, se debió al supuesto descontento de los votantes católicos ante tal iniciativa.
La Iglesia católica cree que el modelo tradicional de la familia es parte de su patrimonio. En efecto, desde el siglo IV, con la transformación del cristianismo en la religión oficial del imperio romano, aparece un modelo matrimonial cuyos rasgos fueron los siguientes. A) el fundamento del matrimonio es divino, por tanto canónico. Indisoluble porque es un pacto sagrado. B) es monogámico y C) es heterosexual destinado a la procreación. En México y América Latina, el modelo de familia canónica, fue impuesto por la conquista y se consolida en la colonia española y portuguesa. La Iglesia católica, reivindicó durante siglos la potestad normativa y jurisdiccional sobre el matrimonio e impuso una forma religiosa a la celebración del pacto matrimonial. Sin embargo, a lo largo del tiempo hay grandes cambios en la estructura de las familias en occidente, especialmente en el último siglo. Como dicen los antropólogos, ahora, habría que hablar de las familias y no la familia. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), podemos definir a la familia como el conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos, etcétera) con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia económico y social comunes, con sentimientos afectivos que los unen y aglutinan. Antes, sólo se dibujaba el modelo de la familia nuclear (papá, mamá e hijo/s); actualmente tenemos otros tipos de familia: las familias biparentales sin hijos, familias biparentales con hijos, familias homoparentales, familias reconstituidas o compuestas, familias monoparentales, familias de acogida, familias adoptivas y familias extensas, etcétera. Siguiendo a Fernando Arlettaz, investigador argentino del Conicet, el proceso de secularización del matrimonio tiene tres factores centrales: 1) la aparición del matrimonio civil, que afecta la forma religiosa del matrimonio, así como su sumisión a la normativa y jurisdicción canónicas; 2) la introducción del divorcio, que concierne la indisolubilidad del vínculo matrimonial; 3) la apertura del matrimonio a las parejas homosexuales, que quebranta el carácter heterosexual del matrimonio impuesto por el modelo canónico. La diversidad actual de familias, puede ser tan funcional o disfuncional como cualquiera. Lo importante son los vínculos entre sus miembros. Se deben valorar los afectos, el cuidado, el amparo, el crecimiento que permiten el desarrollo de todos sus integrantes. Es central tener, una mirada amplia e incluyente y el respeto a la manera de vivir, promoviendo el impulso pleno de cada miembro.
Con el reconocimiento del matrimonio igualitario en Guanajuato, ha caído una de las principales trincheras conservadoras. Solamente quedan ocho entidades de la República por registrar este derecho. No sólo es un triunfo de la comunidad LGBT+ sino un indicio de debilitamiento del fundamentalismo católico. Un signo de los tiempos, como pregona el papa Francisco.
Matrimonio igualitario en Guanajuato: triunfo de las libertades
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