Hoy la mayoría de las personas tienen un teléfono inteligente. El mercado de la telefonía celular tiene dispositivos para todos los bolsillos. Hay pues teléfonos casi elementales, que no tienen internet y que solamente tienen posibilidades de hablar con otros seres humanos. Otros dispositivos tienen pantallas grandes, montones de programas, llamados apps, las cuales pueden incluir redes sociales, mapas, acceso al correo y al navegador de Internet. Es claro que mientras más opciones, más costoso es el teléfono. De hecho, en la medida que nos acercamos a las más sofisticadas prestaciones, también nos acercamos a los precios máximos. Hoy un teléfono de “gama alta” puede costar 30 mil o 40 mil pesos o incluso más.
La razón de que los teléfonos inteligentes sean más costosos que muchas computadoras de escritorio, tiene que ver con la miniaturización de sus componentes. Piénsese en los primeros celulares: parecían ladrillos y solamente se podían hacer llamadas. Hoy son un poco más grandes que una tarjeta de crédito. Tienen pantallas con millones de colores, capacidad de Gigabytes e incluso procesadores de dos, cuatro y ocho núcleos. Vamos, lo que nos están vendiendo ahora son computadoras pequeñísimas, con capacidades mayores que las de escritorio y que además, le han incluido la parte de las llamadas tradicionales de teléfonos.
El mercado de la telefonía móvil es probablemente uno de los más ilustrativos como gran negocio. Las empresas nos han hecho creer que un teléfono debe ser cambiado por uno nuevo cada dos años y además, los planes de interconexión de Internet inalámbrico ha permitido que estemos conectados por unos 20 o 25 dólares por mes, lo que es increíblemente barato si consideramos los beneficios de estar como usuario de las redes como internet. Pero esto, aunado a las empresas que hacen apps para estos teléfonos, de pronto nos encontramos con problemas que tienen que ver con la privacidad de las personas.
Por ejemplo, si alguien es acusado de un delito, las autoridades pueden confiscar el teléfono del potencial criminal y ver sus datos, fotos, apps que usa, etcétera. Si el teléfono tiene contraseña entonces las autoridades muchas veces buscan hallar cómo entrar en ese teléfono para ver si hay información incriminatoria. Sin embargo, parece ser claro que esto es la violación de la privacidad, asunto al que todos tenemos, seamos criminales o no. De hecho, hay casos en que las autoridades estadounidenses le han pedido a Apple que les desbloquee un teléfono, y como la empresa no les hace caso, da recompensas a quienes puedan hacer semejante tarea.
Pero hay más: Google, por ejemplo, es el creador de Android, el cual es el sistema operativo más usado en el mundo, con más del 80% de usuarios conectados a un teléfono con ese sistema. Google en muchos casos sugiere, si no es que casi obliga, a que el usuario enlace su teléfono con su cuenta de GMail. Con ello se pueden hacer varias cosas: sacar respaldo, tener acceso a un depósito de archivos propio, etcétera. No obstante estas ventajas, el hecho de que hemos enlazado nuestro teléfono a la cuenta de GMail hace que Google pueda saber mucho más de nosotros todo el tiempo, por ejemplo, saber dónde nos encontramos en todo momento.
Por ejemplo, en mi cuenta de GMail aparece cada mes un reporte de los lugares en los que he estado con más frecuencia. ¿Cómo sabe esto Google de mí? Fácil: el teléfono le manda cada cierto tiempo la posición geográfica en donde me encuentro. Esto lo hace silenciosamente. Igualmente, si entro al navegador y estoy sincronizado a la cuenta de correo de Google con mi teléfono, todos los sitios que visite se registran eventualmente en mi navegador, ya sea en el teléfono o en mi computadora de escritorio. De nuevo, Google sabe qué hacemos, qué buscamos y para colmo, desde qué lugar en el planeta hacemos esto.
Desde luego, Google indica que todo esto -que está por omisión cuando se abre una cuenta de GMail, puede configurarse pero... ¿alguien lo configura? Yo creo que la mayoría incluso no sabe que Google “lo espía” cotidianamente. Y seamos justos al menos: Google no nos espía porque quiere saber todo sobre nosotros. No. Lo que quiere la empresa es saber los gustos que tenemos para así bombardearnos con propaganda que nos interese. Vamos, si Google detecta que me gusta el ajedrez, no es de sorprenderse ver que en mis redes sociales o en los “banners” que se presentan en muchas páginas, aparezcan anuncios relacionados con el juego ciencia.
Para decirlo de otro modo: a Google no le interesas como persona, sino como consumidor. Por eso no le interesan realmente nuestros datos personales pero sí le es importante saber qué gustos e intereses tenemos. Finalmente se trata de vender y con ello se consigue dinero y por ende, recursos para investigaciones. Aún así, da la impresión que la privacidad de los usuarios de la telefonía móvil se ha subestimado, particularmente por los más afectados, los usuarios.
Teléfonos celulares, privacidad y ubicuidad de sus usuarios
Escrito en OPINIÓN el