En su evolución misma, la pandemia –como fenómeno activo– continuó mostrando el todavía inevitable ascenso en el número de contagios y decesos: al 29 de septiembre, el número total de personas infectadas llegó a 232.7 millones y el de decesos a 4.8 millones (tasa bruta de letalidad: 2.1 por ciento). Aunque el ritmo de aumento de ambos –contagios y decesos– es ahora menor que en otros momentos de los últimos 18 meses, es claro que la pandemia y sus principales consecuencias no han sido superadas.
En el curso de septiembre, buena parte de la atención internacional continuó centrada en el esfuerzo mundial de vacunación y en los rasgos de concentración y falta de equidad que lo han caracterizado hasta el momento.
El debate aludió, por otra parte, a la oportunidad mejor para dar inicio a la aplicación generalizada de terceras dosis de la vacuna y a la necesidad misma de estos refuerzos. También se aludió a diversos otros aspectos, algunos claramente paradójicos, del comportamiento de la pandemia. Quedaron de relieve, una vez más, las muy extendidas incertidumbres que siguen caracterizando el entorno global que rodea a la evolución de la pandemia.
Es probable que el largo debate acerca de la importancia de iniciar cuanto antes la aplicación generalizada de dosis de refuerzo de las diversas vacunas haya llegado a un punto de flexión con la noticia de que el presidente de Estados Unidos había recibido, hacia finales de septiembre, una tercera dosis. Aunque se intentó mostrarlo como un ejemplo que alentaría a muchos de sus conciudadanos –en especial a aquellos que se han negado a ser inmunizados– a modificar su actitud, esta explicación resulta claramente insuficiente.
En Estados Unidos, la irracional resistencia a recibir la vacuna se origina, entre otros factores, en simple ignorancia, creencias religiosas o preferencias políticas, ligadas éstas por lo general a la extrema derecha republicana. Es claro que ninguna actitud así originada va a modificarse, de la noche a la mañana, por el ejemplo de la acción individual de Biden. Un estudio reciente, citado por The New York Times, muestra que estas motivaciones tienden a reforzarse: el amplio debate sobre la necesidad de refuerzos, se alega, es prueba ‘prima facie’ de que las vacunas mismas no funcionan.
Lo que sí queda en claro es que Estados Unidos y, muy probablemente, otros países que han logrado vacunar a más de la mitad, y en algunos casos a más de dos tercios de su población adulta, darán preferencia a continuar privilegiando a sus nacionales con el acceso generalizado a las llamadas terceras dosis o con la adición de nuevos grupos de edad, en especial, niños y adolescentes, a las campañas de vacunación.
Cuando el presidente de Estados Unidos señaló, hacia principios del mes, que podría pensarse en alguna flexibilización del régimen de licencias para favorecer la diversificación de entidades elaboradoras de vacunas, extendiéndolas a mayor número de países, los laboratorios, encabezados por Pfizer, alegaron que sería preferible que ellos mismos –que repetidamente han fracasado en cumplir con sus contratos de producción– ampliasen sus volúmenes y distribuyesen las vacunas a precio de costo o, incluso, de manera gratuita en algunos casos.
Se ha señalado que “más 6 mil millones de dosis de vacunas se han aplicado a escala mundial, lo que alcanza a cubrir a 78 de cada 100 personas. Ahora que algunos países opulentos han empezado a aplicar refuerzos y siendo todavía insuficiente el programa global de vacunación [Covax], la brecha entre los países ricos y pobres sigue siendo enorme” ( NYT, 29/9/21). De mantenerse estas tendencias, es claro que, lejos de disminuir, se acentuará la creciente desigualdad en el acceso y en el uso de las vacunas. Junto a la brecha norte-sur se hablará ahora de la brecha de vacunación.
La ampliación desigual y desequilibrada en el acceso a las vacunas es promovida, en primer término, por los propios laboratorios privados que las fabrican. Un ejemplo muy reciente lo ofreció Pfizer con el anuncio de que ha presentado a las autoridades datos que demuestran que “su vacuna contra el coronavirus es segura y efectiva para su uso en niños de cinco a 11 años” ( NYT, 29/9/21). La empresa presentará solicitudes de autorización para el uso pediátrico de la vacuna tanto en Estados Unidos como en otros países. En EU la elegibilidad de vacunación incorporaría a 28 millones de niños de ese grupo etario, que se sumaría a los 17 millones del grupo de 12 a 17 años.
En los días que se cuentan del 16 al 28 de septiembre, en Estados Unidos, el promedio diario de nuevos contagios se abatió en 26 por ciento –una disminución sin duda significativa–, en tanto que el promedio diario de decesos se elevó en 7 por ciento –alza no trivial–. ¿Aumentó en esas dos semanas la letalidad del Covid-19? Como no se ha informado al respecto, quede ésta, al menos por ahora, como una de las múltiples paradojas que plantea la pandemia.
Pandemia: los tópicos del mes
Escrito en OPINIÓN el