“Ahí va el hombre con el que se está acostando la vecina”. Al oír esas palabras de su esposo doña Cotilla saltó de su sillón y corrió presurosa a la ventana a ver al hombre. Observó decepcionada: “Es el marido de la vecina”. Replicó el señor: “¿Y acaso no se está acostando con él?”... Un indignado caballero se presentó en la relojería y le reclamó con enojo al encargado: “¡Me dijo que este reloj me duraría toda la vida! ¡Apenas tengo 15 días con él y ya se descompuso!”. El relojero se defendió: “¿Y yo qué culpa tengo de que usted no se haya muerto antes?”... Los pericos, ya se sabe, tienen fama de maldicientos. La Academia no registra aún ese mexicanismo, “maldiciento”, aplicado a quien usa en su expresión palabras de las llamadas “malas”, aunque ninguna hay que lo sea. El mismo don Francisco J. Santamaría, insigne lexicógrafo que no siempre iba de acuerdo con la docta corporación, dice que ese vocablo es “vulgarismo propio de gente muy indocta”. Abundancia de tal especie ha de haber en el país, pues en todas partes se dice “maldiciento”, y no “maldiciente”, término que expondría a quien lo usara a ser calificado de pedante. A fin de cuentas, como sucede siempre en cosas del lenguaje, Su Majestad el uso se impondrá. Advierto, sin embargo, que he perdido el hilo de mi historia. Lo retomo. Un vendedor de pájaros tenía entre ellos a un pícaro cotorro deslenguado. Se interesó en él un comprador, y el pajarero le informó: “Este perico es especial, señor. Si le levanta usted la pata derecha habla en inglés; si le levanta la pata izquierda se expresa en ruso”. Preguntó, bromista, el comprador: “¿Y si le levanto las dos patas?”. Contestó el loro, enojado: “¡Pos me caigo de culo, pendejo!”. Maldiciento, más que maldiciente, era el cotorro del cuento, ninguna duda cabe... En medio de tantas pandemias -la del coronavirus, la del crimen- recibimos dos noticias buenas. La primera, la elección de Dulce María Sauri Riancho como presidenta de la Cámara de Diputados. He tenido el privilegio y el agrado de tratar a la señora, y puedo decir que es una dama inteligente, culta y gentil -al fin yucateca- que ha hecho de la política una oportunidad de servir, y no una ocasión para medrar o ganar poder. Su presidencia dignifica al Congreso y hace que a San Lázaro lleguen aires de integridad, y no los tufos de indecencia que pudieron haber llegado. La otra buena noticia la aporta López Obrador con su rechazo a las iniciativas de la bancada de Morena en el Senado para imponer gravámenes a las herencias y a los refrescos embotellados. Sea por convicción la postura de AMLO, su decisión da marcha atrás a esas intentonas que habrían causado grandes daños a la economía, sobre todo a la del pueblo con el impuesto a los refrescos, que por desgracia forman parte importante de la alimentación cotidiana de la clase popular. Bien por López Obrador, que igualmente se opuso a las maniobras tendientes a obstaculizar la llegada de la señora Sauri a la presidencia del recinto cameral. Anotemos esos dos aciertos, a los que esperamos sigan otros... El padre Arsilio predicó en el retiro para hombres casados. Dijo: “Lo mejor en el matrimonio es la fidelidad”. Desde el fondo se oyó una pregunta: “¿Y qué es lo segundo mejor, padre?”... La sexoservidora bebía una cerveza con su cliente. Le contó: “Mi abuela fue ama de casa, mi mamá es maestra y tengo una hermana monja”. Le preguntó el sujeto: “¿Y cómo fue que tú llegaste a ser lo que eres?”. “No sé”, ponderó la dama de la noche. “Supongo que lo debo a mi buena suerte”... FIN.
Pícaro cotorro maldiciente
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