El 10 de abril del año en curso apareció una noticia en el diario El País en que se daba información pormenorizada de una epidemia de sarampión que se había iniciado en México el mismo día que se reportaba el primer caso de infección por Covid-19 en el país. Se trataba de un caso de sarampión en una niña de 8 años que no tenía antecedentes de haber viajado al extranjero. Este dato era importante porque los casos de sarampión detectados con anterioridad habían sido importados. La preocupación para las autoridades de salud era determinar si se trataba de un caso endémico. Sin embargo, con la aparición de nuevos casos de sarampión las autoridades de salud detectaron que el epicentro de la epidemia se desarrolló en el reclusorio norte de la Ciudad de México.
Una semana antes de la detección del primer caso se encontró que en el horario de visitas al reclusorio ingresó un niño que acababa de regresar del extranjero y que traía consigo el sarampión. Los reclusorios representan un terreno fértil para la propagación, no sólo del Covid-19, sino de forma más expedita para el virus del sarampión. Esto es particularmente importante porque en los reclusorios se encuentran muchas personas adultas que no han recibido la vacuna contra el sarampión. Pero además, imaginemos la interacción entre las personas visitantes y los reclusos además de la venta de todo tipo de cosas alrededor de los penales. Por ello, no tardó mucho tiempo en que los casos de infección por sarampión rebasaron el ámbito del reclusorio. Si en un principio los casos se circunscribían a la Delegación Gustavo A. Madero, donde se encuentra el reclusorio, posteriormente se empezaron a detectar casos en otras delegaciones de la Ciudad de México, en municipios del Estado de México y aun en los estados de Tabasco y Campeche.
Era importante contener la propagación del virus del sarampión porque existen características de la población que la favorece como la presencia de cantidades importantes de personas adultas que no cuentan con el antecedente de vacunación y en especial, la presencia de niños carentes de dicha vacuna. De acuerdo con las cifras aportadas sobre cobertura de vacunación contra sarampión de la OCDE, México mantenía coberturas por arriba de 95% de la población infantil desde el año 2000, inclusive llegó a tener coberturas de 98% en 2011 y de 99% en 2012, pero bajó a 89% en 2013 y a 76% en 2017. Esto ha dejado a grupos de niños desprotegidos por la vacuna lo cual se vio reflejado en esta epidemia.
En el último reporte de casos de sarampión de la Dirección General de Epidemiología, en agosto de este año, se identificaron un total de 196 casos entre febrero y mayo, presentando una curva epidémica con un ascenso lento en el número de casos durante la segunda mitad de febrero para tener luego un ascenso rápido en el mes de marzo alcanzando su ápice a finales de ese mes y mostrar luego un descenso rápido de casos para terminar en casos esporádicos en mayo. Además, resultó importante conocer el número de individuos infectados que no tenían el antecedente de vacunación comprobable por medio de la cartilla. En forma global 80.1% (157 de 196) de los individuos analizados no tuvieron el antecedente de vacunación. En los niños menores de un año ninguno tenía el antecedente de la vacuna dado que ésta se aplica hasta el año de edad (n=22), pero las proporciones fueron en el grupo de 1 a 4 años de edad 78% (32 de 41 individuos), y en el de 5 a 9 años 52.6% (10 de 19 individuos).
Estos resultados indican que las autoridades de salud deben regresar a las coberturas de vacunación que se habían mantenido hasta el año 2012 a fin de evitar que el sarampión se vuelva endémico. Aun así, el Sistema de Salud en México pudo delimitar la epidemia de sarampión ayudado sin duda por el efecto de rebaño de una bolsa importante de la población que aún cuenta con el antecedente de vacunación y a pesar de la paralela pandemia de Covid-19.
Piedras Negras, Coahuila, a 11 de octubre, 2020.
La otra epidemia
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