El reloj aún no marcaba las 8:00 de la mañana, pero en la humilde casa de la colonia Viveros ya sonaba el Tropical Panamá a “todo lo que da”.Al ritmo de “La Cumbia Barulera” o “La Vecina me Puso el Dedo”, Oscar Zurita, “El Tacos Tacos” iniciaba un nuevo día, como todos los días.
Un pasito por aquí, un pasito por allá y mientras, junto a su familia, preparaba los 50 kilos de harina, los mezclaba con la manteca, el rexal y el agua.“Luego, a hacer los testales y a jugar carreras a ver quién extendía más rápido las tortillas”, recuerda uno de los cuñados de Oscar, nacido en Sabinas Hidalgo, Nuevo León, pero que hizo casi toda su vida en Nuevo Laredo.
Pronto, el olor a frijoles y papas recién cocidas, el chile recién pelado, inundaba no sólo la casa de “El Tacos Tacos”, sino la de la mayoría de sus vecinos.Mientras vigilaba en la enorme plancha en la que cocía las tortillas de harina, de esas recién paloteadas, “El Tacos Tacos” se echaba uno que otro pasito con algunas canciones de sus grupos favoritos: Tropical Panamá, Bronco, Grupo Pegazzo y el Topaz.Siempre alegre, siempre amable, siempre listo para salir a la calle, así era “El Tacos Tacos”, el hombre, el padre, el comerciante, el luchador, el que se negaba a que sus hijos pasaran su hambre, sus penurias, sus dolores propios de caminar y caminar hasta ver casi terminada la olla de peltre o la hielera, que entonces sacaba de su casa repleta de “los de harina, los de papa, los de frijol”.
Oscar bien podría haberse ganado el apodo de “El Tacos Tacos” desde mucho antes de hacerse popular en las luchas, el beisbol, los bailes, las cantinas o “cualquier lugar en donde había mucha gente”.
“Comenzó desde muy niño, tendría como seis o siete años. Mi mamá quedó viuda y le nació en el corazón ayudar a su familia”, recuerda una de sus hermanas, Blanca, la menor.
"Chaparra de mi amor" fue el primer track de "Dinastía de la muerte" disco con la banda sonora a cargo de Ramón Ayala y los bravos del norte https://t.co/VjBlF0omCT
— El Mañana (@ElMananaOnline) October 17, 2020
La situación en esa humilde vivienda se veía sombría. Nueve hijos y una esposa habían quedado a la deriva con el fallecimiento del padre de Oscar.Otra de sus hermanas, Andreita, recuerda cómo Oscar salió de su casa y alrededor de la cuadra ofreció los tacos que su madre le hizo y cargó en una pequeña olla de peltre.Quizá entonces comenzó a nacer “El Tacos Tacos” y a perderse, fuera de su hogar y de su familia, el nombre que le dieron su madre y su padre.
El trabajo duro jamás asustó a Oscar, pero cuando un buen hombre encuentra a una buena mujer difícilmente estará dispuesto a dejarla ir. A sus 17 años y se había unido a esa jovencita de apenas 15 años que le robó el corazón.
El joven matrimonio dejó entonces Nuevo Laredo y pasó un tiempo en Matamoros, pero pronto volvieron.Oscar decidió entrarle a las entregas e ingresó a las filas de la Carnicería Laredo, la de Benito García.La situación económica orilló a Oscar a volver a sus queridos tacos. Junto a uno de sus cuñados, su concuña y su esposa se organizaron para regresar a las calles, a los campos, a las cantinas, a los deportes y a los espectáculos.
Pronto recorría las cantinas El Trovador, El Jardín, El Paraíso, La Especial, la Tuna, los billares Yo-Yo y todas las del centro.
Si sobraban tacos, entonces Oscar se enfilaba hasta “El Palomar” y bajaba hasta donde estaban las celdas y los repartía entre los presos.
Las luchas siempre fueron una de las “debilidades” de Oscar y fue quizá ahí donde se ganó el mote de “El Tacos Tacos”.
“La gente se metía con nosotros, nos insultaba, nos mentaba la madre, nos decía que los tacos eran malos, que enfermaban”, recuerda uno de sus cuñados.Entonces, Oscar recurría a “voltear la tortilla” y de ahí nacieron muchas de sus famosas frases: “¿Quién se quiere morir?”, “Llévele a su suegra” “¿Quién quiere una incapacidad?” “Tacos, tacos de pavo… rosos frijoles”.
El anunciador parecía estar siempre del lado de Oscar. Por el micrófono anunciaba la presencia de los luchadores y, por supuesto, de “El Tacos Tacos”.“¡Y ahí, viene El Santo!… ¡Y ahí viene “El Tacos Tacos”!…”, recuerda la familia que se escuchaba por el micrófono de la arena Nuevo Laredo, esa que se ubicaba por la Maclovio Herrera.“El Tacos Tacos” gustaba de ser figura. Llegaba al evento vestido muy de acuerdo al espectáculo.
Si iba al beisbol, de gorra, tenis y a veces de la playera de su equipo favorito, si era la lucha, de máscara y capa.Claro que eso no ocultaba su personalidad.
El carrito adaptado para llevar la hielera y la olla de peltre lo traicionaban, además, había que vender y ¿qué mejor que el grito de Tacos, taquitos, tacos, tacos?Oscar era un hombre enamorado de sus tacos, de su familia, del beisbol, de ser figura, humilde, sí, pero figura al fin, de su equipo, las Chivas del Guadalajara, pero sobre todo de la vida.
Y eso que la vida le dio malos ratos. Dos grandes malos momentos marcaron para siempre la vida de Oscar. La primera fue un gran susto. Su corazón se debilitó y un buen día le falló. Fue a parar al hospital y estuvo internado.
Pronto, pese a la ayuda de muchos, la cuenta se agrandó y la familia recurrió a la solidaridad de un pueblo, que aunque a veces lo “maltrataba”, en verdad lo quería y mucho.Una vez recuperado, volvió a las calles, al espectáculo, al deporte, a las cantinas, los bailes y cualquier lugar en donde había gente.
Un buen día, el amor por las Chivas le jugó una mala pasada. Subió a una escalera para colgar un poster de su amado equipo, cayó y se rompió la cadera en varios pedazos.
De nuevo al hospital, de nuevo a recurrir a sus amistades, a su familia y hasta el boteo en las esquinas.Fue necesario usar pedazos de metal para arreglar la cadena de Oscar, “El Tacos Tacos”, pero pese a que entonces caminar se le complicó, eso no lo detuvo.
De nuevo volvió a las calles, al espectáculo, al deporte, a las cantinas, los bailes y cualquier lugar en donde había gente.De papa y frijol, no había más para “El Tacos Tacos”, pero sí para Oscar, que demostró ser un padre ejemplar para sus cinco hijos: Juan Oscar, José Manuel, Margarita Aracely, Azucena Alejandra y Violeta Berenice.“Mis hermanos decían que yo era la consentida.
Quizá porque era la primera mujer”, recuerda Margarita.Quizá el hecho de no querer que sus hijos pasaran por su penurias, quizá para ahorrarles el terrible esfuerzo que debía hacer cada día, Oscar crió a su familia con una sonrisa en el rostro y con mano dura.“¿Querías algo? Mi papá lo negociaba, nos hacía aprender las tablas o algo así”, rememora Margarita.A veces les hacía dictados a todos sus hijos, para ayudarlos en las clases.
“Parecía lista del mandado. Nos dictaba chile, cebolla, tomate”, cuenta Margarita mientras intenta sonreír, pero las lágrimas la traicionan.También recuerda que pese a que vendían comida, Oscar siempre llevaba a sus hijos a la escuela y se iban temprano, para comer en la calle.
“Vamos por unos tacos con fulano”, les decía a sus hijos, a los que también seguido los llevaba a parque.Los martes los dedicaba a las reuniones familiares.
Con sus hijos, vecinos y amigos organizaba un juego de beisbol, otro de sus grandes amores. Era ya una tradición.En el último año, de sus 61 de vida, Oscar se acercó más a su familia, los llevó a la playa, viajó a las casas de sus hermanos que viven en Estados Unidos.
Blanca, la menor de sus hermanas, vio la tristeza reflejada en sus ojos, lo vio buscar la cercanía de los suyos. “Necesito hacer unos tacos y unas palomas para vender el viernes”, comenta Blanca que le dijo el lunes.
Quizá Oscar presentía que le quedaba poco tiempo porque les dijo: “Necesito que me ayuden y que se queden aquí, conmigo”.
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El martes su corazón falló de nuevo. Como dicen por ahí, la tercera fue la vencida.
Cerró sus ojos y su voz se apagó para siempre. Ya no se le escuchará gritar: “Taquitos, tacos, tacos”.¿Quién se quiere morir?, seguramente Oscar, “El Tacos, Tacos”, no.
A tres años de su aniversario luctuoso.
Por Jorge Vargas