Pese a que la penetración del narco en la presidencia de la república data al menos de 1970, la periodista Anabel Hernández ha identificado que las relaciones entre el crimen y la política mexicana tuvieron un quiebre que comenzó en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando el mandatario aún tenía encuentros con capos como Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos.
Esos vínculos se volvieron codiciados con el paso de los años porque desde el Ejecutivo podía decidirse a qué grupos combatir, según las políticas de seguridad.
En entrevista con La Octava, Anabel Hernández fue cuestionada sobre en qué momento el gobierno perdió el control del negocio con los grupos criminales. La autora de “Los señores del narco” (2010) hizo énfasis en el periodo de 1988 a 1994 cuando dijo, comenzó a gestarse un empoderamiento de cárteles.
“Pienso que pierde el control del negocio primero de manera soterrada, silenciosa, y después con esta violencia brutal, desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, donde el propio presidente, donde su secretario privado, Justo Ceja, se reunía con Amado Carrillo Fuentes, donde había claros nexos, acusaciones muy graves, penales, en contra de del propio hermano de Carlos Salinas de Gortari, Raúl Salinas de Gortari, como lavador de dinero tanto de Amado Carrillo Fuentes como de Juan García Ábrego, ahí están los expedientes, están los expedientes, están varios testimonios”, respondió a su colega Jesús Escobar.
Y es que de acuerdo con el análisis de la periodista, es en esas convivencias cuando el narcotráfico consolida tal poder monetario que lo dota de fuerza “para irse comiendo pedazos del Estado”. Antes de ello, las autoridades aún tenían coacción suficiente para controlar a las grupos delincuenciales.
Pero a raíz de que México se establece en una plataforma para el envío de cocaína hacia Estados Unidos y con el incremento de consumo de drogas en ese país, las facciones delictivas obtienen mayores ganancias aprovechando su papel como intermediarios del narcótico producido en Sudamérica.
“Es ahí cuando estas bandas criminales se convierten en importantes cárteles con una gran capacidad económica para entonces ir con el gobernador y ponerle un precio, para ir con el jefe de la zona militar y comprárselo y ponérselo en el bolsillo, comprar armas, comprar sicarios, vehículos, etcétera, etcétera, es esta riqueza, este poder económico que le da la fuerza al narcotráfico”, explicó.
Por otra parte, Anabel Hernández se refirió a la tolerancia social del crimen, porque al final de cuentas “salpicaban dinero” y causaban el crecimiento de inversiones, por ejemplo, en el ramo inmobiliario. Lo mismo en ciudades como Guadalajara, Reynosa, Chihuahua, Culiacán, Tijuana, Puebla y la propia capital del país. Igual crecían negocios cambiarios, de ventas de ropa, vehículos lujosos y otros productos.
La idea en aquella época, ya con Ernesto Zedillo (1994-2000), era que el narcotráfico no afectaba a nivel interno, pues su negocio era hacia Estados Unidos y, en tanto el daño fuera para los vecinos del norte, no había mayores réplicas. Pero entonces se gestaba el proceso de descomposición en las entrañas del Estado, porque cambiarían las reglas del juego con el arribo de otras fuerzas políticas en el año 2000.
Al arribo de Vicente Fox, quien obtuvo el voto por un partido distinto al que había estado por siete décadas en el poder, hubo un reacomodo de la dinámica entre narcos y políticos. Antes se brindaba protección a todos, señaló Anabel Hernández, porque cada quien se llevaba una tajada del negocio criminal y había ciertas reglas de convivencia.
Pero todo cambió y hubo alineaciones con un bando: el del Cártel de Sinaloa, Los Beltrán Leyva y Los Valencia, es decir, con la llamada Federación. Se decidió combatir al Cártel de Tijuana, al Cártel del Milenio y al Cártel del Golfo.
Según los registros de la periodista, fue Fox quien desató la violencia al enviar operativos a los bastiones de grupos enemigos a la Federación, con Genaro García Luna al frente de la Agencia Federal de Investigaciones. La campaña entonces se llamó “México seguro”, con intervenciones en Tamaulipas y Baja California.
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