Los realities shows (como La Casa de los Famosos), que comenzaron en la década de los 90, son un éxito en casi todos los países del mundo y eso es algo que se toma como natural, aunque pocos se han puesto a analizar por qué.
La mayoría de sus espectadores se sienten cautivados (pero no saben la razón) al ver lo que sucede en un escenario que parece espontáneo, aunque en realidad tiene guiones, al menos para los conductores, y es un programa muy restringido y muy distinto con respecto a la vida cotidiana.
En un análisis aprobado por la psicóloga Gema Sánchez Cuevas, se resalta que dos de las diferencias es que los participantes por lo general no pueden salir de una casa construida exprofeso y por ende, ninguno de los participantes acude a su trabajo (si es que tiene), lo que es imposible para una persona “normal”.
Muchos de los detractores de estos programas los catalogan como televisión basura, porque exponen de forma exponencial los peores defectos de personalidad de sus participantes, ya que lo negativo es más atractivo que lo positivo.
Aun así, el rating de millones de personas de estos shows no baja un ápice, pues sus seguidores están totalmente atrapados por la “trama”. Te vamos a decir por qué.
No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre, pues para que estos programas logren el éxito que tienen se necesitan dos cosas: participantes que no tengan problema alguno en exponer su vida privada y televidentes a quienes les interesen estos detalles de perfectos desconocidos, aunque sean famosos.
Los concursantes del programa no son elegidos al azar, sino que deben tener características físicas, psicológicas o culturales muy apreciadas por la sociedad en su conjunto (atractivo, popularidad, juventud, una muy buena cuenta bancaria, desinhibición…). Entonces para nada son personas comunes, sino gente con la que cualquier hijo de vecino se puede identificar o, en su defecto, querer ser como ella.
Los espectadores
Los televidentes que no se pierden los pormenores de estos programas y que incluso llegan a contratar canales especiales para poder ver durante todo el día a sus “héroes” comparten una característica: son “voyeurs”. Es decir, disfrutan mirar sin ser vistos, especialmente los aspectos íntimos de otras personas. Aunque el voyeurismo los identifica, se dividen en dos grupos, pues sus motivaciones son distintas.
El primer grupo es el de los fisgones. Se sientan frente a la pantalla y, desde el anonimato (lo que les da un sentimiento de poder), analizan el comportamiento de un grupo de personas y criticar lo que ellos consideran defectos, al verlos expuestos totalmente.
El segundo grupo es el que quiere identificarse con alguno o varios de los participantes, lo cual no es difícil. Entonces, se hace su fan y disfruta sus triunfos, así como sufre sus fracasos. Además, en lo que se llama mecanismo de proyección, se ven a sí mismos como parte del programa, viviendo lo mismo que a quienes apoya y siendo parte los acontecimientos.
Como una droga
De acuerdo a un estudio publicado en Psicology Today, los televidentes se compenetran tanto con este tipo de contenidos que se podría catalogar como una adicción. De la misma forma que ocurre con una droga, los realities generan una descarga de endorfinas, lo que provoca una especie de dependencia.
Finalmente, los realities les crean a los espectadores la ilusión de que son parte del programa, pues muchas veces pueden votar para expulsar o sacar a un participante, con lo que les da la fantasía de control.
Pero, desgraciadamente para quienes engrosan la audiencia, nunca dejarán de ser unos simples espectadores. Sí, espectadores de las vidas de otros en vez de enfocarse en su propia vida.