SAN ANTONIO, TX.- Los que se han ido, están presentes. Este bello día, sábado 20 de mayo de 2023, fue espléndido. Un día fresco, pero con un sol al atardecer que calentaba el ambiente de San Antonio, Texas.
En el gimnasio de St. Mary’s University, después de un sábado magnífico, donde nos reunimos la familia Cantú-Deándar y Jardon-Ruiz, en una bella casa blanca, donde las velas se encendieron y las flores adornaban la amplia estancia familiar, antes de acudir a la graduación de mi admirado y amado nieto Ricardo Heriberto Calderón Cantú.
De ahí partimos, felices a la graduación. Arturo Ruiz Cantú, estaba emocionado en las gradas del segundo piso, junto con el licenciado Rodrigo Ayala Grimaud, mi muy bien amado yerno.
Los tres gritándole desde las gradas hurras y vivas a Ricardo “El Grande”, por tan señalado día, último de su brillante carrera en Leyes con título de “Juris Doctorate”.
Su madre, Ninfa Cantú Deándar, sentada a la espalda de su hijo, cariñosamente le acomodaba la toga y el birrete. Nosotros, la familia del agasajado, desde arriba gritábamos emocionados.
Al término de la entrega de diplomas, nos dirigimos a un restaurante a celebrar, donde en un salón estaban amigos y familiares procedentes de San Diego, California. Acudieron los tíos y tías de Ricardo, finos profesionistas que venían de San Diego, California, familiares de Rubén Calderón Esquer -el padre de Ricardo Heriberto-, quien falleció en un accidente automovilístico hace más de 25 años.
Recordé ese día, me entristecí y visualicé a mi hija en ese día fatídico, en su casa de color blanco con pisos de madera, con Ricardo bebé en brazos. Ella, llorando desconsolada. Visualicé la escena y solté el llanto junto a mi hija Ninfa, y mi nieta Ninfita, corrimos a abrazar a Ricardo Heriberto.
Al inicio de la reunión en el restaurante, Ricardo Heriberto tomó la palabra, agradeció a los presentes y cuando terminó de hablar, mi nieto, como un caballero tranquilo, nos abrazó a las tres con esa fina estampa que le heredó su padre.
Para mi loco entender, su presencia se manifestó en ese abrazo, sentí a su padre en los brazos de su hijo. Las palabras dan vida a los amados, seres que se fueron al infinito.
Ricardo Heriberto Calderón Cantú recordó también a su bisabuelo, Heriberto Deándar Amador, fundador del periódico El Mañana, y el orgullo que representa para él este camino, de esfuerzo, generosidad, que marca día a día la palabra escrita en un periódico de casi 100 años.
Mi padre siempre presente en El Mañana y en la vida de su familia. Ricardo Heriberto habló de su madre Ninfa Cantú Deándar, como un ejemplo de mujer, y su fe de seguir los pasos de su bisabuelo Heriberto Deándar Amador, y de su abuela Ninfa Deándar Martínez, que le dio vida a ese árbol que sembrara su padre, para informar a los dos Laredos y beneficiar a los más humildes.
Esos pasos que siembran vida y dan calor humano, generando humildad, ética y moral, que viaja al Cosmos, y se regresa con gran magnitud. Alegrías y lágrimas, como agua fresca que alimenta la Tierra, se transforman en versos; palabras que pisan fuerte en la Tierra y se convierten en valor, bondad y energía, para el bienestar de los seres vivos que respiramos y olfateamos flores que estallan dando belleza y armonía al Mundo.
Seres sensibles, generosos; es energía cósmica que alimenta los corazones y el amor de este bello Planeta Azul. Rodrigo Jardon, esposo de Ninfa Elsa Ruiz Cantú, me pidió que por favor, recordara un corto pensamiento que a él le gustaba.
Me senté con sus jóvenes amigos, parejas que compartían el vino y el pan, inmersos en un ambiente de camaradería. Expresé con voz fuerte, para ser oída, con la emoción que aún vibraba en mis adentros: “Te celebro y me canto, me canto y te celebro, porque cada átomo que me pertenece, te pertenece, porque cada átomo que te pertenece, me pertenece. Porque tú y yo, somos la misma cosa”.
Este bello pensamiento es de Walt Whitman, uno de mis favoritos.
Todos compartiendo chilaquiles, enmoladas, frijoles negros a la mexicana. Sentí un gozo casi infantil en este restaurantito, lleno de gente americana y mexicana, saboreando las delicias de los platillos.
Ramón Darío Cantú Deándar, sentado en la cabecera y a su lado estaba mi pequeña y bella nietecita, la chiquita Carolina Nile, en una periquera, sonriendo y sin soltar el brazo de su papá, balbuceaba “pa-pá”, y otras palabras que no se entendían. Risueña, y parando las trompitas, para mandar besos a todos lados de la larga mesa familiar. Sus bellos ojos redondos, azules. Con dos moños en su cabecita, parecía una muñequita rusa. Eso me lo dijo mi nieta Ninfa Elsa, que a mi lado estaba muy divertida, viendo a su primita, con su papá que no lo soltaba, y le acariciaba con su manita el brazo.
Mi hijo, orgulloso, y también doblemente feliz por el compromiso matrimonial de mi nieta Daniela con el licenciado Gerardo Menchaca. Yo estaba embelesada, al sentir la felicidad de la familia.
Qué alegría experimentó mi corazón que no cabía en mi pecho. Estancia vital, es la familia. Mis bisnietos comiendo enfrijoladas, junto a Ninfa cuarta y Rodrigo Jardon, pareja exitosa y moderna, que con tanto amor llenan de alegría estén donde estén.
Observar el beneplácito en la cara de la abuela Ninfa tercera, que estaba al pendiente de Uma Sofía y Rodriguito Jardon, con la boquita negra de frijoles. Esta alegría, ¿quién me la quita?, me cuestiono. Los bellos momentos festejando la graduación de Ricardo Heriberto nos hicieron vivir la vida intensamente, como mexicanos, en San Antonio, Texas.
La novia de Ricardo Heriberto a su lado, bella, de familias del Distrito Federal y su madre de Monterrey; el amor brillaba en sus miradas. Fue algo mágico, que me alentó.
Salimos del restaurante. Observé el atardecer, con la estrella de la mañana, “Venus, en el horizonte”, y sentí un enorme agradecimiento a la vida, que me ha dado tantas alegrías con mi hermosa familia, sentir la inteligente mirada y palabra de un joven abogado, Ricardo Heriberto, amándonos y recordando a nuestros ancestros que dejaron bien plantada la semilla ayer, y que yo vivo para ver que fructifica y crece armoniosa, cándida, glamorosa, es por esto y mucho más que mi alegría y gozo de la vida no tiene fin.
Mi orgullo es mi familia. José Heriberto Cantú Deándar y su familia nos acompañaron en la larga mesa. Le pidió Ricardo a su tío Heriberto que dijera algo. Se levantó y mirando a Ricardo, le dijo: “Tocayito, te mando mi reconocimiento por esas dos carreras de Leyes que has terminado y que aspiras a más”.
Mandó un abrazo fuerte a las familias ahí presentes. A su lado, su amada esposa Roxana y sus hijos Ramón Heriberto, Rodrigo y Lucía María. Roxana vivió una dolorosa experiencia, la muerte de su madre, mi querida comadre Rosamaría Lozano, a la edad de 50 años. Y ahora, la felicidad la embarga con sus tres bellos y talentosos hijos.
Faltó mi hija Cuquis, la extrañé. Recordé con amor a mi nieta Verónica Sofía Cantú Barrios -hija mayor de Heriberto-, quien no pudo acompañarnos, al igual que mi querida nieta Alejandra Cantú Monetou, y mi bisnieta Natalia.
Gracias al pueblo de Nuevo Laredo, a nuestros lectores de los dos Laredos, por gastar la mirada en letras de blanco y negro, pero hecho todos los días para servir e informar con amor a todos nuestros lectores.
La vida es fascinante y retadora. El tiempo corre y a El Mañana nadie lo alcanza. Pasa el minuto, la hora y el día, y es saludable. La vida es vieja, pero también es nueva. Esto a mí me pasa, el tiempo es un segundo. La vida siempre compensa. Los dolores del pasado son un proceso natural. La alegría de vivir, siempre está presente. Viva la familia, viva la vida, viva el amor.