¡El Día del Amor y la Amistad ya se acerca! Cuando nos apresuramos a comprar al menos unos chocolates medio derretidos o un osito de peluche, para ya no sentirnos culpables. Pero hoy no vamos a hablar de cenas románticas ni serenatas desafinadas. Hoy toca hablar de ese amor que no se envuelve en papel de regalo: el amor al prójimo.
Porque, a ver, querer a los que ya queremos es pan comido. A nuestros amigos, a nuestra familia, hasta al perro que nos destroza los zapatos. Pero, ¿qué pasa con los otros? Los que no piensan igual que nosotros, los que hablan diferente, los que cruzaron una frontera buscando lo mismo que todos: una vida mejor. Ahí es donde se pone difícil, ¿verdad? Como dicen en los buenos bares: aquí es donde empieza la verdadera prueba.
En estos tiempos de polarización –que no sé ustedes, pero yo ya hasta me canso de repetirlo–, los gobiernos han sacado del cajón su herramienta favorita: las etiquetas. Que si “ilegales”, que si “migrantes”, que si “ellos contra nosotros”. Y ahí anda el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, liderando la orquesta del odio, apuntando con el dedo a quienes sólo quieren vivir. Seamos sinceros, queridos lectores y lectoras, ¿quién en su sano juicio deja su tierra, su gente y hasta su comida, si no es porque no le queda de otra?
Lo verdaderamente grave, mis queridos lectores, no es el señor de la corbata naranja y los tweets venenosos. Lo grave es cuando nosotros, los de a pie, los que podemos cambiar las cosas, nos quedamos callados. “Tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata”. O lo que es lo mismo: si ves una injusticia y te quedas en silencio, eres parte del problema. Punto.
Así que, en este Día del Amor, además de regalarle a tu pareja esas flores carísimas que seguramente morirán en dos días, piensa en dar algo más duradero: empatía para todos los semejantes, sin etiquetas.
No es tan difícil. Empieza por escuchar, por no juzgar tan rápido, por no creer todo lo que dice la tele o las redes sociales. Porque el amor, el verdadero, no se trata de corazones de papel ni de cenas románticas. Se trata de entender que todos, absolutamente todos, somos humanos. Y eso ya debería ser suficiente para tender la mano.
¿Usted qué opina?